martes, noviembre 27, 2007

CAPÍTULO XI

Capítulo 11

El domingo por la mañana Petronilo Marceliano Tardón aún mantenía en su lengua el áspero sabor del güisqui, en su oído el suave eco de la voz, en su nariz el embriagador perfume y en su piel el escalofrío del aliento de Palmira Márquez Tierno. En su memoria permanecía la invitación y en su bolsillo el teléfono. Llamó después del mediodía.

La cita era en su casa. Petronilo se sorprendió cuando conoció la dirección: Princesa-3, apartamentos. PMT había conocido a gente que vivió en Princesa 3: un dibujante con el cual había coincido en una revista y a una cantante negra que se desnudaba mientras actuaba en un club cercano, a quien había entrevistado para una agencia de prensa anodina. Casualmente el dueño de la agencia tenía en España la exclusiva de la agencia TASS de Moscú, cuando Rusia era la URSS. A la agencia le interesaban las fotos de las chicas. Las entrevistas se podían rellenar de cualquier manera. Petronilo conocía el negocio. Había inventado la historia de muchas chicas como aquella, pero el dueño de la agencia mostraba especial interés y la entrevista se realizó con todas las de la ley: grabadora, apuntes, situación política de su país, El Congo, sus circunstancias en España y vida de de una cantante calva... Del dibujante dejó de saber un día que los dibujos no aparecieron en El Indiscreto Semanal. Los dibujos los distribuía la misma agencia y a ninguna otra publicación le interesaban. De eso conocía Petronilo los apartamentos de Princesa- 3. Apartamentos amueblados de alquiler por semanas.

Estaba seguro que la cantante de jazz le recibía allí, pero no vivía. Cuando llamó a la puerta, Palmira Márquez abrió sonriente. Le esperaba. La puerta daba directamente a un salón luminoso con vista a Princesa y a los jardines del Palacio de Liria. Petronilo echó un vistazo discreto pero escrutador: la decoración, tan impersonal, tan neutra, como la de la casa del dibujante y la de la cantante negra, por eso fue tan bestial en el saludo

-¿No intentarás que te pague después del servicio?...

-¿Pero qué servicio?- rió alegre y acogedora Palmira-. No te voy a prestar ni cobrar ningún servicio, te he invitado a tomar un café en mi casa y charlar. Lo que tú me dijiste que querías.

-Muy amable por tu parte, pero tú no vives aquí, este estudio es alquilado y eso me lo tienes que contar...

-¡Claro que es alquilado! Yo soy ave de paso. Pero siéntate tranquilamente- rió nuevamente Palmira-. ¿Cómo te gusta el café solo o con leche?

-Con un poco de leche, por favor.

Palmira desapareció por una de las puertas que daban al salón, moviendo el trasero con esa gracia que sólo lo hacen las mujeres con mucho ejercicio. Tardón intentó husmear en el bolso de Palmira colocado con indolencia sobre una mesita auxiliar entre las dos parte del cómodo sofá, pero no dispuso de tiempo suficiente, apenas lo imprescindible para tocarlo por fuera y notar dentro un objeto con forma conocida y no muy de fiar. Palmira volvía y, en vez del bolso, Tardón tomó de la mesita el último número de El Siglo, revista de política y economía.

-¡Vaya!, veo que te interesas por la política –lanza Tardón con sonrisa burlona.

-No en exceso, pero me gusta permanecer al día y saber del mundo donde vivo...

-Eres una mujer muy completita: cantante de jazz, pianista, leída, rubia y elegantísima...

-¿Tú crees?

-Y misteriosa – afloja Tardón –. Eso lo pareces.

-Pues no lo creas – ríe Palmira -. Todos los misterios son suposiciones de otros. ¡Espera, el café ya se ha hecho!

Palmira vuelve hacia la cocina. Tardón toca de nuevo el bulto del bolso y percibe con exactitud la forma del objeto. No necesita abrirlo. Sabe lo que hay dentro. Sigue mirando El Siglo. El café huele bien. Ha de seguir con la ficción de que lo que le interesa es el ligue. Palmira trae los cafés servidos: una bandeja con dos tazas, una jarrita de leche y un azucarero lleno de terrones. “otro signo más de que no vive aquí: los azucarillos – piensa Tardón.” El café podría resultar envenenado, lo tópico sería cambiar la taza, pero consideraba a Palmira más inteligente que eso. Tomará el café solo y con un azucarillo.

-¿No quieres leche?

-No, gracias. Tengo sueño y lo prefiero negro. Bueno, y ahora cuéntame de qué conoces a Inés.

-¿A Inés, la de don Juan? – bromea Palmira.

-No. A la rusa que estaba conmigo la otra noche en Segundo Jazz, mientras tú cantabas.

-La conocí allí, junto a ti – enfatizó Palmira Márquez Temprano.

-No es verdad... – contestó burlón Petronilo.

- ¿Por qué te iba a mentir? – se enfadó Palmira.

-Eso me lo cuentas tú.

-No la conocía, pero podría haberla conocido perfectamente en otro lugar. Ella es maestra y le gusta la música. Yo soy música y doy clases, por tanto es fácil coincidir en cualquier parte.

-De lo más sencillo: una maestra rusa que se ha escapado y trabaja en el sector de seguros coincide con una cantante de clubs que de vez en cuando da una clase particular de piano a una niña bien.

Tardón permanecía con la taza de café a la altura de la boca sin probarlo, esperando que se enfriara, mientras miraba fijamente a los ojos de Palmira. Palmira distendió el gesto con una dulce sonrisa. Los labios carnosos ofrecían el preludio amoroso, pero Petronilo aún no se encontraba a esa altura, necesitaba averiguar algún detalle más. Palmira habló.

-Bueno, sí, la conocí cuando ella vino a Madrid. Canté para los niños bielorrusos y los padres de acogida.

-Pero de eso ya hace tres años.

-Después me he encontrado con ella en otras dos ocasiones. Una cuando yo cantaba en un solo en un coro de gosspell y ella vino a saludarme, y en otra ocasión en que cantaba arias de óperas. Ya sabes que canto un poquito de todo. Es fácil.

- Sí, ya sé que eres muy completa: te conocí cantando el brindis de la Travista a capella en un desastre de congreso.

-Pues fíjate si no habré conocido gente de ese modo.

-Pero me extraña que conocieras a Inés. ¿Qué te parece a ti la acogida de niños? – atacó por otro frente Petronilo.

Palmira miró hacia el techo, como si midiera sus palabras antes de contestar. Tardón notó que la pregunta no le gustaba. La mujer trataba de encontrar una respuesta que satisficiera al preguntón y al mismo tiempo resultara poco comprometodera.

-En eso, como en todo hay distintas opiniones. Ya no es como hace algunos años. Parece que ahora están muy interesadas en el tema las organizaciones religiosas: cofradías de semana santa, hermandades de vírgenes y esas cosas. Hay quien piensa que lo hacen para conseguir subvenciones, pero también se interesa mucha gente particular por la acogida de niños.

-¿Crees que hay algún negocio sucio detrás de esto?

-Pues no lo sé y tampoco me importa mucho, si te he de ser sincera, ¿pero por qué me preguntas todas esas cosas? Yo pensaba que tú te interesabas por el jazz más que por la acogida de los niños bielorrusos. Te voy a poner un poquito de música.

Palmira tomó el mando a distancia y puso en funcionamiento el DVD. Comenzó a sonar un saxo insinuante, claro, a quien acompañaban unas notas de piano casi en sordina, un bajo que marcaba el ritmo, lento, acariciador y al fondo unas escobillas galanteaban la piel del tambor que resultaban insoportables de puro arrulladoras y tiernas. Petronilo quedó en suspenso, casi con la boca abierta, sorprendido.

-Necesito un güisqui... – casi murmuró Tardón – con hielo y un poco de agua.

-Te lo traigo ahora mismo.

Palmira se levantó y volvió hacia la cocina. Petronilo, se relajó en el sofá. Se olvidó del porqué estaba allí y lo que había ido a buscar. La música del Coltrone le había enviado a las regiones donde la imaginación conduce en los momentos menos oportunos. ¿O era oportuno el momento y la música? Había pasado de la claridad del saxo al piano lento y suave como unas medias de seda. ¿Por qué pensaba en medias de seda junto al piano? Regresaba Palmira con una bandeja donde venían dos vasos, una cubitera de hielo, una jarrita con agua y una botella de Clan Campbell de dieciocho años.

-Sírvete.

Procedió Tardón saltándose las etiquetas y utilizando las manos para poner el hielo en el vaso. Se sirvió para él. El vaso de ella quedó vacío.

-Sírveme a mí también.

- ¿Con los dedos?

-Como tú quieras, hombre...

Sonaba el solo del bajo y las cuerdas arañaban en el vientre y el hormigueo subía por las pantorrillas hacia los muslos.

