martes, diciembre 18, 2007

COMO SER UN GRAN ESCRITOR

COMO SER UN GRAN ESCRITOR

Charles Bukowski

Tenés que cogerte a muchas mujeres

bellas mujeres

y escribir unos pocos poemas de amor decentes

y no te preocupes por la edad

y/o los nuevos talentos.

Sólo tomá más cerveza más y más cerveza.

Andá al hipódromo por lo menos una vez

a la semana

y ganá

si es posible.

Aprender a ganar es difícil,

cualquier boludo puede ser un buen perdedor.

Y no olvides tu Brahms,

tu Bach y tu

cerveza.

No te exijas.

dormí hasta el mediodía.

Evitá las tarjetas de crédito

o pagar cualquier cosa en término.

Acordáte de que no hay un pedazo de culo

en este mundo que valga más de 50 dólares

(en 1977).

Y si tenés capacidad de amar

amáte a vos mismo primero

pero siempre sé consciente de la posibilidad de

la total derrota

ya sea por buenas o malas razones.

Un sabor temprano de la muerte no es necesariamente

una mala cosa.

Quedáte afuera de las iglesias y los bares y los museos

y como las araña sé

paciente,

el tiempo es la cruz de todos.

más

el exilio

la derrota

la traición

Toda esa basura.

Quedáte con la cerveza

La cerveza es continua sangre.

Una amante continua.

agarrá una buena máquina de escribir

y mientras los pasos van y vienen

más allá de tu ventana

dale duro a esa cosa,

dale duro.

Hacé de eso una pelea de peso pesado.

Hacé como el toro en la primer embestida.

Y recordá a los perros viejos,

que pelearon tan bien:

Hemingway, Celine, Dostoievsky, Hamsun.

Si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas

como te está pasando a vos ahora,

sin mujeres

sin comida

sin esperanza...

Entonces no estás listo.

Tomá más cerveza.

hay tiempo.

y si no hay

está bien

igual.


sábado, diciembre 08, 2007

"OPERACIÓN BALALAIKA" CAPÍTULO XV Y ÚLTIMO

Si os portáis bien y opináis sobre la novela, os prometo colgar -me reservo por donde- la primera aparición de Paula Marta Temprano:
"La biblioteca imposible".
Y
ahora
OPERACIÓN BALALAIKA: EL DESENLACE


Capítulo 15

Comenzaba septiembre. Fue Paula Marta quien llamó a Tardón. Ahora en Velilla disponía de teléfono.

--Paso a visitarte mañana por la tarde – anunció la periodista.

--Aquí te espero – contestó Petronilo y añadió-: ¿por qué no llamas a Palmira Márquez y nos vemos los tres?

--¡Nos quieres a las dos juntas, eres un pillín!-rió Paula Marta.

--¡No, mujer! Lo que quiero es enterarme del final de la historia del mes de julio.

--Mañana te la cuento, pero si quieres llamo a la Bailarina.

--Sí, sí. Llámala.

A la mañana siguiente, como cada día, Petronilo Marceliano Tardón compró el periódico. En primera plana, aunque no la más destacada, venía la detención de varios componentes de una banda que actuaba por toda España y cuya casa central se encontraba en Torrejón de Ardoz. La noticia no aclaraba mucho más. Señalaba las iniciales de los cinco detenidos, tres hombres y dos mujeres todos ellos procedentes de los países del este. No daba más detalles.

Sobre las siete y media de la tarde llegaba Paula Marta a Velilla. Ya no hacía tanto calor como durante los meses de julio y agosto, pero aún reinaba el verano. Llamó por teléfono a Tardón cuando aparcó el coche. No hubiera sido necesario porque ella disponía de las llaves del piso de la calle Rafael Alberti desde que lo entrevistó por primera vez, hacía ya cinco años. Lo llamó para comprobar si la esperaba. Un escueto “¡sube!” imperativo y amable al mismo tiempo fue la respuesta. Tomó el ascensor. La puerta aparecía entornada. Entró sin llamar. En un ambiente sombreado, las persianas medio bajadas permitían una luz natural pero escasa, Tardón leía relajadamente un periódico. La mesa del escritorio desbordada papeles y atiborrada de libros escasamente dejaba asomar la pantalla del ordenador.

--¡Hola, buenas, estoy aquíi! –canturreó Paula Marta.

--Bienvenida- contestó escuetamente Petronilo Marceliano.

--¿Estás enfadado o estás enfermo?

--Ninguna de las dos cosas, por fortuna –enfatizó Tardón.

--Pues dame un beso por lo menos. Salúdame.

--No sé yo. La última vez que besé a una mujer a solas me costó una condena de arresto domiciliario y chichón en la cabeza.

--Ven acá, yo no soy de esas con las que tú te juntas. Yo quiero darte un beso y nada más.

Paula Marta se acercó a Tardón le quitó el periódico de las manos y, abrazándole, le plantó dos besos, uno en cada mejilla. Se quedó sentada en el brazo del sillón con una mano por encima de los hombros del hombre. Tardón la miró a los ojos. Paula Marta iluminaba su alegre cara con unos ojos guasones.

--¡Hoy te habrás lucido! – cambió la conversación Petronilo, ahora sí, con una sonrisa en los labios.

--¿Por qué? - preguntó perpleja Paula Marta.

--Por la detención de esta banda en Torrejón.

--¿Por eso? Ya no trabajo en el Tribuna de Alcalá.

--¿Desde cuando?

--El próximo lunes comienzo a trabajar en otra empresa. Voy de directora de varias publicaciones. Por eso he venido a verte porque me despedí hace unos días y me tomé unas vacaciones.

--¡Joder cómo asciendes! ¡Especifícame eso!

--Ni yo misma lo sé – tornó el semblante Paula Marta, mientras se levantaba del brazo del sillón y se colocaba frente a Petronilo-. Un día me invitaron a comer en un restaurante del barrio de Salamanca y me propusieron el cargo. Me pagan mejor que en el Tribuna y dispongo de los fines de semana libres. ¡Además ya son diez años en el mismo periódico, necesitaba cambiar de aires!

