jueves, noviembre 15, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPITULO VII

Capítulo 7

-¿Alguno de vosotros conocíais a Inés?- preguntó Pascual a los cuatro ocupantes de su coche, cuando regresaban de la cena.

–De referencias, sí–contestó inmediatamente Víctor.

– ¿De qué?

–Tiene su historia, pero tampoco es muy larga. Verás: Emma me avisó por teléfono de que ella y Svela deseaban asistir al congreso de profesores de español y que les gustaría encontrarse, tanto a ella como a Svela con su compañera Inés. Inés, Svela y Emma estudiaron juntas en Moscú.

– ¿Y al novio?

–Lo conocí antes que a ella. Cuando la llamé, porque Emma me pidió si podría a encontrar a Inés. Fue una aventura, pero la encontré. Bueno encontré al novio. Quedé con el en la cafetería Santander de Alonso Martínez.

–Y se presentó él solo...- intervino Tardón.

–Pues sí, así fue. A Inés la conocí dos días después en el mismo sitio.

– ¡Vaya sitio para encontraros! –volvió a intervenir Tardón.

– ¿Por qué?

–Porque esa cafetería tiene fama de reunir con frecuencia a policías, periodistas y algún que otro conspirador de todas las guerras. Eso era un nido de espías y una vez que un sitio comienza una actividad, por lo común la continúa.

–Pues Jorge, el hombre no tiene mucha pinta de espía, ya lo habéis visto esta noche: tímido y depresivo.

– ¿Entonces por qué te citó a ti, Víctor, y no se presentó su novia Inés?

–Porque no sabía quién preguntaba por su novia y no se fía de nadie...

–Teme que se la quiten... – socarroneó Petronilo – No se fía de su novia.

– ¡Hay que ver qué alegría mostraba Svela. Se atrevía hasta con los chistes en español – cambió Víctor

–Es verdad - intervino Margarita Flores –. La más alegre de las tres, aunque las tres estaban muy contentas. Se las veía felices.

–Pues Emma tenía más bien una cara triste.

–Emma es muy seria – intervino Pascual. – pocas veces se ríe con alegría...

–A mi lo que me admira de Emma es su dominio del español – volvió a intervenir Tardón –, las tres amigas lo hablan perfectamente, pero Emma además conoce la cultura hispana y sabe hasta de vinos, y no creo yo que en Bielorrusia se beba mucho vino...

– Emma habla perfectamente cuatro idiomas: bielorruso, ruso, español e inglés – afirmó Víctor.

–Emma sabe mucho de todo. Por algo fue número uno de su promoción y la quiso fichar hasta el KGB – refirió Pascual.

– ¿Y aceptó?

– Ella dice que no – concluyó Pascual.

Llegaban a Torres de la Alameda donde vivían todos menos Tardón. La noche, perfecta. Aún no apretaba el calor del verano ni el relente de la meseta. Las estrellas invitaban a pasear. Pascual y Margarita explicaron que no se entretenían porque deseaban saber donde trotaba Nadia, la niña que ellos acogían por segundo año. La habían dejado a cargo de su hijo Julio, un muchacho que estudiaba Física en la Universidad Autónoma de Madrid, pero tampoco confiaban en que hubieran permanecido toda la tarde juntos: Julio, muy responsable, transitaba los dieciocho y Nadia apenas había cumplido los once. Las diferencias de intereses a esas edades son considerables.

Petronilo, como siempre propuso la última copa y Victor señaló el pub del pueblo. Sólo había un sitio que permaneciera abierto hasta la hora que la clientela quisiera, un bar tranquilo sin música, nada que ver con una discoteca. Tardón asintió. En la barra del bar se apoyaban los habituales. Entre ellos César. Cesar conocido de Petronilo de los tiempos de Malasaña, es un tipo peculiar. Al tiempo que se desarrollaba la Marcha Verde de Marruecos para reivindicar el Sahara César cumplía el servicio militar en el ejército español y sufrió una caída en una de las misiones de observación mientras buscaba y encontró algunas armas camufladas junto a un pozo de avituallamiento de agua. Esa caída le había proporcionado una pensión no muy alta pero suficiente y la amistad de algunos de los jefes militares quienes le clasificaron como buen observador. Todo ello le había permitido trabajar como vigilante jurado en una empresa fundada por uno de los militares de aquel episodio. Petronilo saludó extrañado a César y presentó a Víctor.

-Venimos de una cena intrigante – comentó Tardón - . Ha sido una cena donde había rusos y españoles hablando de cosas intrascendentes.

- Y habéis cantado “Ojos negros”- concluyó Cesar.

- ¿Y tú por qué lo sabes? – preguntó Víctor.

-Porque los rusos siempre cantan las mismas canciones: “Ojos negros” y “¡Qué tiempo tan feliz!”

-¿Conoces Rusia? – preguntó Víctor.

-Conozco más Ucrania, pero también he viajado a Moscú en más de una ocasión.

-¿Y con qué motivo? – insistió Víctor.

-De los más variados. Tengo allí un tío de los niños de la guerra que no se ha querido venir y, cuando me separé, me eché una novia rusa que además de los buenos ratos me proporcionó un arreglo de dientes perfectos. Los médicos rusos son muy buenos.

- ¿Por qué viajas a Ucrania?

-Eso son cuestiones de trabajo que poco tienen que ver con las fiestas, aunque las amistades de Ucrania son más fiables que las rusas. Son amistades de camaradería y de profesión. Cuestiones de logística que es a lo que yo me dedico. Dentro de unos meses, no sé la fecha exacta, he de volver porque tengo una boda del hijo de un gran amigo mío.

La conversación se fue llenando de copas de vodca, ambiente distendido y referencias crazadas de los tres hombres sobre sus conocimientos de los países del Este frecuentados con la imaginación, pero siempre lejos del alcance y de los circuitos corrientes de las guías turísticas. Los nombres de Inés y de Jorge centraron la insustancial y relajada charla porque ambos personajes también eran conocidos por César que se movía con mucha facilidad por todos los ambientes de la creciente inmigración de los países del este, y al parecer, Inés y Jorge también frecuentaban los lugares de cita de los eslavos. Además César andaba últimamente muy enamorado de una señora moscovita cuestión que aún le acercaba más a ese mundo paralelo que se forma en las sociedades plurales ignorándose unos a otros y coincidiendo sólo cuando se necesitan.

La noche se alargaba buscando el día y el camarero, sin insistir insinuó que se acercaba la hora de cerrar.

--¿Y tú qué vas a hacer Petronilo? –preguntó Víctor- ¿Por qué no duermes esta noche en mi casa que estoy yo solo?

Petronilo consultó el reloj que marcaba casi las cinco de la mañana. No le gustaba la idea de dormir en casa ajena, siempre le parecía que molestaba, pero no le quedaba otra alternativa.

--Bueno, o duermo en tu casa o espero al primer autobús de la mañana que pasará sobre las seis o seis y media. ¡Tampoco es tanto tiempo!

--¿Cómo vas a esperar el autobús, hombre? ¡Vente a casa!

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