jueves, diciembre 06, 2007

OPERACIÓN BALALAIKA CAPÍTULO XIV



Capítulo 14

A mediados de agosto, cuando se concretaba la fecha de regreso de los niños, todos los padres de acogida habían comprado grandes maletas de regalos para sus respectivos adoptados. Además, Víctor Fernández, se había encargado de organizar una campaña entre comerciantes y entidades culturales y las administraciones locales con el fin de conseguir material escolar para los colegios a los que acudían los niños. El cargamento se acumulaba en unos almacenes que prestó alguien en Villarejo de Salvanés. De allí partiría la expedición.

El éxito de la abundante cosecha también debía mucho a el Tribuna de Alcalá. Una jovencísima becaria se había encargado de escribir diversos reportajes sobre la opinión de los niños, donde se recogía lo bien que se lo pasaron entre los padres de acogida y sus nuevos hermanos, las carencias que sufrían en su tierra y la diferencia de clima y costumbres. Los padres de acogida alababan el excelente comportamiento de los acogidos y los motivos por los cuales ellos se habían comprometido. Abundaba la solidaridad con otros pueblos necesitados y los que lo habían hecho por caridad cristiana. El Tribuna de Alcalá también había entrevistado a Emma como monitora y encargada del buen desarrollo de la operación, quien había destacado la ayuda de todos los padrinos, de las instituciones y el buen ambiente que se había vivido en los tres años consecutivos que había traído niños a España. Todo con abundantes fotografías donde no faltaba ninguno de los implicados. Además de prestar voz a los protagonistas, el periódico había publicado un editorial y una serie de columnas sobre el tema. Todos los colaboradores de opinión habían hablado del evento, cada uno desde su particular punto de vista. Los niños, por gentileza del diario, llevaban en sus recién estrenadas mochilas dos ejemplares de cada uno de los números.

Se planteaba un problema de logística: todo lo recaudado no cabía en la bodega de un solo autobús y los fondos de la asociación no daban para más. Se pidió una derrama entre los padres de acogida, familiares y amigos. Gracias al esfuerzo de todos y la generosidad de la empresa de autobuses Sabroso Fraile que corría con el transporte, la dificultad se salvó de manera satisfactoria.

Por último se programó que alguien de los implicados custodiara uno de los autobuses porque en el otro viajaría Emma. Se barajaron nombres. Incluso se llegó a decir que fuera la autora de los reportajes de el Tribuna de Alcalá, y se decidió que Víctor Fernández cumplía todas las condiciones. Además, por invitación expresa de la Universidad de Minks, gracias a los buenos oficios de Emma, se le invitaba a dar una conferencia en el aula magna. Víctor Fernández aceptó el reto encantado. El viaje de vuelta se lo pagaba él de su bolsillo.

¡Y tuvo que ser la última noche cuando se enteró de todo! Durante las horas de vuelo desde Minsk hasta Ámsterdam, Víctor Fernández recompuso minuciosamente todos los detalles sin que faltara el inédito que Igor le había confiado para entregar a Adela de los Montes, secretaria de la asociación que se encargaba de reclutar y colocar a los niños de acogida. Fue así de sencillo:

--Hemos fracasado en todo –se quejó Emma.

--“A ti y a mí nos gusta el verbo fracasar.” Canta Sabina.

--Inés murió hace un mes –murmuró casi quejándose Emma.

--¿Y tú por qué lo sabes? –preguntó Víctor Fernández.

--Porque yo lo provoqué.

--¿Que tú provocaste la muerte de Inés?

-- Tenía que hacerlo.

--¡¡¿Que tuviste que provocar la muerte de una persona?!!

--¡Claro que tuve que hacerlo! ¡Si no colaboro no me dejan salir, ni trabajar y posiblemente hubiera acabado en la cárcel como Igor! ¿Cómo crees tú que funcionan las cosas? ¡No vayas de inocente! Pero no me siento culpable. Ahora lo único que deseo es volver a irme para contar toda la verdad, pero eso no interesa a nadie y tendré muchas dificultades para salir otra vez de mi país. Se acabaron las acogidas para mi. ¿O tú crees que Europa se va a quedar sin gas por la muerte de una mujer bielorrusa? ¡Tú serías el primero en no entenderlo! ¿Por qué te crees que no se investigó a fondo la muerte de Inés? Enseguida se acabaron las sospechas. Una rusa muerta, sería una puta, un ajuste de cuentas entre bandas del Este. Seguramente alguien muy cercano al grupo sabía mucho más de lo que aparentaba, pero estos asuntos son así. Nadie intenta averiguar nada porque a nadie le interesan. Yo soy otra víctima, aunque nunca me podré perdonar que Inés muriera.

--¿Y cómo quieres que te crea?

--De ninguna manera. Me da lo mismo que me creas o no. Te he contado la verdad. Mi verdad. El resto te lo dejo a ti y a tus habilidades. Y ten cuidado ahí fuera.

--Parece un consejo de serie de televisión.

--En adelante, colaboras y entregas el manuscrito de Igor donde te han dicho o seguirás el mismo camino que Inés. Esto no es un juego.

--¿Pero qué hacía Inés, qué sabia Inés?

--No lo sé, ni lo quiero saber y tú no te lo preguntes, si quieres guardar el pellejo.

--¿Me amenazas?

--No. Tu vida está en peligro porque esta es la típica manera del antiguo KGB de solucionar un problema: matando al testigo... Te aviso, porque siempre recordaré momentos felices junto a ti...

Víctor apartó la vista de la cara de Emma. Las sábanas de la cama cubrían levemente los cuerpos de los dos amantes. Llegaba el momento de la despedida. La amarga despedida, el fuerte sabor del vodca de patata. Los días de sol y música terminaban así en una desangelada habitación de un hotel de medio pelo en una ciudad triste. Le quedaban apenas dos horas en Minsk. Subiría al avión y olvidaría -¿olvidaría?- aquella pesadilla que había comenzado como un triunfo: el representante de los bienhechores trayendo juguetes para los niños pobres o el compañero solidario capaz de ayudar a los pueblos deprimidos. Ellos lo habían recibido así, como el hombre bueno que aporta lo que tiene y a cambio, ellos le aportan lo que él desea: conferencias en la universidad, conversación con catedráticos, agasajos, presidencias honoríficas de comités, nombres españoles a salas de clases, fotografías, entrevista en los periódicos, aparición en la televisión de la ciudad, parafernalia y juegos florales. Y hasta contacto con los disidentes. Discretos ciertamente, pero tolerados con apariencia de clandestinos: el profesor que se aparta de la manada y le cuenta su historia: “está represaliado, dice, porque no tolera la falta de discusión ya sea académica o social. Su postura crítica, nada popular, nada de movimientos de masas, le ha conducido al ostracismo. Sus libros no se publican, le permiten impartir pocas clases, sólo dirigir alguna tesis y, por supuesto, de ninguna manera le consienten dictar conferencias. Saben quienes son los alumnos que le visitan o hablan con él. Y ahora le acusan de vender exámenes. La única actividad que le admitían, la de preparar en clases particulares a los alumnos que aspiraban ingresar en la universidad. ¡Claro que tenía contacto con otros profesores!, ¡claro que les pidió dinero por la preparación de las pruebas!, ¡claro que las cuestiones que les planteaba en la simulación de los exámenes se parecían mucho a las que les exigían en el entrada a la universidad! ¡Pero eso también lo hacían otros! ¿Y de qué vivía su familia, si no? Le habían llevado a la cárcel acusándole de vender las pruebas, pero no era cierto. Le habían llevado a la cárcel por discrepar del sistema. Por eso le rogaba que, si no resultaba muy oneroso, llevara su manuscrito a la dirección que le señalaba. Él y el pueblo bielorruso le estarían muy agradecidos” Y él aceptó el encargo.

Emma abandonó la cama. Fue hacia el cuarto de baño. Mientras se duchaba repasaba acontecimientos y soñaba futuros. Futuros inciertos, imperfecto. Ahora entendía el modo verbal en su justo significado. Había cumplido su cometido. Le remordía la conciencia por la muerte de su compañera Inés, pero ¿le quedaba otra forma de actuar? Con el aviso a Víctor deseaba tranquilizar su conciencia, pero no podría afirmar que el destino de su amante de aquella tarde y de otras noches en otros hoteles, no corriera parejo al de su amiga Inés. Aún había más: la muerte por cáncer de aquella otra maestra en Bilbao, quizá podría haberse evitado si ella no le hubiera confiado algún secreto. Su ex marido, padre de su hijo también se había perdido. El vozca lo acodaba inconsciente en la plaza. Su hijo había marchado a Italia. Tal vez no volviera a verlo. Sería lo mejor para él. La única manera de sobrevivir consistía en mantener su puesto de subdirectora en el colegio y seguir obedeciendo. Cuando regresó, aún desnuda, Víctor permanecía en la cama con los ojos cerrados. Emma se vistió delante de Víctor de manera discreta pero impúdica. Volvería a desearla como la había deseado desde que se conocieron. Ella también le había deseado. Ahora llegaba el fin. No se atrevía a pensar que la manera oferente de vestirse representaba el deseo de otro abrazo, de más besos. A mediada que se asentaba la ropa vivía el frío de la piel. El adiós de caricias apasionadas pesaban tanto como la conciencia de una despedida sin retorno, de un deber, de una obligación contraída hacía años sin advertir entonces que ponía coto a su intimidad, que aquella felicitación de alumna sobresaliente había resultado una cadena perpetua atada a su conciencia. Había producido algunas muertes, inevitables, sin duda, pero ella no había sido el instrumento. Víctor no se movía. Ella había terminado de vestirse. Entendía el desprecio del amante y admiraba su capacidad para reprimir los sentimientos de engaño y miedo que ella debía provocarle en aquellos instantes. ¿Le daría un beso de despedida? Víctor no se movía. Permanecía con los ojos cerrados y las manos detrás de la nuca. Parecía dormir. Le besó levemente en los labios. Reaccionó al instante. Atrajo a la mujer sobre su pecho en un abrazo desesperado, con todas las fuerzas que le quedaban. Ella no hizo nada por separarse de los labios de él. Las manos se hundieron por huecos adecuado, óptimos para el arrobo, sin delicadeza. Algunos broches saltaron como el crepitar de la leña en el fuego, las manos llegaron hasta los pantalones ya sujetos con cinturón y hebilla, y las barreras resultaron inútiles y los botones danzaron rompiendo hebras, las cremalleras bajaron hiriendo dedos y carnes y las manos se perdían entre los pliegues primero soñados, después, gozados y ahora, minuto último de la batalla, temidos y amados, hasta que cualquier impedimento fue anulado en aquella fortaleza que no ofrecía resistencia sino que por el contrario deseaba el triunfo del enemigo... No había palabras. Sobraban las palabras. Si allí sobraba algo era la palabra. Se había empleado demasiado, ¡excesivas palabras! Ahora la saliva tomaba el protagonismo. Sólo tacto. Los ojos cerrados, mirando hacia dentro en un acto compartido, egoísta y vengador por ambas partes. Ni siquiera pensamiento. Ráfagas de recuerdos que se concretaban otra vez en el remolino de sed de venganza y aleluya final de una ceremonia concreta que había marcado todos los tiempos de los rituales humanos. Sobraban las palabras. Se perpetró el atentado suicida. Estalló la bomba. El eros y el tánatos de nuevo de la mano, como habían caminado a lo largo de toda la eternidad. No cabían explicaciones. No se necesitaban. Primer y único gesto gratuito, sin calibrar consecuencia, sin medir futuros porque ya no cabían.

Esta vez se levantó Víctor primero. Caminó hacia el baño. Cuando volvió Emma ya no estaba allí.

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