--Pero tú harías algún movimiento, mandarías tu cuirriculum, alguna cosa.

--No, fue más sencillo todavía. Cuando el asunto aquel tuyo, mantuve una larga conversación de principios con el Director y el Consejero Delegado del periódico. Me jodía no poder contar lo que había sucedido porque me parecía aceptar un chantaje. No obstante me convencieron: la petición de no publicar nada no sólo venía de los colegas de la Bailarina, sino que además el comisario de policía de Alcalá recomendaba muy seriamente que para facilitarles el trabajo a ellos retuviéramos la información todo el tiempo que pudiéramos. Yo juzgaba que publicar el intento de chantaje sería primera página en todos los periódicos, pero se optó, y yo no tuve más remedio que aceptar, por la solución del silencio. Eso me creó cierto mal estar. Y en esos días llegó la oferta de este trabajo.

--¿Pero tú sigues en relaciones con el Consejero Delegado o no?

--¿De ligue, dices? Bueno, ahí andamos, pero nada definitivo. Nos llevamos bien y de vez en cuando nos vemos...

--¿No ha intervenido él en que encuentres este nuevo trabajo.

--No lo sé. Yo creo que no, porque cuando hace una semana, el viernes al medio día, le dije al Director que al cierre terminaba mi contrato con ellos, llamó al Consejero Delegado y, entre los dos, además de echarme la bronca del siglo por despedirme así, me rogaron una y otra vez que nos les dejara. Incluso me ofrecieron más dinero, pero a mi me apetece la dirección de estas publicaciones y librar los fines de semana.

--Ya me contarás como te va en el nuevo curro, pero los motivos del cambio yo las buscaría en la casa...

--Acaso sea como tú dices. ¡Cualquiera sabe..., pero yo estoy contenta!

Sonaba el móvil de Paula Marta de manera insistente como hacen estos aparatos. Tonos “in crecendo”.

--Sí.

--...

--¡Hola Palmira! Sí claro, estoy en casa de Petronilo. ¿Vas a venir?

--Ya... – tapando el teléfono Paula Marta comenta a Petronilo quién llama.

--Es una lástima que no vengas. Habría cosas que contarte y que tú nos contaras a nosotros.

--No. Ya no trabajo en el Tribuna y las publicaciones a las que voy son específicas: viajes y aventuras.

--...

--Bueno, pues tal vez te fiche como corresponsal. ¿Quieres saludar a Petronilo?

--...

--Te lo paso. Toma. Es Palmira.

Petronilo coge el teléfono que le ofrece la periodista. Escucha.

--¿Que te vas a Ámsterdam a dar clases de canto a una escuela de jazz? ¿Pues tu especialidad no es la música barroca?

--...

--¿Y qué quieres enlazar la música selecta del barroco con los movimientos literarios de las vanguardias, con el cubismo y la música emergente? Eso ya lo ha hecho Lousier con Bach y lo intentan algunos coros de Alcalá.

--...

--O sea, te has ligado a Miguel Rodríguez, el pianista.

--...

--Bueno, chica, es una pena. Quería invitaros a cenar para aclarar algunas cosas. Nada más que eso. Que te vaya muy bien. Te paso con Paula Marta.

Las dos mujeres se despidieron y se disculparon la una con la otra. Cuando apagó el teléfono la periodista, Petronilo la invitó a bajar al Copacabana, un bar brasileiro que habían abierto recientemente.

--¿Cómo hablas con ésta después del número del secuestro? – preguntó Paula Marta.

--¡Yo qué sé si hubo secuestro o encoñamiento!

--¡Te acostaste con ella! –afirmó taxativa Paula Marta.

--No lo sé –abrió las manos y bajó la cabeza Tardón-. Puso música, bebimos güisqui y perdí el control. Eso es todo.

--¿Y lo de aparecer en la glorieta de Bilbao?

--Tampoco lo sé. Cesar paró junto a mí. Me invitó a subir a su coche. Yo me dormí y desperté en la habitación de una casa donde Palmira Márquez me llevó un café muy cargado y muy bien hecho. No sé más.

Llegaron al Copacabana cuando Cesar consumía un gin tonic. Ninguno se extrañó por el encuentro.

--¡Vaya, dos escritores juntos!- saludó Cesar.

--¡Y un chantajeador!-arremetió Paula Marta.

--¡Mujer, tanto como eso...! –replicó César.

--Pues ya me contarás como se llama a la faena de Atocha de hace dos meses...

--Salvar tu pellejo y el de aquí el amigo Petronilo.

--Nos tienes que contar eso con pormenores –intervino PM Tardón.

--¿Con detalle? ¿Y vosotros que leéis todos los periódicos me pedís detalles? ¡Oye Juan!, –llamó César al camarero, un muchacho rubio oculto tras la pantalla de un portátil- ¿Tienes por ahí el periódico de hoy?

--En la esquina -César abrió El País y mostró un titular de la segunda página que decía: “Caracas compra armamento a Bielorrusia por 720 millones de euros.” – Y ayer venía la noticia de la desarticulación de una banda con sede en Torrejón de Ardoz que se dedicaba a la trata de blancas y a la venta de Kaláshnikov. No teníais ni idea a donde os metíais. Eso es lo que había detrás.

--¿Y mi golpe en la cabeza? ¿Y mi regreso en casa de Palmira MT?

--A ti te gusta el güisqui y el jazz y el perfume de las señoras ¿verdad?, pues ¡cuidado bajo qué sábanas te metes! A ti nadie te dio en la cabeza, te caíste tú solo entre las medias de seda.

--¿Y la pistola que PMT llevaba en el bolso?

--Su herramienta de trabajo.

--¿Qué quiere decir eso? –pregunto Paula MT- PM Tierno, que yo sepa se dedica a cantar.

--Y canta muy bien y en muchos escenarios. Más de los que tú puedas imaginar. Canta hasta para los rusos.

