sábado, noviembre 24, 2007

CAPITULO X

Capítulo 10

--¡Al fin has venido!, – exclamó Tardón-. Por poco apareces cuando esto se acaba. No obstante has llegado en el momento oportuno. Luego te cuento. ¿Has visto quién está aquí?

-- ¡Ahí va, La Bailarina!, – se sorprendió Paula Marta, mientras se dirigía a Palmira- ¿Y tú qué haces aquí?

-- Yo trabajo aquí – saludó sonriendo Palmira a Paula Marta- soy yo quién pregunta qué haces tú aquí.

--¡Este trasto! – señalando a Tardón – que siempre me mete en los follones que a él le gustan.

-- ¡A mi no me impliquéis en nada yo vengo de invitado!

No se habló más. Emma se sentaba en una silla y abrazaba una guitarra. Los músicos esperaban expectantes. El batería cruzaba los brazos y sostenía en cada mano su baqueta, prontas y dispuestas para acompañar a la espontánea. El bajo, hacía descansar el mástil de su instrumento sobre el hombro y lo abrazaba por la cintura como si fuera una novia. El piano asomaba su cabeza rubia por encima de la caja y también miraba a la cantante a través de sus gafas, con esa mirada tan característica de los miopes que en más de una ocasión resulta arrolladora sin que ellos lo adviertan. El guitarrita dejaba descansar su guitarra roja sobre el soporte y miraba con los brazos cruzados. El saxo colgaba del cuello de Rafael Serrano que aguardaba con una sonrisa en los labios y observaba tanto a los músicos como a la sala. Se sentía responsable del experimento.

Joaquín Amestoy no había perdido el tiempo y disparaba su flash sobre el escenario. Un camarero se le acercó.

--No están permitidas las fotos.

--Son privadas para los músicos, que son amigos míos.

--¿Eres amigo de Rafa Serrano?

--No sé quien es, pero soy amigo del guitarrista, Chema Sáez y del pianista Miguel Rodríguez.

--Bien, pero no quiero fotografías de los clientes. Si lo intentas te mando otro mensaje. ¿De acuerdo?

--¡Oído cocina!

El público, además de la mesa de los amigos de las rusas, no era muy abundante dos mesas con dos parejas cada una y otra con cuatro hombres en esa edad mediana de los cuarenta que tomaban copas sin prestar mucha atención a lo que sucedía en la sala. Parecían congresistas de algún extraño evento en horas de asueto o forasteros en Madrid acortando la noche del sábado.

El mismo camarero se acercó por la mesa a ofrecer copas a la recién llegada, momento que aprovechó Palmira Márquez Tierno para avisar de que el fotógrafo era amigo de todos.

Emma rasgueaba una guitarra clásica para ajustarla a su garganta. Delante de ella, dos micrófonos: uno para la voz y otro para la guitarra.

--Buenas noches – se dirigió a la sala-. Perdón por mi osadía, pero no me quedaba más remedio que complacer a estos amigos españoles que tanto me quieren y a quienes tanto debo.

Acto seguido empezó a sonar la guitarra. El silencio en la sala era total. Sólo los disparos de la máquina de Joaquín rompían el impresionante silencio. Hey Jude.

La voz aterciopelada acariciaba la letra en perfecto inglés y la guitarra sonaba acompasada, rítmica, armoniosa, perfecta. En el segundo Hey Jude comenzó a tintinear una leve pandereta. Rafael Serrano se balanceaba marcando el ritmo. Al tercer Hey Jude se dejó oír un bombo marcando el compás de la guitarra. Después fueron unas notas del bajo, después el piano y después el coro...

--¡Together! – invitó Rafa Serrano a la sala.

En la sala se fue levantando un murmullo de “laaa lalalaa, Hey Jude” al tiempo que todos movían sus cuerpos. El batería se había ajustado perfectamente al ritmo de la cantante improvisada y los músicos hacían los coros. La sala se convirtió en una fiesta donde todos participaban.

--¿Y esa quien es? –preguntó Paula Marta a Palmira.

--No sé – contestó Palmira Márquez-. Una de las de aquí que quiere hacerme la competencia. Pregúntale a Petronilo.

--¡Cuanto tiempo sin verte!, – se interesó la periodista-. ¿Cómo te va? ¿Sigues cantando ópera?

--Me va, que no es poco –se quejó Palmira-. Canto donde sale y lo que sale.