-¡Por nosotros! – levantó el vaso Palmira.

-Y por el buen jazz – enfatizó Tardón.

-¿Sabes cómo se llama esta canción?

-He conocido el saxo de Coltrone, perno no sé el título...

-I see your face before me – susurró Palmira mirando fijamente a Petronilo.

-Pues muy bien, porque mi inglés no llega ni hasta ahí.

Los ojos seguían allí, clavados, y los labios se entreabrían. La invitación, el solo del bajo, las escobillas sobre el vientre y todos los demonios revueltos junto con el vaso de güisqui. “¿A qué he venido aquí?” pensó Tardón, pero aquellos labios se acercaban y la respuesta se perdió en la suavidad del beso y la mano de Palmira en la nuca de Tardón. La canción se disipaba en un acorde de todos los instrumentos, pero ya no era necesaria la música. No obstante en plena batalla sonaba la voz cálida y aterciopelada de una dama que Tardón no conocía que lamía los huesos con un “kiss me” innecesario. Y allí estaban las medias de seda que soñaba Tardón. En pleno fragor de la batalla Tardón no olvidaba el objeto contundente que había en el bolso de Palmira, sin embargo se dio una tregua para tratar ese asunto. También quedaban lejos los niños de acogida...

Despertó porque notó frío. Miró al rededor. Se encontraba sentado en una marquesina del autobús. Miró las esquinas: La Glorieta de Bilbao. Las tres de las mañana.

sábado, noviembre 24, 2007

CAPITULO X

Capítulo 10

--¡Al fin has venido!, – exclamó Tardón-. Por poco apareces cuando esto se acaba. No obstante has llegado en el momento oportuno. Luego te cuento. ¿Has visto quién está aquí?

-- ¡Ahí va, La Bailarina!, – se sorprendió Paula Marta, mientras se dirigía a Palmira- ¿Y tú qué haces aquí?

-- Yo trabajo aquí – saludó sonriendo Palmira a Paula Marta- soy yo quién pregunta qué haces tú aquí.

--¡Este trasto! – señalando a Tardón – que siempre me mete en los follones que a él le gustan.

-- ¡A mi no me impliquéis en nada yo vengo de invitado!

No se habló más. Emma se sentaba en una silla y abrazaba una guitarra. Los músicos esperaban expectantes. El batería cruzaba los brazos y sostenía en cada mano su baqueta, prontas y dispuestas para acompañar a la espontánea. El bajo, hacía descansar el mástil de su instrumento sobre el hombro y lo abrazaba por la cintura como si fuera una novia. El piano asomaba su cabeza rubia por encima de la caja y también miraba a la cantante a través de sus gafas, con esa mirada tan característica de los miopes que en más de una ocasión resulta arrolladora sin que ellos lo adviertan. El guitarrita dejaba descansar su guitarra roja sobre el soporte y miraba con los brazos cruzados. El saxo colgaba del cuello de Rafael Serrano que aguardaba con una sonrisa en los labios y observaba tanto a los músicos como a la sala. Se sentía responsable del experimento.

Joaquín Amestoy no había perdido el tiempo y disparaba su flash sobre el escenario. Un camarero se le acercó.

--No están permitidas las fotos.

--Son privadas para los músicos, que son amigos míos.

--¿Eres amigo de Rafa Serrano?

--No sé quien es, pero soy amigo del guitarrista, Chema Sáez y del pianista Miguel Rodríguez.

--Bien, pero no quiero fotografías de los clientes. Si lo intentas te mando otro mensaje. ¿De acuerdo?

--¡Oído cocina!

El público, además de la mesa de los amigos de las rusas, no era muy abundante dos mesas con dos parejas cada una y otra con cuatro hombres en esa edad mediana de los cuarenta que tomaban copas sin prestar mucha atención a lo que sucedía en la sala. Parecían congresistas de algún extraño evento en horas de asueto o forasteros en Madrid acortando la noche del sábado.

El mismo camarero se acercó por la mesa a ofrecer copas a la recién llegada, momento que aprovechó Palmira Márquez Tierno para avisar de que el fotógrafo era amigo de todos.

Emma rasgueaba una guitarra clásica para ajustarla a su garganta. Delante de ella, dos micrófonos: uno para la voz y otro para la guitarra.

--Buenas noches – se dirigió a la sala-. Perdón por mi osadía, pero no me quedaba más remedio que complacer a estos amigos españoles que tanto me quieren y a quienes tanto debo.

Acto seguido empezó a sonar la guitarra. El silencio en la sala era total. Sólo los disparos de la máquina de Joaquín rompían el impresionante silencio. Hey Jude.

La voz aterciopelada acariciaba la letra en perfecto inglés y la guitarra sonaba acompasada, rítmica, armoniosa, perfecta. En el segundo Hey Jude comenzó a tintinear una leve pandereta. Rafael Serrano se balanceaba marcando el ritmo. Al tercer Hey Jude se dejó oír un bombo marcando el compás de la guitarra. Después fueron unas notas del bajo, después el piano y después el coro...

--¡Together! – invitó Rafa Serrano a la sala.

En la sala se fue levantando un murmullo de “laaa lalalaa, Hey Jude” al tiempo que todos movían sus cuerpos. El batería se había ajustado perfectamente al ritmo de la cantante improvisada y los músicos hacían los coros. La sala se convirtió en una fiesta donde todos participaban.

--¿Y esa quien es? –preguntó Paula Marta a Palmira.

--No sé – contestó Palmira Márquez-. Una de las de aquí que quiere hacerme la competencia. Pregúntale a Petronilo.

--¡Cuanto tiempo sin verte!, – se interesó la periodista-. ¿Cómo te va? ¿Sigues cantando ópera?

--Me va, que no es poco –se quejó Palmira-. Canto donde sale y lo que sale.

Joaquín había aprovechado los aplausos y el coro de todos los asistentes para apuntar su flash hacia la mesa de la reunión. El camarero vigilaba para que la cámara no emprendiera otras direcciones.

Svela gritaba entusiasmada y puesta en pie. A Víctor Fernández se le iluminaban los ojos y se retorcía en el asiento. Le hubiera gustado subir a la tarima tanto para abrazar a Emma como para recibir los aplausos. Inés aplaudía pero difícilmente disimulaba la tensión que sufría. Jorge, el novio de Inés, casi dormitaba, parecía que la fiesta no iba con él.

Rafa Serrano, de nuevo al micro, agradecía la actuación de Emma, mientras ella le devolvía la guitarra y se despedía de cada uno de los músicos con un beso. Fue Svela quien comenzó a gritar ¡otra, otra, otra!, cuando Emma daba el primer paso para abandonar el estrado, después se unió toda la sala. Joaquín seguía con sus fotos. Rafa Serrano y los demás músico rogaron a Emma que aceptara la invitación y la bielorrusa tomo de nuevo la guitarra, rasgueó y advirtió.

--Pero ésta es la última.

Acto seguido entonó “¡Qué tiempo tan feliz!” Expectación. La voz nostálgica e intensa de Emma volvió a sonar. Ahora nadie la acompañó con ningún instrumento. El recuerdo, tema común en ambas canciones, tomaba en ésta la vía de la evocación de tiempos mejores que Emma acentuaba dirigiendo de cuando en cuando la mirada triste hacia sus amigas.

--Sabe usar la voz, pero no la tiene muy educada –susurró Palmira a Tardón.

--Es cantaora de grupo de amigos, no de tablao como tú –le contestó PMT al oído, casi rozando el lóbulo con los labios-. Tú lo haces mucho mejor, pero le pones menos sentimiento.

--Espérate y verás –replicó Palmira también al oído de Tardón.

Tardón se volvió porque se le erizaron los pelos con el aliento caliente de la cantante. Miró a los ojos a Palmira y le tomó la mano. Palmira correspondió con un suave apretón que presagiaba complicidad. Emma terminaba su canción y la sala entera de nuevo aplaudía, ¡hasta la mesa de los cuatro hombres indiferentes! Otra vez besó a todos los músicos y descendió del estrado mientras Rafa Serrano le agradecía el gesto. Sin transición, los músicos arrancaron con un estándar que permitía el lucimiento y el virtuosismo de cada uno de ellos. Solo de saxo, solo de piano, bajo, batería, vuelta y apoteosis final... música condescendiente para tomar una copa, charlar y fumar sin necesitar una atención excesiva. El jazz en los tugurios donde nació: las cavas parisinas.

Emma, de nuevo entre los amigos, ocupaba su asiento junto a Víctor Fernández. Petronilo había presentado a Paula Marta a las maestras bielorrusas. Paula Marta, que no desperdiciaba ocasión, charlaba con ellas sobre su misión, el congreso al que asistirían, que, por cierto, se celebraría en Alcalá de Henares, en el salón de actos de la Cisneriana.