--¡Me he perdido! ¡No entiendo nada! – saltó P Marceliano T.

--Te lo resumo: Una red de gente del este se dedica a vender armas. Vende armas a bandas y a países. El sistema es sencillo. Salen las armas de Bielorrusia a Letonia donde embarcan. Aquí se hacen los tratos. Las armas duermen en Latinoamérica: armas por petróleo en Venezuela, por ejemplo, y al cabo de unos años aparecen en África o donde se puedan vender. La misma red provee de mujeres rubias a los clubs de carretera. Esta actividad sirve de tapadera al negocio mayor, y si es necesario también se importan drogas por el camino inverso al de las armas.

--¿Y lo de la inscripción en cirílico? –pregunta PMT.

--Jugar al despiste. Lo importante eran las fotografías del club de jazz, porque aquella noche concurría allí lo más granado: espías venezolanos, espías bielorrusas, periodistas, músicos e intelectuales. No había nadie que no estuviera implicado en algo.

--¿Pero qué eran servicios secretos o mafias?

--¿Pero existen diferencias?

--¿Y tú a qué te dedicas?

--Me gano la vida cada día.

--¡Y yo sin escribir el reportaje...!- se dolió Paula Marta.

--¡Pues ahí lo tienes!

Velilla, 24 de julio de 2007.

jueves, diciembre 06, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPÍTULO XIV



Capítulo 14

A mediados de agosto, cuando se concretaba la fecha de regreso de los niños, todos los padres de acogida habían comprado grandes maletas de regalos para sus respectivos adoptados. Además, Víctor Fernández, se había encargado de organizar una campaña entre comerciantes y entidades culturales y las administraciones locales con el fin de conseguir material escolar para los colegios a los que acudían los niños. El cargamento se acumulaba en unos almacenes que prestó alguien en Villarejo de Salvanés. De allí partiría la expedición.

El éxito de la abundante cosecha también debía mucho a el Tribuna de Alcalá. Una jovencísima becaria se había encargado de escribir diversos reportajes sobre la opinión de los niños, donde se recogía lo bien que se lo pasaron entre los padres de acogida y sus nuevos hermanos, las carencias que sufrían en su tierra y la diferencia de clima y costumbres. Los padres de acogida alababan el excelente comportamiento de los acogidos y los motivos por los cuales ellos se habían comprometido. Abundaba la solidaridad con otros pueblos necesitados y los que lo habían hecho por caridad cristiana. El Tribuna de Alcalá también había entrevistado a Emma como monitora y encargada del buen desarrollo de la operación, quien había destacado la ayuda de todos los padrinos, de las instituciones y el buen ambiente que se había vivido en los tres años consecutivos que había traído niños a España. Todo con abundantes fotografías donde no faltaba ninguno de los implicados. Además de prestar voz a los protagonistas, el periódico había publicado un editorial y una serie de columnas sobre el tema. Todos los colaboradores de opinión habían hablado del evento, cada uno desde su particular punto de vista. Los niños, por gentileza del diario, llevaban en sus recién estrenadas mochilas dos ejemplares de cada uno de los números.

Se planteaba un problema de logística: todo lo recaudado no cabía en la bodega de un solo autobús y los fondos de la asociación no daban para más. Se pidió una derrama entre los padres de acogida, familiares y amigos. Gracias al esfuerzo de todos y la generosidad de la empresa de autobuses Sabroso Fraile que corría con el transporte, la dificultad se salvó de manera satisfactoria.

Por último se programó que alguien de los implicados custodiara uno de los autobuses porque en el otro viajaría Emma. Se barajaron nombres. Incluso se llegó a decir que fuera la autora de los reportajes de el Tribuna de Alcalá, y se decidió que Víctor Fernández cumplía todas las condiciones. Además, por invitación expresa de la Universidad de Minks, gracias a los buenos oficios de Emma, se le invitaba a dar una conferencia en el aula magna. Víctor Fernández aceptó el reto encantado. El viaje de vuelta se lo pagaba él de su bolsillo.

¡Y tuvo que ser la última noche cuando se enteró de todo! Durante las horas de vuelo desde Minsk hasta Ámsterdam, Víctor Fernández recompuso minuciosamente todos los detalles sin que faltara el inédito que Igor le había confiado para entregar a Adela de los Montes, secretaria de la asociación que se encargaba de reclutar y colocar a los niños de acogida. Fue así de sencillo:

--Hemos fracasado en todo –se quejó Emma.

--“A ti y a mí nos gusta el verbo fracasar.” Canta Sabina.

--Inés murió hace un mes –murmuró casi quejándose Emma.

--¿Y tú por qué lo sabes? –preguntó Víctor Fernández.

--Porque yo lo provoqué.

--¿Que tú provocaste la muerte de Inés?

-- Tenía que hacerlo.

--¡¡¿Que tuviste que provocar la muerte de una persona?!!

--¡Claro que tuve que hacerlo! ¡Si no colaboro no me dejan salir, ni trabajar y posiblemente hubiera acabado en la cárcel como Igor! ¿Cómo crees tú que funcionan las cosas? ¡No vayas de inocente! Pero no me siento culpable. Ahora lo único que deseo es volver a irme para contar toda la verdad, pero eso no interesa a nadie y tendré muchas dificultades para salir otra vez de mi país. Se acabaron las acogidas para mi. ¿O tú crees que Europa se va a quedar sin gas por la muerte de una mujer bielorrusa? ¡Tú serías el primero en no entenderlo! ¿Por qué te crees que no se investigó a fondo la muerte de Inés? Enseguida se acabaron las sospechas. Una rusa muerta, sería una puta, un ajuste de cuentas entre bandas del Este. Seguramente alguien muy cercano al grupo sabía mucho más de lo que aparentaba, pero estos asuntos son así. Nadie intenta averiguar nada porque a nadie le interesan. Yo soy otra víctima, aunque nunca me podré perdonar que Inés muriera.

--¿Y cómo quieres que te crea?

