martes, noviembre 27, 2007

CAPÍTULO XI

Capítulo 11

El domingo por la mañana Petronilo Marceliano Tardón aún mantenía en su lengua el áspero sabor del güisqui, en su oído el suave eco de la voz, en su nariz el embriagador perfume y en su piel el escalofrío del aliento de Palmira Márquez Tierno. En su memoria permanecía la invitación y en su bolsillo el teléfono. Llamó después del mediodía.

La cita era en su casa. Petronilo se sorprendió cuando conoció la dirección: Princesa-3, apartamentos. PMT había conocido a gente que vivió en Princesa 3: un dibujante con el cual había coincido en una revista y a una cantante negra que se desnudaba mientras actuaba en un club cercano, a quien había entrevistado para una agencia de prensa anodina. Casualmente el dueño de la agencia tenía en España la exclusiva de la agencia TASS de Moscú, cuando Rusia era la URSS. A la agencia le interesaban las fotos de las chicas. Las entrevistas se podían rellenar de cualquier manera. Petronilo conocía el negocio. Había inventado la historia de muchas chicas como aquella, pero el dueño de la agencia mostraba especial interés y la entrevista se realizó con todas las de la ley: grabadora, apuntes, situación política de su país, El Congo, sus circunstancias en España y vida de de una cantante calva... Del dibujante dejó de saber un día que los dibujos no aparecieron en El Indiscreto Semanal. Los dibujos los distribuía la misma agencia y a ninguna otra publicación le interesaban. De eso conocía Petronilo los apartamentos de Princesa- 3. Apartamentos amueblados de alquiler por semanas.

Estaba seguro que la cantante de jazz le recibía allí, pero no vivía. Cuando llamó a la puerta, Palmira Márquez abrió sonriente. Le esperaba. La puerta daba directamente a un salón luminoso con vista a Princesa y a los jardines del Palacio de Liria. Petronilo echó un vistazo discreto pero escrutador: la decoración, tan impersonal, tan neutra, como la de la casa del dibujante y la de la cantante negra, por eso fue tan bestial en el saludo

-¿No intentarás que te pague después del servicio?...

-¿Pero qué servicio?- rió alegre y acogedora Palmira-. No te voy a prestar ni cobrar ningún servicio, te he invitado a tomar un café en mi casa y charlar. Lo que tú me dijiste que querías.

-Muy amable por tu parte, pero tú no vives aquí, este estudio es alquilado y eso me lo tienes que contar...

-¡Claro que es alquilado! Yo soy ave de paso. Pero siéntate tranquilamente- rió nuevamente Palmira-. ¿Cómo te gusta el café solo o con leche?

-Con un poco de leche, por favor.

Palmira desapareció por una de las puertas que daban al salón, moviendo el trasero con esa gracia que sólo lo hacen las mujeres con mucho ejercicio. Tardón intentó husmear en el bolso de Palmira colocado con indolencia sobre una mesita auxiliar entre las dos parte del cómodo sofá, pero no dispuso de tiempo suficiente, apenas lo imprescindible para tocarlo por fuera y notar dentro un objeto con forma conocida y no muy de fiar. Palmira volvía y, en vez del bolso, Tardón tomó de la mesita el último número de El Siglo, revista de política y economía.

-¡Vaya!, veo que te interesas por la política –lanza Tardón con sonrisa burlona.

-No en exceso, pero me gusta permanecer al día y saber del mundo donde vivo...

-Eres una mujer muy completita: cantante de jazz, pianista, leída, rubia y elegantísima...

-¿Tú crees?

-Y misteriosa – afloja Tardón –. Eso lo pareces.

-Pues no lo creas – ríe Palmira -. Todos los misterios son suposiciones de otros. ¡Espera, el café ya se ha hecho!

Palmira vuelve hacia la cocina. Tardón toca de nuevo el bulto del bolso y percibe con exactitud la forma del objeto. No necesita abrirlo. Sabe lo que hay dentro. Sigue mirando El Siglo. El café huele bien. Ha de seguir con la ficción de que lo que le interesa es el ligue. Palmira trae los cafés servidos: una bandeja con dos tazas, una jarrita de leche y un azucarero lleno de terrones. “otro signo más de que no vive aquí: los azucarillos – piensa Tardón.” El café podría resultar envenenado, lo tópico sería cambiar la taza, pero consideraba a Palmira más inteligente que eso. Tomará el café solo y con un azucarillo.

-¿No quieres leche?

-No, gracias. Tengo sueño y lo prefiero negro. Bueno, y ahora cuéntame de qué conoces a Inés.

-¿A Inés, la de don Juan? – bromea Palmira.

-No. A la rusa que estaba conmigo la otra noche en Segundo Jazz, mientras tú cantabas.

-La conocí allí, junto a ti – enfatizó Palmira Márquez Temprano.

-No es verdad... – contestó burlón Petronilo.

- ¿Por qué te iba a mentir? – se enfadó Palmira.

-Eso me lo cuentas tú.

-No la conocía, pero podría haberla conocido perfectamente en otro lugar. Ella es maestra y le gusta la música. Yo soy música y doy clases, por tanto es fácil coincidir en cualquier parte.