Joaquín había aprovechado los aplausos y el coro de todos los asistentes para apuntar su flash hacia la mesa de la reunión. El camarero vigilaba para que la cámara no emprendiera otras direcciones.

Svela gritaba entusiasmada y puesta en pie. A Víctor Fernández se le iluminaban los ojos y se retorcía en el asiento. Le hubiera gustado subir a la tarima tanto para abrazar a Emma como para recibir los aplausos. Inés aplaudía pero difícilmente disimulaba la tensión que sufría. Jorge, el novio de Inés, casi dormitaba, parecía que la fiesta no iba con él.

Rafa Serrano, de nuevo al micro, agradecía la actuación de Emma, mientras ella le devolvía la guitarra y se despedía de cada uno de los músicos con un beso. Fue Svela quien comenzó a gritar ¡otra, otra, otra!, cuando Emma daba el primer paso para abandonar el estrado, después se unió toda la sala. Joaquín seguía con sus fotos. Rafa Serrano y los demás músico rogaron a Emma que aceptara la invitación y la bielorrusa tomo de nuevo la guitarra, rasgueó y advirtió.

--Pero ésta es la última.

Acto seguido entonó “¡Qué tiempo tan feliz!” Expectación. La voz nostálgica e intensa de Emma volvió a sonar. Ahora nadie la acompañó con ningún instrumento. El recuerdo, tema común en ambas canciones, tomaba en ésta la vía de la evocación de tiempos mejores que Emma acentuaba dirigiendo de cuando en cuando la mirada triste hacia sus amigas.

--Sabe usar la voz, pero no la tiene muy educada –susurró Palmira a Tardón.

--Es cantaora de grupo de amigos, no de tablao como tú –le contestó PMT al oído, casi rozando el lóbulo con los labios-. Tú lo haces mucho mejor, pero le pones menos sentimiento.

--Espérate y verás –replicó Palmira también al oído de Tardón.

Tardón se volvió porque se le erizaron los pelos con el aliento caliente de la cantante. Miró a los ojos a Palmira y le tomó la mano. Palmira correspondió con un suave apretón que presagiaba complicidad. Emma terminaba su canción y la sala entera de nuevo aplaudía, ¡hasta la mesa de los cuatro hombres indiferentes! Otra vez besó a todos los músicos y descendió del estrado mientras Rafa Serrano le agradecía el gesto. Sin transición, los músicos arrancaron con un estándar que permitía el lucimiento y el virtuosismo de cada uno de ellos. Solo de saxo, solo de piano, bajo, batería, vuelta y apoteosis final... música condescendiente para tomar una copa, charlar y fumar sin necesitar una atención excesiva. El jazz en los tugurios donde nació: las cavas parisinas.

Emma, de nuevo entre los amigos, ocupaba su asiento junto a Víctor Fernández. Petronilo había presentado a Paula Marta a las maestras bielorrusas. Paula Marta, que no desperdiciaba ocasión, charlaba con ellas sobre su misión, el congreso al que asistirían, que, por cierto, se celebraría en Alcalá de Henares, en el salón de actos de la Cisneriana.

--Inés –intervino Víctor Fernández- ¿Por qué no vienes tú también al congreso? Yo te invito.

--Muchas gracias, Víctor, pero yo tengo que trabajar –agradeció Inés-. Ya sabes que mi ocupación ya no se dirige hacia el español como asignatura, sino como herramienta de trabajo.

--Pero podrías disponer de más tiempo con tus amigas.

Inés vio la oportunidad de comunicarse otra vez a solas con Emma.

--Emma y yo nos tenemos que ver ¿verdad Emma?

--Sí, sí, cuando tú quieras –respondió veloz Emma.

Inés sacó una libreta y apuntó algo en una hoja y la arrancó.

--Toma –ofreció a Emma el papel doblado-. Y no pierdas mi teléfono otra vez.

Emma abrió la nota y advirtió que había algo escrito. Volvió a doblarla y la guardó en el bolso. Tardón también advirtió que en la nota había escrito algo más que un número de teléfono.

Los músicos terminaban su segunda pieza. Los aplausos sirvieron para que

Jorge, el novio de Inés comunicara sus deseos de marchar. El grupo en general estuvo de acuerdo en que la hora, más de las dos de la madrugada, se presentaba idónea para la retirada. Se hizo una derrama entre los hombres. Palmira bebía gratis, según dijo ella. Joaquín exigió a Paula Marta que pagara, que para eso era la jefa. Paula Marta protestó, pero ni permitió que Petronilo pagara por ella ni se negó a pagar por Joaquín.