--De ninguna manera. Me da lo mismo que me creas o no. Te he contado la verdad. Mi verdad. El resto te lo dejo a ti y a tus habilidades. Y ten cuidado ahí fuera.

--Parece un consejo de serie de televisión.

--En adelante, colaboras y entregas el manuscrito de Igor donde te han dicho o seguirás el mismo camino que Inés. Esto no es un juego.

--¿Pero qué hacía Inés, qué sabia Inés?

--No lo sé, ni lo quiero saber y tú no te lo preguntes, si quieres guardar el pellejo.

--¿Me amenazas?

--No. Tu vida está en peligro porque esta es la típica manera del antiguo KGB de solucionar un problema: matando al testigo... Te aviso, porque siempre recordaré momentos felices junto a ti...

Víctor apartó la vista de la cara de Emma. Las sábanas de la cama cubrían levemente los cuerpos de los dos amantes. Llegaba el momento de la despedida. La amarga despedida, el fuerte sabor del vodca de patata. Los días de sol y música terminaban así en una desangelada habitación de un hotel de medio pelo en una ciudad triste. Le quedaban apenas dos horas en Minsk. Subiría al avión y olvidaría -¿olvidaría?- aquella pesadilla que había comenzado como un triunfo: el representante de los bienhechores trayendo juguetes para los niños pobres o el compañero solidario capaz de ayudar a los pueblos deprimidos. Ellos lo habían recibido así, como el hombre bueno que aporta lo que tiene y a cambio, ellos le aportan lo que él desea: conferencias en la universidad, conversación con catedráticos, agasajos, presidencias honoríficas de comités, nombres españoles a salas de clases, fotografías, entrevista en los periódicos, aparición en la televisión de la ciudad, parafernalia y juegos florales. Y hasta contacto con los disidentes. Discretos ciertamente, pero tolerados con apariencia de clandestinos: el profesor que se aparta de la manada y le cuenta su historia: “está represaliado, dice, porque no tolera la falta de discusión ya sea académica o social. Su postura crítica, nada popular, nada de movimientos de masas, le ha conducido al ostracismo. Sus libros no se publican, le permiten impartir pocas clases, sólo dirigir alguna tesis y, por supuesto, de ninguna manera le consienten dictar conferencias. Saben quienes son los alumnos que le visitan o hablan con él. Y ahora le acusan de vender exámenes. La única actividad que le admitían, la de preparar en clases particulares a los alumnos que aspiraban ingresar en la universidad. ¡Claro que tenía contacto con otros profesores!, ¡claro que les pidió dinero por la preparación de las pruebas!, ¡claro que las cuestiones que les planteaba en la simulación de los exámenes se parecían mucho a las que les exigían en el entrada a la universidad! ¡Pero eso también lo hacían otros! ¿Y de qué vivía su familia, si no? Le habían llevado a la cárcel acusándole de vender las pruebas, pero no era cierto. Le habían llevado a la cárcel por discrepar del sistema. Por eso le rogaba que, si no resultaba muy oneroso, llevara su manuscrito a la dirección que le señalaba. Él y el pueblo bielorruso le estarían muy agradecidos” Y él aceptó el encargo.

Emma abandonó la cama. Fue hacia el cuarto de baño. Mientras se duchaba repasaba acontecimientos y soñaba futuros. Futuros inciertos, imperfecto. Ahora entendía el modo verbal en su justo significado. Había cumplido su cometido. Le remordía la conciencia por la muerte de su compañera Inés, pero ¿le quedaba otra forma de actuar? Con el aviso a Víctor deseaba tranquilizar su conciencia, pero no podría afirmar que el destino de su amante de aquella tarde y de otras noches en otros hoteles, no corriera parejo al de su amiga Inés. Aún había más: la muerte por cáncer de aquella otra maestra en Bilbao, quizá podría haberse evitado si ella no le hubiera confiado algún secreto. Su ex marido, padre de su hijo también se había perdido. El vozca lo acodaba inconsciente en la plaza. Su hijo había marchado a Italia. Tal vez no volviera a verlo. Sería lo mejor para él. La única manera de sobrevivir consistía en mantener su puesto de subdirectora en el colegio y seguir obedeciendo. Cuando regresó, aún desnuda, Víctor permanecía en la cama con los ojos cerrados. Emma se vistió delante de Víctor de manera discreta pero impúdica. Volvería a desearla como la había deseado desde que se conocieron. Ella también le había deseado. Ahora llegaba el fin. No se atrevía a pensar que la manera oferente de vestirse representaba el deseo de otro abrazo, de más besos. A mediada que se asentaba la ropa vivía el frío de la piel. El adiós de caricias apasionadas pesaban tanto como la conciencia de una despedida sin retorno, de un deber, de una obligación contraída hacía años sin advertir entonces que ponía coto a su intimidad, que aquella felicitación de alumna sobresaliente había resultado una cadena perpetua atada a su conciencia. Había producido algunas muertes, inevitables, sin duda, pero ella no había sido el instrumento. Víctor no se movía. Ella había terminado de vestirse. Entendía el desprecio del amante y admiraba su capacidad para reprimir los sentimientos de engaño y miedo que ella debía provocarle en aquellos instantes. ¿Le daría un beso de despedida? Víctor no se movía. Permanecía con los ojos cerrados y las manos detrás de la nuca. Parecía dormir. Le besó levemente en los labios. Reaccionó al instante. Atrajo a la mujer sobre su pecho en un abrazo desesperado, con todas las fuerzas que le quedaban. Ella no hizo nada por separarse de los labios de él. Las manos se hundieron por huecos adecuado, óptimos para el arrobo, sin delicadeza. Algunos broches saltaron como el crepitar de la leña en el fuego, las manos llegaron hasta los pantalones ya sujetos con cinturón y hebilla, y las barreras resultaron inútiles y los botones danzaron rompiendo hebras, las cremalleras bajaron hiriendo dedos y carnes y las manos se perdían entre los pliegues primero soñados, después, gozados y ahora, minuto último de la batalla, temidos y amados, hasta que cualquier impedimento fue anulado en aquella fortaleza que no ofrecía resistencia sino que por el contrario deseaba el triunfo del enemigo... No había palabras. Sobraban las palabras. Si allí sobraba algo era la palabra. Se había empleado demasiado, ¡excesivas palabras! Ahora la saliva tomaba el protagonismo. Sólo tacto. Los ojos cerrados, mirando hacia dentro en un acto compartido, egoísta y vengador por ambas partes. Ni siquiera pensamiento. Ráfagas de recuerdos que se concretaban otra vez en el remolino de sed de venganza y aleluya final de una ceremonia concreta que había marcado todos los tiempos de los rituales humanos. Sobraban las palabras. Se perpetró el atentado suicida. Estalló la bomba. El eros y el tánatos de nuevo de la mano, como habían caminado a lo largo de toda la eternidad. No cabían explicaciones. No se necesitaban. Primer y único gesto gratuito, sin calibrar consecuencia, sin medir futuros porque ya no cabían.