--Inés –intervino Víctor Fernández- ¿Por qué no vienes tú también al congreso? Yo te invito.

--Muchas gracias, Víctor, pero yo tengo que trabajar –agradeció Inés-. Ya sabes que mi ocupación ya no se dirige hacia el español como asignatura, sino como herramienta de trabajo.

--Pero podrías disponer de más tiempo con tus amigas.

Inés vio la oportunidad de comunicarse otra vez a solas con Emma.

--Emma y yo nos tenemos que ver ¿verdad Emma?

--Sí, sí, cuando tú quieras –respondió veloz Emma.

Inés sacó una libreta y apuntó algo en una hoja y la arrancó.

--Toma –ofreció a Emma el papel doblado-. Y no pierdas mi teléfono otra vez.

Emma abrió la nota y advirtió que había algo escrito. Volvió a doblarla y la guardó en el bolso. Tardón también advirtió que en la nota había escrito algo más que un número de teléfono.

Los músicos terminaban su segunda pieza. Los aplausos sirvieron para que

Jorge, el novio de Inés comunicara sus deseos de marchar. El grupo en general estuvo de acuerdo en que la hora, más de las dos de la madrugada, se presentaba idónea para la retirada. Se hizo una derrama entre los hombres. Palmira bebía gratis, según dijo ella. Joaquín exigió a Paula Marta que pagara, que para eso era la jefa. Paula Marta protestó, pero ni permitió que Petronilo pagara por ella ni se negó a pagar por Joaquín.

--¿Por qué no os quedáis un poco más?, –invitó Palmira-. Falta mi segundo pase.

--Nosotros nos vamos –insistió Jorge.

--Y nosotros también –corroboró Víctor Fernández.

Petronilo y Paula Marta se miraron.

--Nosotros nos quedamos ¿verdad Paula Marta? –concretó Petronilo Marceliano.

--Sí. A mi me apetece escuchar a Palmira. Nunca le he oído cantar – sentenció segura la periodista.

Las dos mesas juntas resultaban excesivas para las tres personas que las ocupaban, porque Joaquín había salido con los que se iban “para hacer una foto de familia” según dijo. Petronilo Marceliano Tardón se vio atrapado otra vez en un club de jazz por Palmira Márquez Tierno y Paula Marta Temprano. Tomó una mano de cada una y exclamó para las dos.

--Esta vez no tengo regalos para vosotras, aunque vuestra compañía sí es un regalo para mí.

--¡No te pongas cursi!, -exclamó Palmira- que no te va. Aquí estamos todos trabajando. ¿A que sí Paula Marta?

--Yo he venido a tomar una copa porque Petronilo insistió. Pero mi trabajo ha terminado hasta el domingo al mediodía.

--Pero no has perdido tiempo en asegurarte un reportaje.

--Como tú no pierdes tiempo si te ofrecen una actuación.

--¡Vaya, vaya! Las gatitas se arañan.

--¡Pero con mucho cariño! –rieron ambas a la vez.

Los músicos comenzaron otra pieza. Palmira se levantó.

--Me marcho. Entro después de esta pieza. ¿Os esperáis a que termine y tomamos tranquilamente una copa con los músicos?

--Ninguno tenemos que madrugar mañana – concedió Tardón.

--De acuerdo – ratificó Paula Marta.

--Entonces, hasta luego –se despidió Palmira.

Joaquín regresaba a la mesa sin soltar su cámara. “¿Dormiría con ella?” se preguntó Petronilo.

--Como te dije, aquí hay más que cuestiones de niños y congresos de español. Esta noche es la segunda vez que Inés entrega una nota a Emma.

--Era el teléfono, hombre.

--Sí, escrito en cirílico.

--¡Los tengo a todos! – se sentaba Joaquín-. Los cuatro hombres que estaban en la mesa salieron cuando se fueron éstos y a esos también los tengo. A las parejitas las había cazado antes.

El camarero se acercaba.

--¡Cuidado, el camarero!, -avisó Paula Marta.

--¡Ahora me toca a mí la copa! –exclamó Joaquín.

--¿Qué tomarán los señores?, – interrumpió el barman-. Invita la señorita Palmira, la cantante.

Repitieron los güisquis y el gin tonic.

--Bueno, ya conoces a casi todos los protagonistas de la movida esta.

--Pero la única que cuida niños es la que cantó.

--Sí, efectivamente, Emma. Svela, la letona, viene para encontrarse con sus amigas Inés y Svela. Pero las relaciones entre Inés y Emma son extrañas: parecen adolescentes pasándose notas.

Callaron porque aparecía en el escenario Palmira Márquez. Vestida como Rita Hayworth. Entonó “Amado mío”. El guante se dirigió a la cara de Petronilo que lo cazó al vuelo y lo besó mirando a la cantante que continuaba interpretando a Gilda. El Segundo jazz se convirtió en el tugurio de Montevideo. Sólo faltó la bofetada.

Terminada la actuación de la cantante no quedaban clientes en el club.

--¿Te ha gustado? –preguntó Palmira a Tardón.

--El guante olía muy bien. Me gustaría profundizar en el sabor, ya conoces mis debilidades.

--Cuando tú quieras me llamas y te invito a un café. Me gusta hacerlo en cafetera italiana y molerlo antes de hervir el agua. Apunta mi teléfono.

--El ritual auténtico de un buen café –río Petronilo.

Organizaron la retirada: Joaquín llevaría a Paula Marta y a Miguel Rodríguez hasta Alcalá de Henares. Rafa Serrano acercaría a su casa a la cantante. Petronilo Marceliano Tardón se quedó solo con el teléfono de la cantante y la invitación para tomar café. Iría al día siguiente.

La noche, tranquila, invitaba a pasear. Petronilo aprovechó para descender por la Castellana enredando con sus fantasías hasta Atocha donde vivía en una pensión.

martes, noviembre 20, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPÍTULO IX

Capítulo 9

La noche del sábado se habían citado en Segundo Jazz. Tocaba Rafa Serrano, amigo de todos, un saxo extraordinario. Llegaron en distintas bandadas pero casi todos al mismo tiempo. Desde Torres acudieron Víctor Fernández, Emma y Svela. Tardón venía desde Madrid. Poco después llegaron Inés y Jorge.

Los músicos comenzaron a juguetear. De pronto apareció aquella mujer: rubia alta, vestida de negro, “con un swing que derretía el hielo de las copas” voz impostada, pegada a los instrumentos, paralela al piano que le adelantaba la nota dejándola en la libertad de expresar el sentimiento que requería la canción, voz casi nasal, perfecta para la balada, ese desahogo dulce, sensual. La cantante arrullaba y movía los demonios de los presentes. Tardón la reconoció. Era la misma que se había encontrado en Alcalá cerrando aquel congreso hacía dos años, cuando el caso del director de coros que apareció muerto. Ignoraba que cantara jazz. La misma voz, la misma categoría pero cien puntos arriba en la sensualidad. Quizás fuera el local, quizás la circunstancia, el momento... A Tardón le recorrió un escalofrío: aparecían escenas que más valía olvidar, pero era imposible. Había visto y vivido de todo, al menos eso creía él, sin embargo aún el tiempo para las sorpresas no había terminado. Allí estaba. No había vuelto a saber de Palmira Márquez desde que la dejara en compañía de Paula Marta aquella noche extraordinaria e irrepetible. Y allí estaba otra vez. Cantó cinco canciones y desapareció detrás de la tarima que servía de escenario. Rafa Serrano también dejó el saxo apoyado sobre el soporte. Se dirigió hacia la mesa de sus conocidos. Se acercó el camarero.

--Ponme un cubalibre.

Víctor Fernández presentó el músico a las tres rusas y a Jorge. A Tardón no era necesario, se conocían de sobra. Tardón sólo miraba. A Tardón le entusiasmaba el jazz, pero Tardón había acudido para observar. Esperaba vagamente que Paula Marta apareciera por el bar acompañada de Joaquín Amestoy. Sería el momento de las fotos en familia y también el momento en que entraran en contacto la periodista y las maestras. Petronilo había pensado no presentar a Paula Marta como periodista, para que la gente hablara de manera más distendida, sin embargo no parecía fácil este empeño. Cuando advirtió quien era la cantante, la idea se vino a bajo. Tardón agudizaba el ojo, pero él también se sentía observado por la cantante Palmira Márquez, amiga de Leopoldo Rodríguez.

Rafael Serrano se mostraba muy agradecido porque los amigos del pueblo hubieran escogido su música para deslumbrar a las rusas.

--¿Qué os ha parecido? – preguntaba de manera genérica sin dirigirse a nadie en concreto.

--Muy interesante. Yo conozco poca la música de jazz- comentó Svela inundando la conversación con su contagiosa sonrisa.

--En el segundo pase, te invito a que cantes.

--No, no, volvió a reír Svela, a mi no. Invita a Emma y si tienes una guitarra se la dejas. Ella es la que canta muy bien.

--¿En español o en ruso? – preguntó Rafael Serrano.

-- En lo que haga falta – contestó Víctor Fernández- Emma lo canta todo.

Víctor Fernández se mostraba constantemente pendiente de Emma. A Tardón le pareció que no se podía hablar de romance, más bien de embobamiento. Le gustaba lo extraño, eso era todo: Víctor , se había casado con una mujer francesa hacía muchos años. Se casó con lo exótico: por presumir del ligue con la turista. Los años setenta eran así. Ahora repetía la misma historia: intentaba ligar con Emma porque era rusa. Sin duda alguna Emma trascendía más allá de la simple apariencia física, a ella añadía su cultura, su don de lenguas, sus opiniones siempre medidas y su claridad de ideas. Estos datos también encandilaban a Víctor y a Emma no le parecía nada mal el cortejo.

--En la segunda parte te invito a cantar. ¿Te atreves? –insistió Rafael Serrano.

--No he cantado nunca jazz, pero si me dejáis una guitarra y me seguís, canto– concedió Emma en tono pausado y los ojos brillantes por la alegría tan difícil de ocultar manteniendo aún su la actitud seria.

--¡¡Muy bien Emma!! - inundaba con su cristalina alegría Svela el atrevimiento de su amiga.

--¡Me gustaría acompañarte al piano! –Exclamó Víctor Fernández.

-- ¡Hombre, Víctor! – se extrañó Serrano-. No seas tan atrevido, que al piano está Miguel Rodríguez y del escenario no nos la llevamos.

--Si lo que siento es envidia por no poder tocar como vosotros -contestó Víctor Fernández.

Servían las copas cuando avanzaba por entre las mesas la cantante de jazz. Se dirigía al grupo. Vestía de calle, ya no llevaba puesto el vestido negro sino un pantalón ceñido que resaltaba las caderas. El pelo rubio se derramaba en una melena suelta por la espalda. En el rostro, un tanto pálido a pesar de los coloretes, reinaban dos ojos azules expectantes y acariciadores. “Océanos para perderse, pensó Tardón” que hablaba poco y observaba las estrategias de ligue del amigo Gabril del Rosal.

--Hola – saludó a la concurrencia- y buscó una silla para sentarse entre Tardón y Rafa Serrano.

--Bueno, no la conocéis –presentó Rafael Serrano-. Ella es Palmira Márquez Tierno.

--Sí nos conocemos- cortó Tardón-. ¿Verdad Palmira?

--¡Claro! Nos conocimos en Alcalá. Nos presentó el padre del pianista.

--Pues como Petronilo ya la conoce y conoce a todos vosotros que os la presente él.

Tardón fue escueto:

--Aquí una cantante, aquí un grupo de amigos. El resto lo pone la conversación.

Palmira saludó a todos con una sonrisa, extrañada de la breve introducción. Víctor Fernández, acorde con su actitud de parecer más educado que nadie, ejerció de animador:

--Ellas tres son bielorrusas –comenzó- y...

--¡No!- cortó riendo Svela- ¡ellas son bielorrusas! ¡Yo soy letona y me llamo Svela.

--Bueno, pero estudiasteis las tres juntas la misma carrera filología hispánica- volvió a puntualizar de manera pedante Víctor Fernández y continuó-: las tres son profesoras en sus países y están aquí acompañando a los niños de acogida que traen cada verano. Esta noche es su noche libre, porque es sábado y hemos venido a escuchar a Rafael Serrano que es vecino nuestro. Ellas son Svela, Inés y Emma. A ellos ya les conoces – señaló a los dos hombres que tenía a cada uno de sus lados, Rafa y Petronilo. El es Jorge, amigo de Inés y yo soy Víctor Fernández, profesor y escritor, como Petronilo.

--A mi no me metas en líos. Yo escribo algunas cosillas – intervino Petronilo- aquí el erudito es Víctor Fernández. El hombre que más novelas ha comentado en el mundo...

La conversación derrotó por senderos diversos y vericuetos de confidencias a medias palabras, risas sonoras de Svela, chistes de Rafael Serrano, intereses por la música de las mujeres y los ojos medrosos de Inés. El novio de Inés, absolutamente silencioso durante toda la noche, mostraba la cara depresiva que Víctor había advertido en el primer encuentro en Madrid. Parecía cansado y fuera de lugar. Inés, mostraba el rictus asustadizo de los ojos junto a la sonrisa, si no tan franca y abierta como la de Svela, al menos sincera aunque forzada. “Está triste Inés”, se había dicho para sí mismo Tardón, observador de la noche.

Inés, se sentaba entre Tardón y Jorge. Tardón pudo escuchar que Palmira y Inés hablaban de lugares que las dos conocían aunque sin darse excesivas explicaciones y ni mostrar más confianza.

--Inés, levanta ese ánimo -exclamó Svela-, poco arreglarás con esa actitud.

--La nostalgia me embarga. Es irremediable -explicó Inés.

--¿Y tú Emma cantarás con Palmira? –preguntó Víctor Fernández.

--Yo no puedo cantar con Palmira – se defendió sorprendida Emma -. Ella es mucho mejor que yo y canta otras músicas...

--¿Tú cantas? – se interesó Palmira.

--Sí, pero en casa y con los amigos.

--Generalmente todas vosotras disponéis de una muy buena educación musical.

--En mi país la música tiene mucha importancia en la escuela, desde muy niños se les enseña a cantar y a tocar algún instrumento.

Inés aprovechó la conversación de Palmira y Emma para lanzar una mirada entre amedrentada y cómplice a Emma como invitándola a una confidencia entre ambas. Era el mimo mensaje que lanzaba la noche de la cena. Para Tardón tampoco paso desapercibida. El reloj marcaba la una y media de la noche. Petronilo dio por perdida la asistencia de Paula Marta. Rafael Serrano se despedía y volvía al escenario. Palmira permanecía en el corro. La luz se hizo más tenue en la sala y se iluminó el proscenio. Los músicos sobre las tablas volvieron a entrar al saco con el clásico “Summertimes”. Cuando terminó la pieza, Rafael Serrano tomó el micrófono para saludar de nuevo a los asistentes y anunciar que se encontraba en la sala una mujer con una voz impresionante.

--Es bielorrusa, nos visita esta noche en compañía un buen grupo de amigos y la invitamos a que suba con nosotros y cante. Ella es Emma. Emma mostró sorpresa, el rostro triste y sereno tomó un cierto color rosado de vergüenza.

--¡¡¡Que suba, Que suba!!!- aclamaron desde la mesa.

Las miradas de los presentes se dirigieron al lugar más bullicioso y poblado. Emma se levantó y se dirigió la tarama en medio de un gran aplauso.

En esta circunstancia Petronilo advirtió unas manos sobres sus hombros y unos labios que besaban sus mejillas. Era Paula Marta.

sábado, noviembre 17, 2007

OPERACION BALALAIKA CAPÍTULO VIII

Capítulo 8

Cuando Petronilo Marceliano llegó a Alcalá de Henares procedente de Torres, llamó a Paula Marta Temprano. Deseaba hablar con ella y la mañana se presentaba propicia, pues el haber dormido en Torres facilitaba el encuentro. No la llamó a la redacción de El Tribuna de Alcalá, sino a su teléfono particular. Deseaba hablar a solas y no quería que su llamada se registrara en la recepción. En fin, la cita se produjo con puntualidad inglesa a las tres de la tarde en un restaurante de bodas y comidas de empresas que regentaba un italiano afincado en Alcalá. El restaurante, cercano a la estación de trenes, se ubica en la calle Infantado. Mientras esperaba a esa hora Petronilo se embebió en una novela de ladrones que había comprado poco antes en la librería de lance que abre sus puertas en la Plaza del Palacio. Una novela barata titulada “La canción de los ladrones” escrita por un tal Sergiusz Piasecki y publicada en España por Plaza y Janés en 1961. El ejemplar que tenía en la mano, había sido vendido por primera vez en la librería “Editorial Gómez” de Pamplona y había costado quince pesetas. Una vez deslomado, a Tardón le había costado un euro, la inflación, la Unión Europea y la pérdida de valor del dinero, pero eso poco importaba. Había comprado el librito porque en el prologo se decía que la novela había sido escrita en Vilna durante el tiempo de la ocupación alemana. Y el autor afirma: “por aquel entonces tenía que interrumpir mi trabajo en mitad de una frase, sin poderlo reanudar hasta pasados algunos meses a causa de la situación política”. También hablaba en el prólogo, escrito por el propio autor, de una población que el llamaba Minsk Litewseki y de otra Minsk-Komarowka. La novela trata de justificar la actividad de los ladrones por pura necesidad de supervivencia y porque cualquiera puede caer del lado malo de la vida. Termina el prologo con alegato definitivo: “Yo os digo que a la prostituta y al ladrón que, no hace mucho, pelearon a vuestro lado por la libertad de nuestra nación, tal vez los encontraréis alguna vez en la última barricada de la cultura. Si vencen en esta última barricada, entonces ya no habrá jamás criminales profesionales.” El prólogo lo había leído en la propia librería y le llamó la atención la nacionalidad indefinida del escritor, casi rusa, casi polaca, casi lituana, tan indefinida como las propias fronteras de la Rusia Blanca.

