martes, noviembre 13, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPITULO VI

CAPÍTULO 6

“¿Encontraría a la Maga?” se preguntaba Inés mientras estrechaba las manos de sus compañeras de estudio encontradas, ahora de manera sorpresiva, en aquel jardín de una casa en la periferia de Madrid. La pregunta, la misma con la que empieza Rayuela, le martilleaba una y otra vez, pero no encontraba la respuesta. Aquel encuentro nada tenía que ver con lo que ella calculaba. Allí había pasión, regocijo y risas y por encima el idioma empleado: no parecía cortés hablar en ruso, idioma que sólo hablaban cuatro de las veinte personas que se agrupaban en torno a la mesa repleta de comida y bebida, y todas hablaban español, todas menos Aliona Nikitovna que apenas lo destrozaba comunicándose, pero Aliona Nikitovna no era la mujer de confianza que ella necesitaba. Se acordaba de la guerra de Troya -¿por qué tantos mitos?- se preguntaba incapaz de olvidar su principal misión en aquel lugar. Inés necesitaba la existencia improbada de una maga para realizar el milagro de llevar dinero y trabajo a su país. Menelao había quedado dentro, Paris estaba a su lado, pero ignoraba el tiempo que permanecería. A pesar de llevar dos años en Madrid, consideraba provisional su estancia. La concurrencia de aquella noche en esta casa, absolutamente planificada, pero anecdótica parecía mágica, extraña un suceso onírico. La noche del reencuentro, se presentaba intensa Noche decisiva, donde con toda la emoción a flor de piel, no permitía la más mínima distracción. ¡Cuánto tiempo sin oír la risa cantarina de Svela, sin mirar la tristeza intrínseca de los hermosos ojos de Emma! Los demás importaban poco. Por eso asía con fuerza la mano de una y otra compañera. La anfitriona, muy habilidosa y gentil, las había colocado juntas. Debía buscar un momento, el del baño, el de retirar unos platos, el de una confidencia sin que los demás lo notaran, para esconder la breve nota en el bolso de Emma sin que los demás lo percibieran. Eso era lo importante, el resto, la fanfarria, el folklore y los cohetes de la fiesta. Emma era la única que podía desarrollar aquel trabajo. Ella debía actuar de Penélope. No quedaba más remedio.

Los mitos no acudían en balde: las tres había estudiado en Moscú filología hispánica y, por tanto la pervivencia de los mitos clásicos en la literatura española. Y ahora se encontraban aquí. Hacía años que no se veían. El corazón les conducía de manera irrefrenable hacia la nostalgia, hacia el cómo habían transcurrido sus vida desde que se separaron. Cuando terminaron sus carreras, cada una marchó hacia sus países de origen. Inés y Emma a Bielorrusia, Minsk. Svela a Letonia. Sucedió la caída del muro de Berlín, el derrumbamiento de la URSS y el empobrecimiento de todos los países de la zona. Todas se habían casado, pero ninguna con hispanistas. Emma se casó con un ingeniero, Svela con un letón relacionado con la marina, y ella, se había casado con un hombre a quien nunca había querido de forma apasionada. Las tres se habían dedicado a la enseñanza, profesión que acogía a buena parte de su especialidad, porque la traducción y las editoriales, en los tiempos que corrían no daban para tanto. Y esta noche se encontraban aquí. Svela y Emma habían sido invitadas a un congreso de lengua española, la organización les pagaba el viaje y la estancia. Inés, por su parte ya llevaba algunos años en Madrid. La invitación de esta noche se debía a que esta familia recibía en su casa a Lara, niña también de Minsk y, por fortuna, nada afectada por el dichoso síndrome de Chernovil. Lara se había colado en la expedición gracias a las buenas maneras de Emma. Incluso la madre de la niña, Aliona Nikitovna, había venido un mes antes con la intención de quedarse en España, pero la niña, por aquello del protocolo, debía regresar a su país hasta que la madre consiguiera el divorcio formal del padre. Inés conocía esos detalles a pesar de no mantener relaciones de amistad con Aliona Nikitovna, pero se le habían llegado. Conocía más referencias: Aliona Nikitovna la madre de Lara, en la actualidad hospedada en la casa donde se habían juntado para cenar, química de profesión, compañera de trabajo del marido de Emma se había separado del padre de la niña por una cuestión de alcoholismo y malos tratos. El anfitrión de la cena y benefactor de Aliona Nikitovna y Lara, ingeniero aeronáutico, hábil comerciante y profundamente católico, lavaba su conciencia acogiendo a las dos necesitadas. Sus negocios se diversificaban entre la construcción de piezas de repuesto para aviones, tratamiento de materiales de usos múltiples y la afición por las bodegas y el aceite de oliva. La profesión de Aliona Nikitovna, quizá no tuviera nada que ver con el motivo de la acogida, pero eran excesivas casualidades. Esta y otras indagaciones deseaba contrastarlas con Emma, pero el ambiente, tan familiar, tan amistoso, tan entrañable, dificultaba esa conversación. Podría decir algo a Emma en ruso, pero Svela, que reía, reía y reía no comprendería como se podría dar cabida a otra manifestación que no fuera el disfrute. Y lo más grave: tal vez diera la voz de alarma porque conocía muy bien a las dos, no en vano vivieron juntas durante cinco años. Por eso debería esperar la ocasión propicia, esperar al final de la comida cuando la formalidad se pierde y los comensales comienzan a levantarse, fumar, tomar copas y acudir al baño. En uno de esos movimientos aprovecharía para hablar con Emma las tres palabras claves. Ahora solo correspondía tomarse de la mano, apretarse y comunicarse todas las sensaciones de la reunión en este país tan lejano en kilómetros y tan cercano para ellas por profesión.