Esta vez se levantó Víctor primero. Caminó hacia el baño. Cuando volvió Emma ya no estaba allí.

martes, diciembre 04, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPÍTULO XIII

Capítulo 13

Salieron de la Estación de Atocha a través del Metro. Joaquín había dejado el coche en las tapias del Retiro, frente al Observatorio Astronómico. Caminaron de prisa.

--Ahí arriba hay un péndulo de Foucault –informó Joaquín a Paula Marta- pero es muy difícil de visitarlo.

--Sitio de aventuras, como ya lo demostró Umberto Eco –respondió Paula Marta-. Pero para aventura las nuestras. ¿Has conseguido alguna fotografía de mi amigo César?

--¿Y lo dudas? ¿Has visto alguna vez que yo no haya conseguido la imagen que deseaba? – respondió ufano Joaquín.

--¿Tienes en la cámara aún las imágenes que conseguiste en Segundo Jazz?

--No. Las descargué en el ordenador de mi casa.

--Pues volando a Alcalá y me haces una copia en el pen drive y añades la de Cesar.

--¿Qué quieres hacer con ellas?

--Ya te he contado ¿no?, me piden que no se publique ni una y quiero ver por qué.

Subieron al coche, un Fiat punto, negro, arrancaron por el paseo de Alfonso XII, hasta la plaza de la Independencia para empalmar con O`Donell y, por la R-3, hasta la M-45. A La Garena, donde vivía Joaquín, un paseo: veinte minutos. Las cuatro menos cuarto. A las cuatro Paula Marta disponía de una copia de las fotos, otra copia descansaba en el ordenador de Joaquín y una tercera se escondió en un disco que Joaquín prometió depositar en la Churrería Cibeles de la calle Hans Sevilla.

--Llévame a la comisaría, y si no te llamo en una hora empiezas a distribuir fotos y decir que Tardón está secuestrado.

--De acuerdo.

La Glorieta de La Fiat o de Fiesta, atascada como siempre, relentizó el viaje pero a las cuatro y media Paula Marta llamaba a la puerta del des pacho del comisario Paniagua.

--¡Adelante! –se oyó la voz del comisario.

Paula Marta entró mostrando su mejor sonrisa.

--¡Hola! deseaba verle a usted.

--Pues aquí me tienes. Cuéntame.

--Es una cuestión particular.

--Dispara.

--Verá: tengo unas fotos y avisos de que no las publique.

--¿Tienes aquí las fotos?

--Sí.

--A verlas.

Paula Marta sacó su memoria USB y se la mostró al comisario.

--Aquí están.

El comisario colocó el dispositivo en su ordenador y dejó que se abriera.

--¿No habrás pillado a algún mandamás en algún momento indiscreto?

--Yo creo que no son de ningún mandamás. Son fotos bastante corrientes.

--¿Son estas del grupo?

--Sí y esa otra en la que yo estoy con un tío en un restaurante.

--Pues las fotos no parecen que oculten nada.

--Pues ese tío que está conmigo en el restaurante, que dice que se llama Cesar, me ha dado a mí el tercer aviso. El primero se lo dieron a Joaquín en el Club Segundo Jazz, a Tardón, le dieron el segundo y a mi el tercero hace una hora y Tardón está secuestrado.

--¡Por partes, por partes!- calmó el comisario Paniagua.

Paula Marta relató detalladamente todo el asunto, incluyendo los reportajes sobre los niños de acogida. El comisario repasó las fotos una por una. Vio algo que le llamó la atención. No dijo nada, pero un gestó de los labios no pasó desapercibido para la periodista.

--¡Ah!, se me olvidaba –intervino de nuevo Paula Marta Temprano enseñando al policía la nota que le entregó Cesar- ¿Qué puede significar estas letras en cirílico?

--Pues yo sé tanto ruso como tú. No tengo ni idea. Pero apúntate el teléfono y déjame la nota.

--No. la nota no se la dejo. Es el salvoconducto para mi amigo Petronilo Marcelino Tardón.

--Hacemos una fotocopia, y no te preocupes por Tardón. Es perro viejo y escapa de todas las dentelladas. En cuanto a las fotos hay aquí una mujer que se parece mucho a una que ha aparecido muerta en el río Torote esta mañana. De esta muerte, lo que te han dicho: ni mencionarla. No sé si es la misma, pero tengo que comprobarlo.

--¿Quién es? -preguntó la periodista inclinándose hacia el ordenador.

--Ésta –señaló Paniagua a Rita.

--¡Ahí va, Rita, la bielorrusa exilada! Esa dio a Emma otra nota con un teléfono y unas palabras en cirílico, como la que me han dado a mí, según me contó Tardón.

--¿Delante de quién te lo contó?

--Estaba Palmira Márquez Tierno, la cantante a quien Tardón y yo llamamos La Bailarina y Joaquín Amestoy, el fotógrafo.

--¿Y dices que Tardón está con la tal Palmira Márquez Tierno?

--Eso me dijo él.