--¿Por qué no os quedáis un poco más?, –invitó Palmira-. Falta mi segundo pase.

--Nosotros nos vamos –insistió Jorge.

--Y nosotros también –corroboró Víctor Fernández.

Petronilo y Paula Marta se miraron.

--Nosotros nos quedamos ¿verdad Paula Marta? –concretó Petronilo Marceliano.

--Sí. A mi me apetece escuchar a Palmira. Nunca le he oído cantar – sentenció segura la periodista.

Las dos mesas juntas resultaban excesivas para las tres personas que las ocupaban, porque Joaquín había salido con los que se iban “para hacer una foto de familia” según dijo. Petronilo Marceliano Tardón se vio atrapado otra vez en un club de jazz por Palmira Márquez Tierno y Paula Marta Temprano. Tomó una mano de cada una y exclamó para las dos.

--Esta vez no tengo regalos para vosotras, aunque vuestra compañía sí es un regalo para mí.

--¡No te pongas cursi!, -exclamó Palmira- que no te va. Aquí estamos todos trabajando. ¿A que sí Paula Marta?

--Yo he venido a tomar una copa porque Petronilo insistió. Pero mi trabajo ha terminado hasta el domingo al mediodía.

--Pero no has perdido tiempo en asegurarte un reportaje.

--Como tú no pierdes tiempo si te ofrecen una actuación.

--¡Vaya, vaya! Las gatitas se arañan.

--¡Pero con mucho cariño! –rieron ambas a la vez.

Los músicos comenzaron otra pieza. Palmira se levantó.

--Me marcho. Entro después de esta pieza. ¿Os esperáis a que termine y tomamos tranquilamente una copa con los músicos?

--Ninguno tenemos que madrugar mañana – concedió Tardón.

--De acuerdo – ratificó Paula Marta.

--Entonces, hasta luego –se despidió Palmira.

Joaquín regresaba a la mesa sin soltar su cámara. “¿Dormiría con ella?” se preguntó Petronilo.

--Como te dije, aquí hay más que cuestiones de niños y congresos de español. Esta noche es la segunda vez que Inés entrega una nota a Emma.

--Era el teléfono, hombre.

--Sí, escrito en cirílico.

--¡Los tengo a todos! – se sentaba Joaquín-. Los cuatro hombres que estaban en la mesa salieron cuando se fueron éstos y a esos también los tengo. A las parejitas las había cazado antes.

El camarero se acercaba.

--¡Cuidado, el camarero!, -avisó Paula Marta.

--¡Ahora me toca a mí la copa! –exclamó Joaquín.

--¿Qué tomarán los señores?, – interrumpió el barman-. Invita la señorita Palmira, la cantante.

Repitieron los güisquis y el gin tonic.

--Bueno, ya conoces a casi todos los protagonistas de la movida esta.

--Pero la única que cuida niños es la que cantó.

--Sí, efectivamente, Emma. Svela, la letona, viene para encontrarse con sus amigas Inés y Svela. Pero las relaciones entre Inés y Emma son extrañas: parecen adolescentes pasándose notas.

Callaron porque aparecía en el escenario Palmira Márquez. Vestida como Rita Hayworth. Entonó “Amado mío”. El guante se dirigió a la cara de Petronilo que lo cazó al vuelo y lo besó mirando a la cantante que continuaba interpretando a Gilda. El Segundo jazz se convirtió en el tugurio de Montevideo. Sólo faltó la bofetada.

Terminada la actuación de la cantante no quedaban clientes en el club.

--¿Te ha gustado? –preguntó Palmira a Tardón.

--El guante olía muy bien. Me gustaría profundizar en el sabor, ya conoces mis debilidades.

--Cuando tú quieras me llamas y te invito a un café. Me gusta hacerlo en cafetera italiana y molerlo antes de hervir el agua. Apunta mi teléfono.

--El ritual auténtico de un buen café –río Petronilo.

Organizaron la retirada: Joaquín llevaría a Paula Marta y a Miguel Rodríguez hasta Alcalá de Henares. Rafa Serrano acercaría a su casa a la cantante. Petronilo Marceliano Tardón se quedó solo con el teléfono de la cantante y la invitación para tomar café. Iría al día siguiente.

La noche, tranquila, invitaba a pasear. Petronilo aprovechó para descender por la Castellana enredando con sus fantasías hasta Atocha donde vivía en una pensión.

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