Llegó al restaurante Calafell y pidió una mesa discreta. Conocía al dueño, un italiano, desde los meses que vivió en Alcalá. En aquella misma calle vivía una de esas amigas que Tardón visitaba de año en año y que siempre terminaban en una unión de almas solitarias y cuerpos hirvientes: amores desperdigados. Tentado estuvo de tocar el timbre. La hora no era mala: dos y media de la tarde del primer viernes de julio. Su amiga, Clara, ferviente católica, estaría sola en casa. Su marido, abogado, trabajaría aún en el despacho o comería con algún colega. Buena hora y buen día para labores de caridad amorosa: la hora de la siesta propicia cualquier encuentro. Pero optó por la prudencia. Hoy se lo dedicaba a Paula Marta. El dueño y maitre le indicó un rincón discreto al fondo del amplio salón. No había mucha gente: tres mesas ocupadas. La época de las comuniones y la despedida de curso habían pasado. No era día de bodas. Pidió vino y advirtió que esperaba compañía. Aún no había consumido la primera copa cuando aparecía la periodista. También hoy vestía pantalones. ¿Por qué ocultaba las piernas si las tenía muy bonitas? La camisa resaltaba los firmes pechos y los botones parecían a punto de liberar la abundancia. El frío del local propicio la floración de las manzanas y Petronilo se quedó un momento perplejo entre besar en las protuberancias o en los carnosos labios de Paula Marta. De nuevo la contención, como exigía la regla, limitó el saludo a los besos protocolarios en las dos mejillas.

--Entonces dos gazpachos – concluyó el camarero.

--Sí, sí – contestaron a coro Paula Marta y Tardón.

--De segundo os recomiendo unas chuletitas de cordero muy ricas.

--Eso esta bien – afirmó Tardón.

--Yo prefiero el solomillo de ternera – precisó Paula Marta.

-- ¿Os traigo gaseosa?

--Una jarra de agua, mejor – escogió la periodista.

El metre se retiró.

--Bueno ¡cuéntame! – se lanzó Paula Marta sin esperar a los postres.

--Quería verte porque el asunto de los niños de acogida se complica.

--¿En qué sentido?

--Ya te advertí que yo soy viejo para estos trotes del reporterismo. Eso corresponde a gente joven con ganas de meterse en líos y aquí los hay.

--¿Pero de qué tipo? –se puso seria Pula Marta.

--Pues verás y yendo al grano: los niños en sí importan un bledo. Tengo la sensación de que no vienen los que lo necesitan sino los que tienen enchufe o pagan por venir. Las maestras se ocupan de más cosas que de cuidar a los niños y en torno a ellas revolotean como moscones personajes de poco fiar.

--Son putas.

--No, no. No van por ahí los tiros. Me da estremecimiento decirlo, porque no dispongo de ni una sola prueba, pero tal vez haya contactos con mafias o grupos extraños.

--¿En qué te basas?

--En nada en particular: en sensaciones e impresiones. Sería interesante que tú conocieras al grupo.

--Si vas a tener alguna reunión con ellos, te mando una periodista rumana que trabaja con nosotros. Es muy buena.

--Yo preferiría que vinieras tú. El montaje parece serio.

--Pero yo no puedo. Ya sabes que ahora me encargo de otras cosas y que uno de los motivos del ascenso es precisamente que no me meta en berenjenales.

--Pero una periodista de raza como tú, no puede dejar escapar un buen reportaje e intuyo, por aquello del olfato, que este es un gran reportaje y ya te digo, no por el asunto de los niños, que ese sí se lo puedes encargar la rumana, o a quien quieras y hacer un gran despliegue de fotos, pero hay más y no sé lo que es.

La camarera, una rumana rubia comedida y tímida, servía ya el segundo plato. Las chuletilla recientes y bien asadas y el solomillo despedía un olor que presagiaba un sabor exquisito. Unas setas revoloteaban sobre el color marrón de la salsa.

--Huele bien tu salsa.

--Prueba si quieres –ofreció Paula Marta.

--No, gracias, tú también hueles muy bien.

--Pues prueba también, pero antes dame alguna pista, convénceme, véndeme el reportaje.

--¡Eh, eh, hermosa, que ya no eres la redactora jefe ni yo te quiero colocar nada, ni estoy para juegos malabares. Soy viejo y pellejo y hay cosas que ya no ejerzo: ni el periodismo y la carne cruda. Mi tiempo de ligar y discutir con esos personajes a los que había que ofrecer cinco temas para que dijeran que no a cuatro, ya ha pasado. Yo sólo tomo notas en libretillas y si acaso, acribo impresiones personales, ¡pero muy personales! en mi blog que ahí sí me he modernizado.

--Ya te leo. Escribes muy bien y dispones de una serie de fans que siempre apostillan tus estrambóticos comentarios tan bien contados.

--Pero de esto, como habrás podido observar, no he escrito ni una sola palabra.

--Ya lo he notado.

--Mira: el sábado toca en Segundo jazz Rafael Serrano y Miguel Rodríguez, a quien tú conoces muy bien desde hace años. Apareces por allí a eso de las doce de la noche y te llevas a Joaquín Amestoy con el pretexto de hacer unas fotos a los músicos. Como yo estaré allí, propicio el encuentro y te presento a toda la fauna.

--Dime al menos quienes van a estar allí.

--No lo sé con certeza pero te adelanto caracteres.

--Ya. La novela.

--Bueno, pues la novela. Sabes perfectamente que cada reportaje lleva tras sí otro reportaje y en cada novela de puede contar el revés de la trama.

--Cuéntame, a ver –rió concesiva Paula Marta.

-- Por de pronto los músicos: conozco a Rafa Serrano y tú a Miguel Rodríguez, dos grandes del jazz español, aunque todavía jóvenes y posiblemente también toque Chema Saez. Sólo por escucharles merece la pena.

--Hasta ahí bien.

--Un profesor del instituto Complutense, prendado de los efluvios de las bragas rusas.

--Suena erótico.

--Te podría contar más cosas, pero no procede.

--Sigue.

--Tres maestras: una letona, otra exiliada en España y una tercera que viene con los niños. Las tres hablan perfectamente español y estudiaron juntas. De una se dice que le tiró los tejos el antiguo KGB.

--¡Marchando una de espías! – soltó la carcajada Paula Marta.

--¡Ríete, ríete!, pero por ahí van los tiros. La exiliada vino con niños de acogida y no volvió. Se quedó. Se lió con tío que se dedica a los seguros.

--Los personajes al menos son variados y propios de John Lecarré.

--O de Sergiusz Piasecki.

--¿Y ese quien es?

--Un escritor bielorruso de novelas de intriga y miseria que he descubierto esta mañana.

--¡Qué barbaridad es que cuando te metes en un tema, te metes a fondo!

--Pero no pienso escribir ni una línea. El sábado por la noche es un buen momento para que conozcas a esta pléyade. Y falta una cuarta rusa: Elena, una química que también se ha exiliado apoyada por una familia de ingenieros que hace caridad cristiana.

--Si me desenredo pronto del cierre, voy.

--¡Pero si el sábado no tienes cierre, es el día que libras porque el domingo no salís!

--¡Joder, estás en todas! –volvió a reír Paula Marta.

--Es que es un ultimátum, o vas el sábado o dejo de averiguar cosas... Además me gustaría tomar una copa contigo y presumir de amiga guapa.

--Eso me convence más.

--Entonces te lo digo de otra manera: Señorita ¿me concede la noche del sábado?

--Pediré permiso a mi marido.

--¿Casada?

--Sí con el periodismo.

--No le seremos infieles, lo nuestro será un romance pasajero. A mi me abandonó hace años. Me debe la revancha.

La conversación se alargó dos horas más. El metre ofreció helado de postre que los comensales aceptaron. Después llegaron los güisquis de Tardón y los gin tonic de Paula Marta. A las siete salieron cogidos de la mano hasta la puerta donde se despidieron con un fuerte abrazo, besos en las mejillas y la mirada repleta de esperanzas.

jueves, noviembre 15, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPITULO VII

Capítulo 7

-¿Alguno de vosotros conocíais a Inés?- preguntó Pascual a los cuatro ocupantes de su coche, cuando regresaban de la cena.

–De referencias, sí–contestó inmediatamente Víctor.

– ¿De qué?