El resto de los invitados formaban un abigarrado grupo que Inés no sabía muy bien donde ubicar pero de los que, por precaución, no se fiaba de ninguno. El anfitrión, el ingeniero aeronáutico, se ocupaba de que en la mesa nunca faltara vino ni ningún tipo de bebidas. La anfitriona y Aliona Nikitovna sacaban fuentes y fuentes repletas de los más diversos manjares. La extraordinaria noche de junio, primeros días del verano así lo requería. Junto a los mariscos, los ahumados, los embutidos ibéricos, los quesos y el pisto manchegos abundaba la ensalada. Muy cercanos a los anfitriones se mostraba la pareja formada por Pascual y margarita. Ellos habían iniciado la acogida solidaria de niños bielorrusos y Margarita había ofrecido a esta familia que atendiera a Aliona Nikitovna y Lara. Pascual, ingeniero electrónico de una marca internacional había tenido algún contacto profesional con el anfitrión.

Los otros tres invitados uno era su novio, Jorge, que se dedicaba a los seguros, Víctor Fernández, quien la había buscado para saludar a Emma y representaba a la asociación que organizaba el congreso al que habían sido invitadas las dos amigas lingüistas y Petronilo, hombre extraño, que bebía vino y en ocasiones parecía discutir con el anfitrión. Disponía de una voz cascada y rotunda, muy fuerte, pero hablaba tan deprisa que resultaba difícil de entender. En su aparente desinterés por la cordialidad se le consideraba un hombre humanista y preocupado por los asunto sociales más allá del gesto. Le interesaban los asuntos de fondo. Parecía distraído, pero Inés había notado que no perdía de vista a las tres compañeras. En su aparente desinterés, observaba y se le veía emocionado, como si se preguntara qué pasaría por las mentes de tres compañeras tan unidas y ahora residentes en distintas culturas y sociedades con diferencias abismales.

El representante de la Organización del Congreso de Hispanistas, Víctor, parecía todo lo contrario a Petronilo. Muy educado, siempre al tanto de facilitar las relaciones, preocupado porque la velada fuera amena, cambiaba con desenvoltura de conversación con el fin de que nadie se sintiera aislado. También bebía pero prefería la cerveza. En un momento de la noche, cuando Inés pensó que era el momento de comunicarse con Emma, Víctor sacó una guitarra y comenzó a cantar. Inés se sintió en la universidad quince años antes. Entonces tomó de la mano a sus dos compañeras y sintió la mirada intensa y curiosa de Petronilo sobre el grupo de las tres. Emma tomo la guitarra, y entonó “Qué tiempo tan feliz” con sus voz profunda y sus ojos perdidos en un punto indefinido entre la boca de la guitarra y las estrellas que brillaban en lo alto. Había una ensoñación, una nostalgia profunda. ¿Quien sería la Maga que deshiciera el hechizo y provocara la vuelta a la cruda realidad que ella, Inés, tanto necesitaba? No era la voz de la cantante ni la añoranza de la juventud, más bien la tristeza de la ausencia de la tierra. Inés, hizo un esfuerzo por contener las lágrimas, Svela lloró. Entonces fue cuando Inés sintió sobre el grupo la presión de la mirada de Petronilo. “¡Cuidado! ¡Cuidado con éste!”, Se dijo. Pero en los abrazos entregó la nota a Emma.

No hay comentarios: