sábado, diciembre 01, 2007

CAPÍTULO XII

Capítulo 12

Paula Marta llegó el lunes a la redacción a las doce de la mañana. Los de deportes acudían al mismo tiempo. La reunión de planificación fue muy breve: el trabajo muy sencillo, cubiertos los partidos de fútbol, baloncesto y fútbol sala de las distintas categorías, poco más había que hacer. Muchas fotos y pies, resultados y algunas entrevistas. En cuanto a la política local y cultural no se presentaban grandes novedades. La política nacional e internacional la servían las agencias y las cuestiones más frívolas, aunque interesantes,-agenda, revista, reseñas- las cubría perfectamente Gerardo y sus becarias. Una vez repartidas las tareas, Paula Marta llamó a Gerardo el Redactor Jefe. Paula Marta desde su silla de subdirectora le invitó a sentarse frente a ella. La mesa les separaba. La periodista quería marcar los distintos rangos.

--Bueno, Gerardo, ya puedes pensar a quien encomiendas los reportajes sobre los niños de acogida.

--¿Y las fuentes están disponibles? –dudó Gerardo.

-- Están –sentenció Paula Marta.

--¿Y los temas a tratar?

--¿Eso no te corresponde a ti?

--Pero ¿sabemos las entregas que vamos a ofrecer? ¿Las fechas?

--¿Es que esto es un examen de reválida o qué? ¿Por qué me preguntas tantas cosas?

--Porque no estoy convencido de que hayas atado todos los cabos.

--Y yo te digo que sí y no se hable más. Mañana me dices quien se va a encargar del contenido éste, que hable conmigo y que se ponga a trabajar. Urge. Hay un congreso aquí, en Alcalá, de una asociación de profesores de español en el extranjero y allí encontrará material y fuentes.

--El sitio más adecuado, sin duda.

--Así es. De modos, que ya sabes.

--Lo que usted mande, señora subdirectora – se burló Gerardo.

Paula Marta no contestó. El teléfono sonaba y se lo puso al oído. Desde centralita le avisaban de que un señor que se decía su amigo, pero que no había facilitado el nombre, deseaba hablar con ella.

--Pásamelo –dijo Paula Marta.

Gerardo salió de la pecera haciendo un gesto con la mano que podía significar cualquier cosa.

--¿Paula Marta?

--Sí soy yo.

--No me conoces, pero soy amigo de Tardón y me ha dicho que hable contigo, es sobre una muerte en Torrejón.

--A mi esas notas me las pasa la policía. No solemos hablar con particulares a no ser que estén muy implicados en el asunto.

--El tema te interesa.

--¿Y quien eres tú?

--Me llamo César y vivo en Velilla. Pregunta a Tardón.

¡Cualquiera localizaba al crápula de Petronilo! ¡Lunes al mediodía, sin móvil, sin saber con exactitud donde vive, sabe Dios...!

--Déjame un teléfono y, si eso, ya te llamo yo – alargó Paula Marta.

--No tengo móvil y en casa paro poco. Que te llame Tardón.

--Pues cuando estéis juntos me llamas ¿de acuerdo?

--Estoy con él ahora, peno no se puede poner.

--¿Qué le pasa?

--Ven a verme y te lo cuento.

--¿Pero esto qué es?

--Quiero darte unos datos que te interesan: escucha.

Paula Marta hacía aspavientos con las manos desde la pecera para captar la atención de alguna de las redactoras.

--¿Me escuchas? – volvió a repetir la voz.

--Sí, sí. Te escucho.

Joaquín Amestoy, el fotógrafo, recién llegado a la redacción, se dirigía al despacho de Paula Marta. Ella le hizo señas para que pasara.

--Tienes que venir sola a la estación de Atocha.

Paula Marta tomó por los hombros a Joaquín y compartió con él auricular.

--¿Cuando? –preguntó resuelta mientras que Joaquín la miraba extrañadísimo.

--¿Por qué no comemos juntos? Dentro de dos horas. Te sientas en la cafetería Sidarta. Arriba. Yo te conozco a ti. Yo me acercaré.

--Ahí estaré –rotundizó Paula Marta.

--No faltes. Te interesa.

El teléfono se colgó.

--¿Has entendido algo?- preguntó Paula Marta a Joaquín.

--¿Qué tenía que entender?

--O sea, que no.

--Alguien que te invita a comer.

--Si te esperas y vienes conmigo, te lo cuento.

--Pero la invitación es para ti sola.

Paula Marta le sacó la lengua mientras marcaba un número interno en el teléfono.

--¿Puedo ir a verte? –Preguntó Paula Marta.

--...

--Ahora mismo voy – y colgó el auricular-. No tardo nada –se dirigió al fotógrafo-. Espérame.

Salio de su despacho hacia el área de administración del periódico y a los pocos minutos se presentó de nuevo en la redacción.

--Vamos –dijo a Joaquín Amestoy.

El reloj marcaba la una. A las tres estarían en Atocha.

--Como tú digas, tú eres la jefa.

Gerardo miró a los dos, pero no se atrevió a preguntar. Sólo hizo un gesto de extrañeza con las cejas. En la calle, Paula Marta relató a Joaquín la conversación con el desconocido. Trazaron un plan. Joaquín acudiría en coche hasta Atocha. Paula Marta tomaría el tren. Joaquín no la perdería de vista ni un instante desde que llegara, pero no se acercaría a ella.

Llegó y atravesó el pasillo hasta el vestíbulo central de la estación de Atocha. La estación, viva como siempre, agrupaba a viajeros curiosos y gente desocupada. Al rededor del lago central descansaba personal en tránsito y otras comparsas que merodeaban sin rumbo. Había mujeres de distintas edades que charlaban entre ellas en idiomas extraños para Paula Marta: rusas o ucranianas. Parecía un lugar de cita para encontrar trabajos. Había oído que Atocha era lugar de encuentro y de intercambio de información para la inmigración de los países del este, pero nunca lo había comprobado expresamente. No se entretuvo en averiguar lo que había de verdad en la información y en la impresión. El tiempo era escaso. Las tres menos diez. Deseaba llegar para sentarse en una mesa que diera al patio central de la estación. Subió las escaleras del restaurante Sindarta. Había muchas mesas libres, podía escoger sin dificultad. Le pareció adecuada una situada junto a una columna de hierro que dejaba ver el bosque artificial y, entre las palmeras, permitía observar la plaza donde esperaba la maleta de hierro, el abrigo y el sombrero del viajero imaginario. Facilitaba desde allí que Joaquín la viera desde los descansos de la escalera habilitados como miradores. Pensaba esperar hasta las tres y media. A partir de ese momento, en caso de que nadie apareciera, buscaría a Joaquín y se marcharían. No pensaba responder a ninguna llamada telefónica. No le preocupaba en exceso la situación de Petronilo, pero le extrañaba la llamada. La relacionaba tal vez con la noche del sábado. Por eso también prefería que Joaquín estuviera al tanto. Conocía a la gente lo mismo que ella.

Mientras distraía la mirada hacia las escaleras y atrio de la estación y hacia la puerta de entrada al restaurante, le pareció entrever la figura del marido de Inés que se escapaba hacia las terminales del AVE. Eso la distrajo. Un hombre alto con gafas de sol se acercaba a su mesa.

--Hola Paula Marta. Veo que has sido puntual. Yo soy Cesar.

--Hola –sonrió Paula Marta-. Usted también ha sido puntual.

El hombre se sentó frente a la periodista.

--Tardón está bien. Quizá un poco cansado, pero bien.

--¿Qué le ha pasado?

--Eso debías saberlo tú. ¿A qué hora le dejaste el sábado por la noche?

--No sé. Al rededor de las tres y media o las cuatro de la mañana.

--Pues debió seguir él solo la fiesta, porque ha amanecido esta mañana en la Glorieta de Bilbao con un golpe en la cabeza, la camisa sucia y con pintas de haberse pasado tres pueblos con el güisqui.

--Pero eso son dos días. No creo que aguante tanto tiempo.

--Ese es el misterio ¿dónde estuvo el domingo por la noche?

--Bueno. Antes de seguir. ¿Quien es usted y qué quiere de mí?

