martes, noviembre 20, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPÍTULO IX

Capítulo 9

La noche del sábado se habían citado en Segundo Jazz. Tocaba Rafa Serrano, amigo de todos, un saxo extraordinario. Llegaron en distintas bandadas pero casi todos al mismo tiempo. Desde Torres acudieron Víctor Fernández, Emma y Svela. Tardón venía desde Madrid. Poco después llegaron Inés y Jorge.

Los músicos comenzaron a juguetear. De pronto apareció aquella mujer: rubia alta, vestida de negro, “con un swing que derretía el hielo de las copas” voz impostada, pegada a los instrumentos, paralela al piano que le adelantaba la nota dejándola en la libertad de expresar el sentimiento que requería la canción, voz casi nasal, perfecta para la balada, ese desahogo dulce, sensual. La cantante arrullaba y movía los demonios de los presentes. Tardón la reconoció. Era la misma que se había encontrado en Alcalá cerrando aquel congreso hacía dos años, cuando el caso del director de coros que apareció muerto. Ignoraba que cantara jazz. La misma voz, la misma categoría pero cien puntos arriba en la sensualidad. Quizás fuera el local, quizás la circunstancia, el momento... A Tardón le recorrió un escalofrío: aparecían escenas que más valía olvidar, pero era imposible. Había visto y vivido de todo, al menos eso creía él, sin embargo aún el tiempo para las sorpresas no había terminado. Allí estaba. No había vuelto a saber de Palmira Márquez desde que la dejara en compañía de Paula Marta aquella noche extraordinaria e irrepetible. Y allí estaba otra vez. Cantó cinco canciones y desapareció detrás de la tarima que servía de escenario. Rafa Serrano también dejó el saxo apoyado sobre el soporte. Se dirigió hacia la mesa de sus conocidos. Se acercó el camarero.

--Ponme un cubalibre.

Víctor Fernández presentó el músico a las tres rusas y a Jorge. A Tardón no era necesario, se conocían de sobra. Tardón sólo miraba. A Tardón le entusiasmaba el jazz, pero Tardón había acudido para observar. Esperaba vagamente que Paula Marta apareciera por el bar acompañada de Joaquín Amestoy. Sería el momento de las fotos en familia y también el momento en que entraran en contacto la periodista y las maestras. Petronilo había pensado no presentar a Paula Marta como periodista, para que la gente hablara de manera más distendida, sin embargo no parecía fácil este empeño. Cuando advirtió quien era la cantante, la idea se vino a bajo. Tardón agudizaba el ojo, pero él también se sentía observado por la cantante Palmira Márquez, amiga de Leopoldo Rodríguez.

Rafael Serrano se mostraba muy agradecido porque los amigos del pueblo hubieran escogido su música para deslumbrar a las rusas.

--¿Qué os ha parecido? – preguntaba de manera genérica sin dirigirse a nadie en concreto.

--Muy interesante. Yo conozco poca la música de jazz- comentó Svela inundando la conversación con su contagiosa sonrisa.

--En el segundo pase, te invito a que cantes.

--No, no, volvió a reír Svela, a mi no. Invita a Emma y si tienes una guitarra se la dejas. Ella es la que canta muy bien.

--¿En español o en ruso? – preguntó Rafael Serrano.

-- En lo que haga falta – contestó Víctor Fernández- Emma lo canta todo.

Víctor Fernández se mostraba constantemente pendiente de Emma. A Tardón le pareció que no se podía hablar de romance, más bien de embobamiento. Le gustaba lo extraño, eso era todo: Víctor , se había casado con una mujer francesa hacía muchos años. Se casó con lo exótico: por presumir del ligue con la turista. Los años setenta eran así. Ahora repetía la misma historia: intentaba ligar con Emma porque era rusa. Sin duda alguna Emma trascendía más allá de la simple apariencia física, a ella añadía su cultura, su don de lenguas, sus opiniones siempre medidas y su claridad de ideas. Estos datos también encandilaban a Víctor y a Emma no le parecía nada mal el cortejo.

--En la segunda parte te invito a cantar. ¿Te atreves? –insistió Rafael Serrano.

--No he cantado nunca jazz, pero si me dejáis una guitarra y me seguís, canto– concedió Emma en tono pausado y los ojos brillantes por la alegría tan difícil de ocultar manteniendo aún su la actitud seria.

--¡¡Muy bien Emma!! - inundaba con su cristalina alegría Svela el atrevimiento de su amiga.

--¡Me gustaría acompañarte al piano! –Exclamó Víctor Fernández.

-- ¡Hombre, Víctor! – se extrañó Serrano-. No seas tan atrevido, que al piano está Miguel Rodríguez y del escenario no nos la llevamos.

--Si lo que siento es envidia por no poder tocar como vosotros -contestó Víctor Fernández.