--Esto se complica. Pero ya sabes: ni una palabra de la muerte, ni una foto de esta gente de la cogida de niños. ¡Nada! En cuanto a Tardón, no intentes entrar en contacto con él ni con Cesar ni con la cantante hasta que yo te llame. Y ahora te vas, que tengo mucha tarea... Copio tus fotos y te devuelvo tu chiriflú que es como llama una compañera de pádel a este aparatejo. Por cierto, ahí tienes un buen reportaje local: las pistas de pádel del Ayuntamiento son caras. No va nadie, por tanto las cerrarán. Después un empresario las querrá explotar. Las privatizarán y conseguido el objetivo.

--No está mal la idea. Lo tendré en cuenta – se despidió Paula Marta.

Abandonó la comisaría tan preocupada como curiosa por saber lo que pasaba y deseosa de escribir el gran reportaje de su vida. Sólo la retenía una cuestión: el paradero de Petronilo Marceliano. Por lo demás, pensaba en los apriorimos del oficio de periodista: una crónica se queda viaja a los cinco minutos, pero si no se ha escrito, ni existe siquiera: si se acaba el mundo que ya lo hayas anunciado y te pille con el periódico en la calle y tu crónica en primera. Tomó un café en un bar frente a la casa de la salud. Bajó por la calle Nueva hacia la calle Mayor, Plaza de Cervantes hacia se el periódico. Llegó a las siete menos cuarto, su hora de entrada. En la redacción había espíritu de trabajo. Cada cual, en su puesto. Joaquín Amestoy la miró interrogativo. Ella le miro a él comunicándole que todo seguía igual. Gerardo, el redactor Jefe, saludó con un simple hola.

Paula Marta entró en la pecera. No llevaba cinco minutos, apenas el tiempo justo de escribir el título: “asunto Petronilo” cuando le avisaron de dirección. Acudió. En el despacho del director también se hallaba el Consejero Delegado. A Paula Marta se le tranquilizó el ánimo, con el Consejero existía ese filing especial que se crea en noches de vino y rosas.

--¿En qué te has metido esta vez? – preguntó el director con una sonrisa cómplice.

--Pues ya ves: que buscando arena he encontrado oro –y Paula Marta contó todo lo que sabía y les mostró las fotos. El director se quedó con una copia

--Se parece bastante a lo que ha contado el Comisario Paniagua –afirmó el Consejero Delegado- pero la orden sigue en pie. Ni una foto ni una información sobre lo sucedido ni sobre la muerta del Torote, que efectivamente es tu amiga de la foto.

--¡En qué berenjenales te metes! –rió el director-. ¡Y seguro que ya habías comenzado a escribir la crónica de lo sucedido!

--¡Por supuesto! ¿Pero en qué berenjenal he entrado?

--En una cacharrería que nosotros tampoco sabemos. Guarda todo lo que tengas para dentro de mes y medio o dos meses, a la vuelta de las vacaciones, puede que lo demos.

--¡Qué largo me lo fiáis!

--¡Bien por Zorrilla! –exclamó el Consejero.

--¿Me llamas zorrilla? – ironizó Paula Marta- ¡Ya te cogeré yo por banda!

Los tres soltaron la carcajada.

--Por cierto – intervino el director- ya puedes encontrar a tu amigo Tardón. Llama a ese teléfono del mensaje en cirílico.

Paula Marta abandonó el despacho de los jefes y volvió al suyo. Apuntó tres ideas sobre lo sucedido en el hueco del día y lo guardó. Comprobó lo que había en la carpeta de archivos compartidos. Comenzaban a llegar las informaciones. Repasó algunas de ellas y retocó un par de títulares. Marcó el teléfono que le había facilitado César. Sonó tres veces. A la cuarta oyó la voz de Palmira Márquez.

--¿Qué tal está Petronilo?

--¡Ya está bien del todo! –contestó la cantante al otro lado del teléfono-. ¡Es fuerte como un roble!

--¡Seguro que ya lo has comprobado! – pinchó Paula Marta.

--¡De todas las maneras posibles!- entró al toro Palmira Márquez

-- ¿Puedo hablar ahora mismo con nuestro amigo Petronilo Marceliano?

--¡Sí, Sí, claro!

--¿Y verlo?

--¡También ahora mismo!

--Ahora no puedo, pero si me lo mandas para Alcalá, te lo agradezco.

--Yo lo acompaño hasta Coslada en metro. Paramos en la Rambla y nos vemos en un bar que se llama Xana, el dueño es Juan. Desde allí lo llevas tú hasta Velilla, donde él tiene su casa. ¿De acuerdo?

--De acuerdo. ¿A qué hora llegareis?

--Yo te llamo cuando salgamos.

--Vale. ¡Que no sea muy tarde! ¿Me lo puedes pasar ahora?

--¡Ahí lo tienes!

--¿Paula Marta? –se oyó por el teléfono.

--¡Hola Petronilo Marceliano! – exclamó la periodista- ¿Qué tal estás?

--¡Bien, aquí con Palmira Márquez!

--Me alegro. Dentro de un rato nos vemos. ¿De acuerdo?

--De acuerdo. Más que bien, estoy eufórico. Aventuras como éstas son las que hacen buenos periodistas.

--Luego me lo cuentas.

--¡Venga!

Paula Marta salió de la pecera e hizo una seña a Joaquín que trabajaba en su ordenador. Joaquín se dirigió al despacho de la jefa. Paula Marta le pidió que le acompañara auque esta vez viajarían en el coche de ella. La forma, la empleada en la cita de Atocha. Joaquín se mostró de acuerdo. Paula Marta habló por teléfono con el director. La llamada de Palmira se produjo a las ocho de la tarde.

sábado, diciembre 01, 2007

CAPÍTULO XII

Capítulo 12

Paula Marta llegó el lunes a la redacción a las doce de la mañana. Los de deportes acudían al mismo tiempo. La reunión de planificación fue muy breve: el trabajo muy sencillo, cubiertos los partidos de fútbol, baloncesto y fútbol sala de las distintas categorías, poco más había que hacer. Muchas fotos y pies, resultados y algunas entrevistas. En cuanto a la política local y cultural no se presentaban grandes novedades. La política nacional e internacional la servían las agencias y las cuestiones más frívolas, aunque interesantes,-agenda, revista, reseñas- las cubría perfectamente Gerardo y sus becarias. Una vez repartidas las tareas, Paula Marta llamó a Gerardo el Redactor Jefe. Paula Marta desde su silla de subdirectora le invitó a sentarse frente a ella. La mesa les separaba. La periodista quería marcar los distintos rangos.