--No te preocupes soy amigo tuyo. Conozco a Tardón de Velilla. Yo también vivo allí aunque salgo mucho. Él también es amigo mío.

--¿Y qué quiere usted de mi?

--Primero deberías venir conmigo a visitar a Petronilo. Luego hablamos.

El camarero se acercó a la mesa.

--¿Qué desean tomar los señores?

El hombre pidió una cerveza y Paula Marta un refresco de naranja.

--No. Aquí sólo se sirven comidas –informó el camarero.

--Podemos bajar a la cafetería de abajo –propuso el hombre desconocido, pero Paula Marta reaccionó rápido. Si bajaba por las escaleras del bar podría obligarla a caminar por los pasillos que conducen a la calle y Joaquín la perdería de vista.

--Entonces tráigame la carta –contestó Paula Marta.

--Quiero hablar con Petronilo desde aquí.

--Eso es sencillo –dijo el desconocido mientras sacaba el móvil y marcaba una dirección. Hecho esto, entregó el móvil a Paula Marta.

El teléfono sonó varias veces antes de oír una voz femenina que sin duda era la de Palmira Márquez Temprano.

--¡Ah! ¡Eres tú!, soy Paula Marta. ¿Está Petronilo Marceliano contigo?

--Sí, aquí lo tengo.

--¿Puedo hablar con él?

--Sí, pero poco tiempo. No está para muchos trotes. Tiene un buen golpe en la cabeza.

--Pásamelo. ¿Y por qué está contigo?

--Habla con él. Luego te lo cuento.

Se oyó un susurro y a continuación la voz cascada de Petronilo, esta vez tenue y doliente, al contrario de su fuerza vital acostumbrada.

--Hola Paula Marta.

--¿Pero qué te pasa? ¿Donde andas?

--Estoy bien. ¿No te ha contado Cesar? Estoy en casa de Palmira, que me cuida con mucho mimo.

--¿Cuándo te puedo ver?

--Yo creo que mañana ya estaré bien y te llamo yo a ti. Mientras tanto escucha a Cesar.

--¿Me quieres decir algo en concreto, necesitas cualquier cosa?

--No, no necesito nada. Estoy bien, te mandaré un articulillo. Haz lo que te dice Cesar y sigue con tu trabajo. Hasta mañana.

El teléfono volvió a manos de Palmira.

--No te preocupes, mañana le damos el alta, pero ahora no se puede mover. Ya te contaré.

El teléfono calló. El camarero había traído la carta y esperaba las peticiones. Paula Marta, en un vistazo rápido, se decidió por un filete con patatas fritas. El desconocido se unió a la petición.

--¿Y ahora qué quiere de mi?

--Muy sencillo. El sábado estuvisteis en ese club de jazz y el fotógrafo que venía contigo hizo muchas fotos. Lo que quiero es que no se publique ni una sola de esas fotos. Puedes tener problemas. El camarero del club ya le avisó y Tardón ha recibido el segundo aviso. El tercero lo recibes tú. ¿Entendido?

--Bueno, eso no es tan fácil. Veré que puedo hacer.

--No. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Paula Marta consumió medio filete y algunas patatas. No hablaba y su acompañante, tampoco.

--¿Puedes dejarme algún teléfono donde localizarte?- se atrevió a tutear al desconocido.

--Complicado. Palmira te informará. A través de ella puedes ponerte en contacto conmigo.

--Pero tampoco tengo su número.

--Ese te lo doy yo.

Sacó una libretilla y en una de las hojas garrapateó algo, la dobló y se la brindó entre los dedos índice y corazón. Paula Marta la desdobló. Había un teléfono y una nota escrita en caracteres cirílicos. Paula Marta miró a la cara al desconocido. El desconocido mantuvo la mirada a través de las gafas de sol. Paula Marta no preguntó, no hacía falta. Cesar tampoco añadió nada. Paula Marta intentó pagar.

--Estás invitada. Puedes marcharte si quieres.

Paula Marta no lo pensó, dejó la comida por donde iba y descendió por la escalera al aire de la terraza hasta el bosque tropical. Bajo un sombrero de fieltro, la esperaba Joaquín camuflado de viajero exótico...

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