Servían las copas cuando avanzaba por entre las mesas la cantante de jazz. Se dirigía al grupo. Vestía de calle, ya no llevaba puesto el vestido negro sino un pantalón ceñido que resaltaba las caderas. El pelo rubio se derramaba en una melena suelta por la espalda. En el rostro, un tanto pálido a pesar de los coloretes, reinaban dos ojos azules expectantes y acariciadores. “Océanos para perderse, pensó Tardón” que hablaba poco y observaba las estrategias de ligue del amigo Gabril del Rosal.

--Hola – saludó a la concurrencia- y buscó una silla para sentarse entre Tardón y Rafa Serrano.

--Bueno, no la conocéis –presentó Rafael Serrano-. Ella es Palmira Márquez Tierno.

--Sí nos conocemos- cortó Tardón-. ¿Verdad Palmira?

--¡Claro! Nos conocimos en Alcalá. Nos presentó el padre del pianista.

--Pues como Petronilo ya la conoce y conoce a todos vosotros que os la presente él.

Tardón fue escueto:

--Aquí una cantante, aquí un grupo de amigos. El resto lo pone la conversación.

Palmira saludó a todos con una sonrisa, extrañada de la breve introducción. Víctor Fernández, acorde con su actitud de parecer más educado que nadie, ejerció de animador:

--Ellas tres son bielorrusas –comenzó- y...

--¡No!- cortó riendo Svela- ¡ellas son bielorrusas! ¡Yo soy letona y me llamo Svela.

--Bueno, pero estudiasteis las tres juntas la misma carrera filología hispánica- volvió a puntualizar de manera pedante Víctor Fernández y continuó-: las tres son profesoras en sus países y están aquí acompañando a los niños de acogida que traen cada verano. Esta noche es su noche libre, porque es sábado y hemos venido a escuchar a Rafael Serrano que es vecino nuestro. Ellas son Svela, Inés y Emma. A ellos ya les conoces – señaló a los dos hombres que tenía a cada uno de sus lados, Rafa y Petronilo. El es Jorge, amigo de Inés y yo soy Víctor Fernández, profesor y escritor, como Petronilo.

--A mi no me metas en líos. Yo escribo algunas cosillas – intervino Petronilo- aquí el erudito es Víctor Fernández. El hombre que más novelas ha comentado en el mundo...

La conversación derrotó por senderos diversos y vericuetos de confidencias a medias palabras, risas sonoras de Svela, chistes de Rafael Serrano, intereses por la música de las mujeres y los ojos medrosos de Inés. El novio de Inés, absolutamente silencioso durante toda la noche, mostraba la cara depresiva que Víctor había advertido en el primer encuentro en Madrid. Parecía cansado y fuera de lugar. Inés, mostraba el rictus asustadizo de los ojos junto a la sonrisa, si no tan franca y abierta como la de Svela, al menos sincera aunque forzada. “Está triste Inés”, se había dicho para sí mismo Tardón, observador de la noche.

Inés, se sentaba entre Tardón y Jorge. Tardón pudo escuchar que Palmira y Inés hablaban de lugares que las dos conocían aunque sin darse excesivas explicaciones y ni mostrar más confianza.

--Inés, levanta ese ánimo -exclamó Svela-, poco arreglarás con esa actitud.

--La nostalgia me embarga. Es irremediable -explicó Inés.

--¿Y tú Emma cantarás con Palmira? –preguntó Víctor Fernández.

--Yo no puedo cantar con Palmira – se defendió sorprendida Emma -. Ella es mucho mejor que yo y canta otras músicas...

--¿Tú cantas? – se interesó Palmira.

--Sí, pero en casa y con los amigos.

--Generalmente todas vosotras disponéis de una muy buena educación musical.

--En mi país la música tiene mucha importancia en la escuela, desde muy niños se les enseña a cantar y a tocar algún instrumento.

Inés aprovechó la conversación de Palmira y Emma para lanzar una mirada entre amedrentada y cómplice a Emma como invitándola a una confidencia entre ambas. Era el mimo mensaje que lanzaba la noche de la cena. Para Tardón tampoco paso desapercibida. El reloj marcaba la una y media de la noche. Petronilo dio por perdida la asistencia de Paula Marta. Rafael Serrano se despedía y volvía al escenario. Palmira permanecía en el corro. La luz se hizo más tenue en la sala y se iluminó el proscenio. Los músicos sobre las tablas volvieron a entrar al saco con el clásico “Summertimes”. Cuando terminó la pieza, Rafael Serrano tomó el micrófono para saludar de nuevo a los asistentes y anunciar que se encontraba en la sala una mujer con una voz impresionante.

--Es bielorrusa, nos visita esta noche en compañía un buen grupo de amigos y la invitamos a que suba con nosotros y cante. Ella es Emma. Emma mostró sorpresa, el rostro triste y sereno tomó un cierto color rosado de vergüenza.

--¡¡¡Que suba, Que suba!!!- aclamaron desde la mesa.

Las miradas de los presentes se dirigieron al lugar más bullicioso y poblado. Emma se levantó y se dirigió la tarama en medio de un gran aplauso.

En esta circunstancia Petronilo advirtió unas manos sobres sus hombros y unos labios que besaban sus mejillas. Era Paula Marta.

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