--Bueno, Gerardo, ya puedes pensar a quien encomiendas los reportajes sobre los niños de acogida.

--¿Y las fuentes están disponibles? –dudó Gerardo.

-- Están –sentenció Paula Marta.

--¿Y los temas a tratar?

--¿Eso no te corresponde a ti?

--Pero ¿sabemos las entregas que vamos a ofrecer? ¿Las fechas?

--¿Es que esto es un examen de reválida o qué? ¿Por qué me preguntas tantas cosas?

--Porque no estoy convencido de que hayas atado todos los cabos.

--Y yo te digo que sí y no se hable más. Mañana me dices quien se va a encargar del contenido éste, que hable conmigo y que se ponga a trabajar. Urge. Hay un congreso aquí, en Alcalá, de una asociación de profesores de español en el extranjero y allí encontrará material y fuentes.

--El sitio más adecuado, sin duda.

--Así es. De modos, que ya sabes.

--Lo que usted mande, señora subdirectora – se burló Gerardo.

Paula Marta no contestó. El teléfono sonaba y se lo puso al oído. Desde centralita le avisaban de que un señor que se decía su amigo, pero que no había facilitado el nombre, deseaba hablar con ella.

--Pásamelo –dijo Paula Marta.

Gerardo salió de la pecera haciendo un gesto con la mano que podía significar cualquier cosa.

--¿Paula Marta?

--Sí soy yo.

--No me conoces, pero soy amigo de Tardón y me ha dicho que hable contigo, es sobre una muerte en Torrejón.

--A mi esas notas me las pasa la policía. No solemos hablar con particulares a no ser que estén muy implicados en el asunto.

--El tema te interesa.

--¿Y quien eres tú?

--Me llamo César y vivo en Velilla. Pregunta a Tardón.

¡Cualquiera localizaba al crápula de Petronilo! ¡Lunes al mediodía, sin móvil, sin saber con exactitud donde vive, sabe Dios...!

--Déjame un teléfono y, si eso, ya te llamo yo – alargó Paula Marta.

--No tengo móvil y en casa paro poco. Que te llame Tardón.

--Pues cuando estéis juntos me llamas ¿de acuerdo?

--Estoy con él ahora, peno no se puede poner.

--¿Qué le pasa?

--Ven a verme y te lo cuento.

--¿Pero esto qué es?

--Quiero darte unos datos que te interesan: escucha.

Paula Marta hacía aspavientos con las manos desde la pecera para captar la atención de alguna de las redactoras.

--¿Me escuchas? – volvió a repetir la voz.

--Sí, sí. Te escucho.

Joaquín Amestoy, el fotógrafo, recién llegado a la redacción, se dirigía al despacho de Paula Marta. Ella le hizo señas para que pasara.

--Tienes que venir sola a la estación de Atocha.

Paula Marta tomó por los hombros a Joaquín y compartió con él auricular.

--¿Cuando? –preguntó resuelta mientras que Joaquín la miraba extrañadísimo.

--¿Por qué no comemos juntos? Dentro de dos horas. Te sientas en la cafetería Sidarta. Arriba. Yo te conozco a ti. Yo me acercaré.

--Ahí estaré –rotundizó Paula Marta.

--No faltes. Te interesa.

El teléfono se colgó.

--¿Has entendido algo?- preguntó Paula Marta a Joaquín.

--¿Qué tenía que entender?

--O sea, que no.

--Alguien que te invita a comer.

--Si te esperas y vienes conmigo, te lo cuento.

--Pero la invitación es para ti sola.

Paula Marta le sacó la lengua mientras marcaba un número interno en el teléfono.

--¿Puedo ir a verte? –Preguntó Paula Marta.

--...

--Ahora mismo voy – y colgó el auricular-. No tardo nada –se dirigió al fotógrafo-. Espérame.

Salio de su despacho hacia el área de administración del periódico y a los pocos minutos se presentó de nuevo en la redacción.

--Vamos –dijo a Joaquín Amestoy.

El reloj marcaba la una. A las tres estarían en Atocha.

--Como tú digas, tú eres la jefa.

Gerardo miró a los dos, pero no se atrevió a preguntar. Sólo hizo un gesto de extrañeza con las cejas. En la calle, Paula Marta relató a Joaquín la conversación con el desconocido. Trazaron un plan. Joaquín acudiría en coche hasta Atocha. Paula Marta tomaría el tren. Joaquín no la perdería de vista ni un instante desde que llegara, pero no se acercaría a ella.

Llegó y atravesó el pasillo hasta el vestíbulo central de la estación de Atocha. La estación, viva como siempre, agrupaba a viajeros curiosos y gente desocupada. Al rededor del lago central descansaba personal en tránsito y otras comparsas que merodeaban sin rumbo. Había mujeres de distintas edades que charlaban entre ellas en idiomas extraños para Paula Marta: rusas o ucranianas. Parecía un lugar de cita para encontrar trabajos. Había oído que Atocha era lugar de encuentro y de intercambio de información para la inmigración de los países del este, pero nunca lo había comprobado expresamente. No se entretuvo en averiguar lo que había de verdad en la información y en la impresión. El tiempo era escaso. Las tres menos diez. Deseaba llegar para sentarse en una mesa que diera al patio central de la estación. Subió las escaleras del restaurante Sindarta. Había muchas mesas libres, podía escoger sin dificultad. Le pareció adecuada una situada junto a una columna de hierro que dejaba ver el bosque artificial y, entre las palmeras, permitía observar la plaza donde esperaba la maleta de hierro, el abrigo y el sombrero del viajero imaginario. Facilitaba desde allí que Joaquín la viera desde los descansos de la escalera habilitados como miradores. Pensaba esperar hasta las tres y media. A partir de ese momento, en caso de que nadie apareciera, buscaría a Joaquín y se marcharían. No pensaba responder a ninguna llamada telefónica. No le preocupaba en exceso la situación de Petronilo, pero le extrañaba la llamada. La relacionaba tal vez con la noche del sábado. Por eso también prefería que Joaquín estuviera al tanto. Conocía a la gente lo mismo que ella.