–Tiene su historia, pero tampoco es muy larga. Verás: Emma me avisó por teléfono de que ella y Svela deseaban asistir al congreso de profesores de español y que les gustaría encontrarse, tanto a ella como a Svela con su compañera Inés. Inés, Svela y Emma estudiaron juntas en Moscú.

– ¿Y al novio?

–Lo conocí antes que a ella. Cuando la llamé, porque Emma me pidió si podría a encontrar a Inés. Fue una aventura, pero la encontré. Bueno encontré al novio. Quedé con el en la cafetería Santander de Alonso Martínez.

–Y se presentó él solo...- intervino Tardón.

–Pues sí, así fue. A Inés la conocí dos días después en el mismo sitio.

– ¡Vaya sitio para encontraros! –volvió a intervenir Tardón.

– ¿Por qué?

–Porque esa cafetería tiene fama de reunir con frecuencia a policías, periodistas y algún que otro conspirador de todas las guerras. Eso era un nido de espías y una vez que un sitio comienza una actividad, por lo común la continúa.

–Pues Jorge, el hombre no tiene mucha pinta de espía, ya lo habéis visto esta noche: tímido y depresivo.

– ¿Entonces por qué te citó a ti, Víctor, y no se presentó su novia Inés?

–Porque no sabía quién preguntaba por su novia y no se fía de nadie...

–Teme que se la quiten... – socarroneó Petronilo – No se fía de su novia.

– ¡Hay que ver qué alegría mostraba Svela. Se atrevía hasta con los chistes en español – cambió Víctor

–Es verdad - intervino Margarita Flores –. La más alegre de las tres, aunque las tres estaban muy contentas. Se las veía felices.

–Pues Emma tenía más bien una cara triste.

–Emma es muy seria – intervino Pascual. – pocas veces se ríe con alegría...

–A mi lo que me admira de Emma es su dominio del español – volvió a intervenir Tardón –, las tres amigas lo hablan perfectamente, pero Emma además conoce la cultura hispana y sabe hasta de vinos, y no creo yo que en Bielorrusia se beba mucho vino...

– Emma habla perfectamente cuatro idiomas: bielorruso, ruso, español e inglés – afirmó Víctor.

–Emma sabe mucho de todo. Por algo fue número uno de su promoción y la quiso fichar hasta el KGB – refirió Pascual.

– ¿Y aceptó?

– Ella dice que no – concluyó Pascual.

Llegaban a Torres de la Alameda donde vivían todos menos Tardón. La noche, perfecta. Aún no apretaba el calor del verano ni el relente de la meseta. Las estrellas invitaban a pasear. Pascual y Margarita explicaron que no se entretenían porque deseaban saber donde trotaba Nadia, la niña que ellos acogían por segundo año. La habían dejado a cargo de su hijo Julio, un muchacho que estudiaba Física en la Universidad Autónoma de Madrid, pero tampoco confiaban en que hubieran permanecido toda la tarde juntos: Julio, muy responsable, transitaba los dieciocho y Nadia apenas había cumplido los once. Las diferencias de intereses a esas edades son considerables.

Petronilo, como siempre propuso la última copa y Victor señaló el pub del pueblo. Sólo había un sitio que permaneciera abierto hasta la hora que la clientela quisiera, un bar tranquilo sin música, nada que ver con una discoteca. Tardón asintió. En la barra del bar se apoyaban los habituales. Entre ellos César. Cesar conocido de Petronilo de los tiempos de Malasaña, es un tipo peculiar. Al tiempo que se desarrollaba la Marcha Verde de Marruecos para reivindicar el Sahara César cumplía el servicio militar en el ejército español y sufrió una caída en una de las misiones de observación mientras buscaba y encontró algunas armas camufladas junto a un pozo de avituallamiento de agua. Esa caída le había proporcionado una pensión no muy alta pero suficiente y la amistad de algunos de los jefes militares quienes le clasificaron como buen observador. Todo ello le había permitido trabajar como vigilante jurado en una empresa fundada por uno de los militares de aquel episodio. Petronilo saludó extrañado a César y presentó a Víctor.

-Venimos de una cena intrigante – comentó Tardón - . Ha sido una cena donde había rusos y españoles hablando de cosas intrascendentes.

- Y habéis cantado “Ojos negros”- concluyó Cesar.

- ¿Y tú por qué lo sabes? – preguntó Víctor.

-Porque los rusos siempre cantan las mismas canciones: “Ojos negros” y “¡Qué tiempo tan feliz!”

-¿Conoces Rusia? – preguntó Víctor.

-Conozco más Ucrania, pero también he viajado a Moscú en más de una ocasión.

-¿Y con qué motivo? – insistió Víctor.

-De los más variados. Tengo allí un tío de los niños de la guerra que no se ha querido venir y, cuando me separé, me eché una novia rusa que además de los buenos ratos me proporcionó un arreglo de dientes perfectos. Los médicos rusos son muy buenos.

- ¿Por qué viajas a Ucrania?

-Eso son cuestiones de trabajo que poco tienen que ver con las fiestas, aunque las amistades de Ucrania son más fiables que las rusas. Son amistades de camaradería y de profesión. Cuestiones de logística que es a lo que yo me dedico. Dentro de unos meses, no sé la fecha exacta, he de volver porque tengo una boda del hijo de un gran amigo mío.

La conversación se fue llenando de copas de vodca, ambiente distendido y referencias crazadas de los tres hombres sobre sus conocimientos de los países del Este frecuentados con la imaginación, pero siempre lejos del alcance y de los circuitos corrientes de las guías turísticas. Los nombres de Inés y de Jorge centraron la insustancial y relajada charla porque ambos personajes también eran conocidos por César que se movía con mucha facilidad por todos los ambientes de la creciente inmigración de los países del este, y al parecer, Inés y Jorge también frecuentaban los lugares de cita de los eslavos. Además César andaba últimamente muy enamorado de una señora moscovita cuestión que aún le acercaba más a ese mundo paralelo que se forma en las sociedades plurales ignorándose unos a otros y coincidiendo sólo cuando se necesitan.

La noche se alargaba buscando el día y el camarero, sin insistir insinuó que se acercaba la hora de cerrar.

--¿Y tú qué vas a hacer Petronilo? –preguntó Víctor- ¿Por qué no duermes esta noche en mi casa que estoy yo solo?

Petronilo consultó el reloj que marcaba casi las cinco de la mañana. No le gustaba la idea de dormir en casa ajena, siempre le parecía que molestaba, pero no le quedaba otra alternativa.

--Bueno, o duermo en tu casa o espero al primer autobús de la mañana que pasará sobre las seis o seis y media. ¡Tampoco es tanto tiempo!

--¿Cómo vas a esperar el autobús, hombre? ¡Vente a casa!

martes, noviembre 13, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPITULO VI

CAPÍTULO 6

“¿Encontraría a la Maga?” se preguntaba Inés mientras estrechaba las manos de sus compañeras de estudio encontradas, ahora de manera sorpresiva, en aquel jardín de una casa en la periferia de Madrid. La pregunta, la misma con la que empieza Rayuela, le martilleaba una y otra vez, pero no encontraba la respuesta. Aquel encuentro nada tenía que ver con lo que ella calculaba. Allí había pasión, regocijo y risas y por encima el idioma empleado: no parecía cortés hablar en ruso, idioma que sólo hablaban cuatro de las veinte personas que se agrupaban en torno a la mesa repleta de comida y bebida, y todas hablaban español, todas menos Aliona Nikitovna que apenas lo destrozaba comunicándose, pero Aliona Nikitovna no era la mujer de confianza que ella necesitaba. Se acordaba de la guerra de Troya -¿por qué tantos mitos?- se preguntaba incapaz de olvidar su principal misión en aquel lugar. Inés necesitaba la existencia improbada de una maga para realizar el milagro de llevar dinero y trabajo a su país. Menelao había quedado dentro, Paris estaba a su lado, pero ignoraba el tiempo que permanecería. A pesar de llevar dos años en Madrid, consideraba provisional su estancia. La concurrencia de aquella noche en esta casa, absolutamente planificada, pero anecdótica parecía mágica, extraña un suceso onírico. La noche del reencuentro, se presentaba intensa Noche decisiva, donde con toda la emoción a flor de piel, no permitía la más mínima distracción. ¡Cuánto tiempo sin oír la risa cantarina de Svela, sin mirar la tristeza intrínseca de los hermosos ojos de Emma! Los demás importaban poco. Por eso asía con fuerza la mano de una y otra compañera. La anfitriona, muy habilidosa y gentil, las había colocado juntas. Debía buscar un momento, el del baño, el de retirar unos platos, el de una confidencia sin que los demás lo notaran, para esconder la breve nota en el bolso de Emma sin que los demás lo percibieran. Eso era lo importante, el resto, la fanfarria, el folklore y los cohetes de la fiesta. Emma era la única que podía desarrollar aquel trabajo. Ella debía actuar de Penélope. No quedaba más remedio.