-De lo más sencillo: una maestra rusa que se ha escapado y trabaja en el sector de seguros coincide con una cantante de clubs que de vez en cuando da una clase particular de piano a una niña bien.

Tardón permanecía con la taza de café a la altura de la boca sin probarlo, esperando que se enfriara, mientras miraba fijamente a los ojos de Palmira. Palmira distendió el gesto con una dulce sonrisa. Los labios carnosos ofrecían el preludio amoroso, pero Petronilo aún no se encontraba a esa altura, necesitaba averiguar algún detalle más. Palmira habló.

-Bueno, sí, la conocí cuando ella vino a Madrid. Canté para los niños bielorrusos y los padres de acogida.

-Pero de eso ya hace tres años.

-Después me he encontrado con ella en otras dos ocasiones. Una cuando yo cantaba en un solo en un coro de gosspell y ella vino a saludarme, y en otra ocasión en que cantaba arias de óperas. Ya sabes que canto un poquito de todo. Es fácil.

- Sí, ya sé que eres muy completa: te conocí cantando el brindis de la Travista a capella en un desastre de congreso.

-Pues fíjate si no habré conocido gente de ese modo.

-Pero me extraña que conocieras a Inés. ¿Qué te parece a ti la acogida de niños? – atacó por otro frente Petronilo.

Palmira miró hacia el techo, como si midiera sus palabras antes de contestar. Tardón notó que la pregunta no le gustaba. La mujer trataba de encontrar una respuesta que satisficiera al preguntón y al mismo tiempo resultara poco comprometodera.

-En eso, como en todo hay distintas opiniones. Ya no es como hace algunos años. Parece que ahora están muy interesadas en el tema las organizaciones religiosas: cofradías de semana santa, hermandades de vírgenes y esas cosas. Hay quien piensa que lo hacen para conseguir subvenciones, pero también se interesa mucha gente particular por la acogida de niños.

-¿Crees que hay algún negocio sucio detrás de esto?

-Pues no lo sé y tampoco me importa mucho, si te he de ser sincera, ¿pero por qué me preguntas todas esas cosas? Yo pensaba que tú te interesabas por el jazz más que por la acogida de los niños bielorrusos. Te voy a poner un poquito de música.

Palmira tomó el mando a distancia y puso en funcionamiento el DVD. Comenzó a sonar un saxo insinuante, claro, a quien acompañaban unas notas de piano casi en sordina, un bajo que marcaba el ritmo, lento, acariciador y al fondo unas escobillas galanteaban la piel del tambor que resultaban insoportables de puro arrulladoras y tiernas. Petronilo quedó en suspenso, casi con la boca abierta, sorprendido.

-Necesito un güisqui... – casi murmuró Tardón – con hielo y un poco de agua.

-Te lo traigo ahora mismo.

Palmira se levantó y volvió hacia la cocina. Petronilo, se relajó en el sofá. Se olvidó del porqué estaba allí y lo que había ido a buscar. La música del Coltrone le había enviado a las regiones donde la imaginación conduce en los momentos menos oportunos. ¿O era oportuno el momento y la música? Había pasado de la claridad del saxo al piano lento y suave como unas medias de seda. ¿Por qué pensaba en medias de seda junto al piano? Regresaba Palmira con una bandeja donde venían dos vasos, una cubitera de hielo, una jarrita con agua y una botella de Clan Campbell de dieciocho años.

-Sírvete.

Procedió Tardón saltándose las etiquetas y utilizando las manos para poner el hielo en el vaso. Se sirvió para él. El vaso de ella quedó vacío.

-Sírveme a mí también.

- ¿Con los dedos?

-Como tú quieras, hombre...

Sonaba el solo del bajo y las cuerdas arañaban en el vientre y el hormigueo subía por las pantorrillas hacia los muslos.

-¡Por nosotros! – levantó el vaso Palmira.

-Y por el buen jazz – enfatizó Tardón.

-¿Sabes cómo se llama esta canción?

-He conocido el saxo de Coltrone, perno no sé el título...

-I see your face before me – susurró Palmira mirando fijamente a Petronilo.

-Pues muy bien, porque mi inglés no llega ni hasta ahí.

Los ojos seguían allí, clavados, y los labios se entreabrían. La invitación, el solo del bajo, las escobillas sobre el vientre y todos los demonios revueltos junto con el vaso de güisqui. “¿A qué he venido aquí?” pensó Tardón, pero aquellos labios se acercaban y la respuesta se perdió en la suavidad del beso y la mano de Palmira en la nuca de Tardón. La canción se disipaba en un acorde de todos los instrumentos, pero ya no era necesaria la música. No obstante en plena batalla sonaba la voz cálida y aterciopelada de una dama que Tardón no conocía que lamía los huesos con un “kiss me” innecesario. Y allí estaban las medias de seda que soñaba Tardón. En pleno fragor de la batalla Tardón no olvidaba el objeto contundente que había en el bolso de Palmira, sin embargo se dio una tregua para tratar ese asunto. También quedaban lejos los niños de acogida...

Despertó porque notó frío. Miró al rededor. Se encontraba sentado en una marquesina del autobús. Miró las esquinas: La Glorieta de Bilbao. Las tres de las mañana.

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