Mientras distraía la mirada hacia las escaleras y atrio de la estación y hacia la puerta de entrada al restaurante, le pareció entrever la figura del marido de Inés que se escapaba hacia las terminales del AVE. Eso la distrajo. Un hombre alto con gafas de sol se acercaba a su mesa.

--Hola Paula Marta. Veo que has sido puntual. Yo soy Cesar.

--Hola –sonrió Paula Marta-. Usted también ha sido puntual.

El hombre se sentó frente a la periodista.

--Tardón está bien. Quizá un poco cansado, pero bien.

--¿Qué le ha pasado?

--Eso debías saberlo tú. ¿A qué hora le dejaste el sábado por la noche?

--No sé. Al rededor de las tres y media o las cuatro de la mañana.

--Pues debió seguir él solo la fiesta, porque ha amanecido esta mañana en la Glorieta de Bilbao con un golpe en la cabeza, la camisa sucia y con pintas de haberse pasado tres pueblos con el güisqui.

--Pero eso son dos días. No creo que aguante tanto tiempo.

--Ese es el misterio ¿dónde estuvo el domingo por la noche?

--Bueno. Antes de seguir. ¿Quien es usted y qué quiere de mí?

--No te preocupes soy amigo tuyo. Conozco a Tardón de Velilla. Yo también vivo allí aunque salgo mucho. Él también es amigo mío.

--¿Y qué quiere usted de mi?

--Primero deberías venir conmigo a visitar a Petronilo. Luego hablamos.

El camarero se acercó a la mesa.

--¿Qué desean tomar los señores?

El hombre pidió una cerveza y Paula Marta un refresco de naranja.

--No. Aquí sólo se sirven comidas –informó el camarero.

--Podemos bajar a la cafetería de abajo –propuso el hombre desconocido, pero Paula Marta reaccionó rápido. Si bajaba por las escaleras del bar podría obligarla a caminar por los pasillos que conducen a la calle y Joaquín la perdería de vista.

--Entonces tráigame la carta –contestó Paula Marta.

--Quiero hablar con Petronilo desde aquí.

--Eso es sencillo –dijo el desconocido mientras sacaba el móvil y marcaba una dirección. Hecho esto, entregó el móvil a Paula Marta.

El teléfono sonó varias veces antes de oír una voz femenina que sin duda era la de Palmira Márquez Temprano.

--¡Ah! ¡Eres tú!, soy Paula Marta. ¿Está Petronilo Marceliano contigo?

--Sí, aquí lo tengo.

--¿Puedo hablar con él?

--Sí, pero poco tiempo. No está para muchos trotes. Tiene un buen golpe en la cabeza.

--Pásamelo. ¿Y por qué está contigo?

--Habla con él. Luego te lo cuento.

Se oyó un susurro y a continuación la voz cascada de Petronilo, esta vez tenue y doliente, al contrario de su fuerza vital acostumbrada.

--Hola Paula Marta.

--¿Pero qué te pasa? ¿Donde andas?

--Estoy bien. ¿No te ha contado Cesar? Estoy en casa de Palmira, que me cuida con mucho mimo.

--¿Cuándo te puedo ver?

--Yo creo que mañana ya estaré bien y te llamo yo a ti. Mientras tanto escucha a Cesar.

--¿Me quieres decir algo en concreto, necesitas cualquier cosa?

--No, no necesito nada. Estoy bien, te mandaré un articulillo. Haz lo que te dice Cesar y sigue con tu trabajo. Hasta mañana.

El teléfono volvió a manos de Palmira.

--No te preocupes, mañana le damos el alta, pero ahora no se puede mover. Ya te contaré.

El teléfono calló. El camarero había traído la carta y esperaba las peticiones. Paula Marta, en un vistazo rápido, se decidió por un filete con patatas fritas. El desconocido se unió a la petición.

--¿Y ahora qué quiere de mi?

--Muy sencillo. El sábado estuvisteis en ese club de jazz y el fotógrafo que venía contigo hizo muchas fotos. Lo que quiero es que no se publique ni una sola de esas fotos. Puedes tener problemas. El camarero del club ya le avisó y Tardón ha recibido el segundo aviso. El tercero lo recibes tú. ¿Entendido?

--Bueno, eso no es tan fácil. Veré que puedo hacer.

--No. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Paula Marta consumió medio filete y algunas patatas. No hablaba y su acompañante, tampoco.

--¿Puedes dejarme algún teléfono donde localizarte?- se atrevió a tutear al desconocido.

--Complicado. Palmira te informará. A través de ella puedes ponerte en contacto conmigo.

--Pero tampoco tengo su número.

--Ese te lo doy yo.

Sacó una libretilla y en una de las hojas garrapateó algo, la dobló y se la brindó entre los dedos índice y corazón. Paula Marta la desdobló. Había un teléfono y una nota escrita en caracteres cirílicos. Paula Marta miró a la cara al desconocido. El desconocido mantuvo la mirada a través de las gafas de sol. Paula Marta no preguntó, no hacía falta. Cesar tampoco añadió nada. Paula Marta intentó pagar.

--Estás invitada. Puedes marcharte si quieres.

Paula Marta no lo pensó, dejó la comida por donde iba y descendió por la escalera al aire de la terraza hasta el bosque tropical. Bajo un sombrero de fieltro, la esperaba Joaquín camuflado de viajero exótico...