Los mitos no acudían en balde: las tres había estudiado en Moscú filología hispánica y, por tanto la pervivencia de los mitos clásicos en la literatura española. Y ahora se encontraban aquí. Hacía años que no se veían. El corazón les conducía de manera irrefrenable hacia la nostalgia, hacia el cómo habían transcurrido sus vida desde que se separaron. Cuando terminaron sus carreras, cada una marchó hacia sus países de origen. Inés y Emma a Bielorrusia, Minsk. Svela a Letonia. Sucedió la caída del muro de Berlín, el derrumbamiento de la URSS y el empobrecimiento de todos los países de la zona. Todas se habían casado, pero ninguna con hispanistas. Emma se casó con un ingeniero, Svela con un letón relacionado con la marina, y ella, se había casado con un hombre a quien nunca había querido de forma apasionada. Las tres se habían dedicado a la enseñanza, profesión que acogía a buena parte de su especialidad, porque la traducción y las editoriales, en los tiempos que corrían no daban para tanto. Y esta noche se encontraban aquí. Svela y Emma habían sido invitadas a un congreso de lengua española, la organización les pagaba el viaje y la estancia. Inés, por su parte ya llevaba algunos años en Madrid. La invitación de esta noche se debía a que esta familia recibía en su casa a Lara, niña también de Minsk y, por fortuna, nada afectada por el dichoso síndrome de Chernovil. Lara se había colado en la expedición gracias a las buenas maneras de Emma. Incluso la madre de la niña, Aliona Nikitovna, había venido un mes antes con la intención de quedarse en España, pero la niña, por aquello del protocolo, debía regresar a su país hasta que la madre consiguiera el divorcio formal del padre. Inés conocía esos detalles a pesar de no mantener relaciones de amistad con Aliona Nikitovna, pero se le habían llegado. Conocía más referencias: Aliona Nikitovna la madre de Lara, en la actualidad hospedada en la casa donde se habían juntado para cenar, química de profesión, compañera de trabajo del marido de Emma se había separado del padre de la niña por una cuestión de alcoholismo y malos tratos. El anfitrión de la cena y benefactor de Aliona Nikitovna y Lara, ingeniero aeronáutico, hábil comerciante y profundamente católico, lavaba su conciencia acogiendo a las dos necesitadas. Sus negocios se diversificaban entre la construcción de piezas de repuesto para aviones, tratamiento de materiales de usos múltiples y la afición por las bodegas y el aceite de oliva. La profesión de Aliona Nikitovna, quizá no tuviera nada que ver con el motivo de la acogida, pero eran excesivas casualidades. Esta y otras indagaciones deseaba contrastarlas con Emma, pero el ambiente, tan familiar, tan amistoso, tan entrañable, dificultaba esa conversación. Podría decir algo a Emma en ruso, pero Svela, que reía, reía y reía no comprendería como se podría dar cabida a otra manifestación que no fuera el disfrute. Y lo más grave: tal vez diera la voz de alarma porque conocía muy bien a las dos, no en vano vivieron juntas durante cinco años. Por eso debería esperar la ocasión propicia, esperar al final de la comida cuando la formalidad se pierde y los comensales comienzan a levantarse, fumar, tomar copas y acudir al baño. En uno de esos movimientos aprovecharía para hablar con Emma las tres palabras claves. Ahora solo correspondía tomarse de la mano, apretarse y comunicarse todas las sensaciones de la reunión en este país tan lejano en kilómetros y tan cercano para ellas por profesión.

El resto de los invitados formaban un abigarrado grupo que Inés no sabía muy bien donde ubicar pero de los que, por precaución, no se fiaba de ninguno. El anfitrión, el ingeniero aeronáutico, se ocupaba de que en la mesa nunca faltara vino ni ningún tipo de bebidas. La anfitriona y Aliona Nikitovna sacaban fuentes y fuentes repletas de los más diversos manjares. La extraordinaria noche de junio, primeros días del verano así lo requería. Junto a los mariscos, los ahumados, los embutidos ibéricos, los quesos y el pisto manchegos abundaba la ensalada. Muy cercanos a los anfitriones se mostraba la pareja formada por Pascual y margarita. Ellos habían iniciado la acogida solidaria de niños bielorrusos y Margarita había ofrecido a esta familia que atendiera a Aliona Nikitovna y Lara. Pascual, ingeniero electrónico de una marca internacional había tenido algún contacto profesional con el anfitrión.

Los otros tres invitados uno era su novio, Jorge, que se dedicaba a los seguros, Víctor Fernández, quien la había buscado para saludar a Emma y representaba a la asociación que organizaba el congreso al que habían sido invitadas las dos amigas lingüistas y Petronilo, hombre extraño, que bebía vino y en ocasiones parecía discutir con el anfitrión. Disponía de una voz cascada y rotunda, muy fuerte, pero hablaba tan deprisa que resultaba difícil de entender. En su aparente desinterés por la cordialidad se le consideraba un hombre humanista y preocupado por los asunto sociales más allá del gesto. Le interesaban los asuntos de fondo. Parecía distraído, pero Inés había notado que no perdía de vista a las tres compañeras. En su aparente desinterés, observaba y se le veía emocionado, como si se preguntara qué pasaría por las mentes de tres compañeras tan unidas y ahora residentes en distintas culturas y sociedades con diferencias abismales.

El representante de la Organización del Congreso de Hispanistas, Víctor, parecía todo lo contrario a Petronilo. Muy educado, siempre al tanto de facilitar las relaciones, preocupado porque la velada fuera amena, cambiaba con desenvoltura de conversación con el fin de que nadie se sintiera aislado. También bebía pero prefería la cerveza. En un momento de la noche, cuando Inés pensó que era el momento de comunicarse con Emma, Víctor sacó una guitarra y comenzó a cantar. Inés se sintió en la universidad quince años antes. Entonces tomó de la mano a sus dos compañeras y sintió la mirada intensa y curiosa de Petronilo sobre el grupo de las tres. Emma tomo la guitarra, y entonó “Qué tiempo tan feliz” con sus voz profunda y sus ojos perdidos en un punto indefinido entre la boca de la guitarra y las estrellas que brillaban en lo alto. Había una ensoñación, una nostalgia profunda. ¿Quien sería la Maga que deshiciera el hechizo y provocara la vuelta a la cruda realidad que ella, Inés, tanto necesitaba? No era la voz de la cantante ni la añoranza de la juventud, más bien la tristeza de la ausencia de la tierra. Inés, hizo un esfuerzo por contener las lágrimas, Svela lloró. Entonces fue cuando Inés sintió sobre el grupo la presión de la mirada de Petronilo. “¡Cuidado! ¡Cuidado con éste!”, Se dijo. Pero en los abrazos entregó la nota a Emma.

sábado, noviembre 10, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPÍTULO V

CAPITULO 5

Llegaron los niños a quienes recibió el alcalde y les ofreció las instalaciones del colegio para el encuentro matinal de cada día. Se esbozó un horario que se cumplía de manera más o menos rigurosa. Los niños se levantaban a las ocho. Desayunaban en sus casas, acudían al colegio a las nueve donde, en asamblea, comunicaban en ruso los avatares de la estancia con los padres de acogida. A la una los padres recogían a los niños e invitaban, cada día una familia, a comer a la monitora. Las tardes se dedicaban a la convivencia y Emma descansaba en casa de otra familia voluntaria que le había ofrecido una habitación.

Las noches se concentraban en la plaza de Torres. Las abundantes y amplias terrazas propiciaban la charla tranquila, las copas de la media noche, los chistes y las confidencias. En torno a la monumental iglesia los niños jugaban y corrían sin peligro. Las familias que había acogido niños solían lucirlos en este lugar público con una doble finalidad: los niños se veían entre sí, los padres de acogida se contaban sus experiencias y los chicos veían a su monitora en un ambiente neutral y podían consultarle sus circunstancias. Emma acudía siempre acompañada de Margarita y Pascual que acogían. Al corro además de Víctor del Moral aquella noche se había unido Petronilo Marceliano Tardón que con la excusa de visitar a sus amigos Paulino y Laura se había unido al grupo porque conocía a Pascual, a Margarita y a Víctor Fernández. Su presencia no distorsionaba las conversaciones ni las relaciones. Otras noches la mesa se duplicaba y aparecía mucha más gente, pero el grupo habitual lo constituían Pascual y Margarita , Emma y Víctor Fernández.

Aquella noche Emma, siempre melancólica, parecía más triste que otros días. Habían surgido algunas contrariedades, comunes e inevitables, en la convivencia de los niños con los padres de acogida. Los chicos se quejaban a Emma de que en algunas casas no les trataban como les habían dicho en Minsk y se mostraban contrariados. En el envés de la hoja algunas casas de acogida consideraban que la conducta de los visitantes dejaba que desear. Esto último, presentaba una solución rápida y convincente: los niños extrañaban a los nuevos y se aconsejaba paciencia a los acogedores. Emma se lamentaba de esa falta de paciencia de unos y de otros y procuraba mediar en las relaciones.

-Nosotros lo dimos todo en ayuda a los demás, y a nosotros ahora no nos ayuda nadie – se lamentaba.

-¿A qué te refieres cuando dices eso?, – preguntó Tarón - ¿A nuestros exiliados?

--También a vuestros exiliados, pero no tanto a ellos como a otros países. Vuestros exiliados también nos ayudaron a nosotros. Fueron buenos profesores. En mi Universidad había dos extraordinarios, por eso nosotros hablamos tan bien el español. Me refiero a tantos países del Este que ahora son casi nuestros enemigos: Polonia, Chequia, Ucrania, Hungría...

--¿Y ahora lo pasáis mal... – intervino Pascual -. Pero todos esos países atraviesan la misma situación. Les pierde la corrupción.

-Pero nosotros estamos todavía peor. No es cuestión de poder adquisitivo, es que no hay nada. Se vive gracias a las dachas, a lo que se produce cada uno en su espacio de terreno mínimo, donde se siembran patatas y coles y se cría algún cerdo o unas cabras... --¿Y a qué crees tú que se debe eso? – se interesaba Víctor cada vez más atento a los ojos y las piernas de Emma.

-Las razones pueden ser muchas: la caída de la URSS, el desmembramiento de la unión, las no excesivamente buenas relaciones con los vecinos, Rusia que domina, sigue dominando todo, pero ahora nos trata como a una colonia y además la desgracia de la central de Chernovil.

-¡Hay que ver qué bien hablas español! – se extasiaba Víctor , pendiente ahora de la tristeza de Emma- . Pero también habrá motivos internos.

--¿Y por qué no os reveláis como hicieron los checos y ahora los ucranianos –preguntó Tardón?

-Seguramente sería necesario, pero nadie se preocupa de eso. Si ha salido algún personaje que se ha opuesto al régimen lo han encarcelado y nadie ha protestado por ello. Los bielorrusos no somos muy emprendedores. Somos gente acostumbrada al sueldo del Estado – cambió de tema Emma y continuó-: Una de las cosas que me asombran de aquí son los portales de las casas limpios y pintados. Allí no encuentras eso, porque como las casas son del Estado, a medida que han perdido fuerza las instituciones, todo se deteriora y nadie se ocupa de arreglarlo.

Se acerca un niño. Habla en ruso con Emma. Ella le contesta. Le abraza y le da un beso. El niño se sienta en sus rodillas. Necesita abrazos.

-Este es el niño que tiene Amparo y Eduardo, que se quejan de que no come, porque nada de lo que le dan le gusta. Yo he hablado con ellos y no saben qué ponerle de comer. Este niño es un poquito mimoso – resume Emma.

Con el niño en brazos, aumenta el aspecto sensual: la maternidad y la profesionalidad, la entrega a la misión protectora de los hijos del pueblo que le han sido encomendados. Emma peina media melena rubia, tez blanca, ojos azules. Resalta su feminidad con una camiseta verde y una falda no muy larga que le permite lucir unas esbeltas piernas. Las manos, dedos largos, uñas esmaltadas, cortas, y la actitud general respetuosa, atenta, observadora y melancólica.

Llega Nadia. Nadia vive con Pascual y Margarita. Es una niña de diez u once años, rubita y gordita. Trae encarnadas las mejillas. Ha corrido para llegar a tiempo de pasar revista. La hora marcada son las diez. La niña besa a Pascual y a Margarita . Se dirige con su español reducido a Margarita.

--Mamá Margarita, ¿más tarde? – salta- ¡Sí, sí, sí!

--No. Ya nos vamos a casa que hay que cenar – sentencia Margarita.

Víctor mira a Margarita y a Nadia y alternativamente a Emma. Emma, con el niño en brazos, observa a Nadia. Pascual sonríe bonachón a Nadia.

--¡No, cenar no. Jugar! – lloriquea Nadia.

--Bueno, pero sólo hasta las diez y media- concede Margarita -. ¿Me entiendes? ¡Las diez y media! – insiste.

Nadia afirma con la cabeza, sale corriendo y se pierde entre la nube de niños y niñas que juegan o se esconden al alrededor de la iglesia, en definitiva revolotea como un pajarillo.

--Nadia se adapta muy bien, ¿verdad? – pregunta Emma sin ninguna intención.

--A veces también protesta, pero le va bien – contesta satisfecha Margarita -. Además se lleva bien con los chicos.

--Tiene muchos amigos y amigas, se la ve jugar con alegría – concluye Emma.

Es la noche del último jueves de junio. Hace una temperatura agradable en la plaza, el guirigay de los niños señala la alegría de la gente que toma su cerveza mientras charla. Esta noche es la última de la semana para Emma. El viernes al mediodía los padres adoptivos se hacer cargo de los niños hasta el lunes por la mañana que los llevan de nuevo al colegio.

-En tu país seguís siendo comunistas ¿verdad? – pregunta indiscreto Víctor.

-Yo no diría exactamente eso –replica Emma-. Hay un consentimiento, un dejar hacer. La gente se preocupa más de sobrevivir que de la política. Siempre ha vivido así y no le importa seguir de esa manera, es una forma de resignación...

-Y salir y entrar en el país tampoco es fácil...

-Hay que explicar muy bien la necesidad de salir del país.

-Sin embargo tú vienes a España con frecuencia este ya es el tercer año consecutivo. Tú debes gozar de algún privilegio.

-Me vigilan, ¡no creas!, pero ciertamente tengo algún privilegio: el hablar español.

-¿Te vigilan?

-Sí, pero relativamente. Vosotros sabéis el trabajo que cuesta conseguir los permisos. Y a la vuelta he de hacer un informe detallado de todas las actividades y contactos que he tenido.

-Por ejemplo, con Rita.

-El encuentro con Rita, si se produce, también lo reflejaré. Rita ya ha vuelto al país y tiene los papeles en regla. Ya es ciudadana española. Pero allí no podará volver a trabajar, porque es una fugada. En mi país todo el mundo que trabaja, tiene un trabajo fijo. No se concibe a la gente que trabaja por su cuenta. Todo está muy estatalizado...

--¿Todos trabajan en fábricas?

--O en el campo. Pero en las capitales casi todo el mundo trabaja en algún organismo oficial y por la noche bebe. Mi país está dominado por el alcoholismo.

Fue entonces en la plaza donde recibió Pascual la llamada del amigo de Villarejo de Salvanés invitando a cenar a las profesoras de los niños y a los amigos de Torres de la Alameda. La cena podría celebrarse el sábado, si no había otros planes. Pascual transmitió la invitación a los reunidos.

--Mañana viene tu amiga la de Letonia ¿verdad? –preguntó Víctor Fernández a Emma.

--Sí. Mañana llega en avión Sveleletlena Konstantinovna, Svela de manera familiar.

--¿Te acompañará alguien a buscarla al aeropuerto?

--No se lo he dicho a nadie.

--Pues si te parece te acompaño yo – se ofreció encantado Víctor Fernández.

--Te estaría muy agradecida.

--También se puede incorporar a la cena – ofreció Margarita Flores, ingenua.

--Mujer, la tendría que invitar el anfitrión no tú –puntualizó Pascual.

--¡A ellos les da igual, ya les conoces!- contestó Margarita Flores-. Y tú si quieres también puede venir se dirigió a Petronilo.

--Pues sí me apetecería, sí – se ofreció Tardón pensando el reportaje de su amiga Paula Marta.

--¿A que no te ha puesto número para los invitados? – volvió a intervenir Margarita dirigiéndose a su marido.

--No. Lo cierto es que no. Lo único que ha dicho que le comuniquemos mañana cuantos aproximadamente vamos a ir.

Se presentó Nadia puntual a las diez y media. Pascual y Margarita decidieron marcharse con la niña. Emma manifestó que estaba cansada. Víctor se apresuró a acompañarla. Tardón se dirigió hacia la parada del autobús que le dejaría en Alcalá de Henares, aún llegaba a tiempo de subir al último. Desde allí la vuelta a Madrid presentaba pocas dificultades.

Cuando Víctor Fernández, llegó a su casa el teléfono parpadeaba avisando de un mensaje en el contestador. Descolgó y escuchó. Era la voz de Jorge Roa Teruel anunciando las intenciones de Rita de encontrarse con su amiga Emma. Dejaba un número de un móvil para que Víctor llamara. Víctor miró el reloj: rondaba la media noche. Decidió llamar al día siguiente por la mañana. Con lo que le dijeran hablaría con Emma cuando fueran a recoger a Svela.