miércoles, febrero 27, 2008

LA BIBLIOTECA IMPOSIBLE VII: NO ES LO QUE PARECE...

"— Un día,- continuó mi amiga- mi padre y yo nos dedicamos a ver ropa interior. Yo insistí y le compré unos calzoncillos que a él le parecían bragas porque eran pequeños y ajustados, pero yo le insistí que la ropa femenina era de otra manera y le conduje a la sección de señoras donde además de mostrarle las distintas colecciones y marcas, yo me compré algunas prendas.

"— Nunca supe si tu madre tenía bragas o no porque nunca la vi ni desnuda ni desnudándose. Cuando nos metíamos en la cama ella llevaba un camisón con un agujero y de estas cosas, no entiendo. Dijo que le había confesado su padre aquella tarde.

"—¿De verdad papá que nunca viste las piernas a mamá? Te voy a llevar a un espectáculo donde salen las mujeres desnudas.

"—No hija, no...

"—Yo me quedé pensando lo que mi padre había dicho: que nunca había visto a mi madre desnuda y posiblemente tampoco a otra ninguna mujer. Preparé la estrategia mientras llegamos a casa. El calor era una coartada perfecta. Apenas entramos, me fui a mi habitación, me cambié y, en vez de ponerme una camiseta como cada día, me puse una camisa abierta y ropa interior roja. Tengo mucha ropa interior porque siempre me ha gustado, nunca pensé lucirla delante de mi padre, pero tampoco me pareció inmoral en este caso. Esta primera vez advertí que mi padre miraba pero intentaba cambiar la vista por razones obvias. Los resultados de los análisis fueron más que preocupante. A pesar del mucho cuidado, todos los médicos me dijeron que llegaría al invierno. Había que tratarle pues, con el cariño propio de los últimos días. No se quejaba en exceso, pero se le veía que le dolía todo. Para consolarle me fui haciendo más atrevida e incluso prescindí unas veces de la camisa y otras de la parte inferior. Mi padre podía ver de manera transparente todo mi vellocino de...

“—¡Oro! -Intervine mirándole a los ojos.

"—¡No, de ébano! -Rió ella y continuó su historia.

"— Advertí como mi papá me miraba en ocasiones con ojos brillantes donde advertía cierto reproche pero lleno de admiración y respeto. A mí me había desaparecido totalmente la más mínima intimidación y si no me mostraba ante él desnuda del todo fue simplemente porque me parecía más basto. Sabía que mi padre moriría enseguida y no me importaba alegrarle dentro de lo posible, sus últimos días. No podría negarle nada.

"— ¡Cómo te pareces a tu madre!- me dijo un día, y yo pensé “será como te la imaginaste”, porque estaba segura de lo primero, de que nunca la había visto desnuda. Por estas fechas ya estaba muy mal, vivía bajo los efectos de los barbitúricos y poco más se podía hacer por él. A primeros de septiembre, me dejó. Él estaba solo y yo también, ahora estoy más sola todavía.

"—¡Cómo lo siento! Quise consolar.

"—¡No importa, me va bien sola, siempre he tenido amigos, me refiero de familiares directos...

"—¿Y sigues teniendo esa colección de ropa interior? -Pregunté para cambiar el tercio triste.

"—Sí, claro. Es un poco yo misma.

"—Me gustaría conocerla...

"—Si estás muy interesado, te la muestro.

"—¡Encantado!

"El acto de presentación de "Con apariencia de tímida doncella" de Rafael del Moral había terminado la parte académica. Ahora, en corrillos, unos y otros bebían el vino y se lanzaban sobre las bandejas de canapés. A mi amiga siempre la había considerado una cazadora de canapés, era el momento de ponerle a prueba. Nos acercamos hasta el escritor. Felicitamos a Rafa y le dije a él, "tengo prisa". Le dejé saludando a otros curiosos y me dirigí a la recién conocida amiga:

"—Puesto que nos hemos dedicado las a presentaciones y exposiciones ¿por qué no continuamos?

"—¿A qué te refieres?- Preguntó, como si ya se le hubiese olvidado...

"—A tus bragas...

"—Vivo al lado del Hotel Suecia, si quieres venir, estamos muy cerca...

"No pude darle más que otra vez la misma contestación:

"—¡Encantado!

"Diez minutos después me encontraba sentado en un sillón de orejas que se me antojó heredero de algún protagonista barojiano. Un sillón con historia: se me ocurrieron varias en aquel mismo momento, pero, las contaré en otra ocasión.

"Mi desconocida amiga había desaparecido. Me había dejado a solas con un magnifico güisqui, sentado en un extraño sillón cuya estructura me recordaba otra aventura que te contaré, si te haces acreedora de ella.

"Habían pasado unos diez minutos, hoy el tiempo transcurría en períodos de diez minutos, cuando apareció de nuevo y ordenó más que invitó:

"—¡Sígueme!

"Obedecí y entramos en un dormitorio excesivamente grande, me pareció a mí, para una mujer sola.

"Sobre la amplia cama, se extendía, armoniosamente colocada, una colección de bragas ordenadas por colores, tamaños y formas. Se podían distinguir épocas. Yo conocía el libro de Lola Gavaldón "Piel de ángel", pero me parecía imposible que alguien se hubiera dedicado a sistematizar prácticamente los conocimientos en una exposición sin fisuras. Me juré acudir a una hemeroteca para estudiar los catálogos y averiguar si había algún museo del tejido donde se guardaran tan recatadas prendas. Yo no lo conocía.

"Ante mi silencio, con boca y ojos abiertos, y algún otro órgano en guardia ante tan exagerada disposición, mi reciente amiga, no tuvo otro recurso que presentarme lo presente:

"—Esta es mi colección.

"A partir de ahí empezó a explicarme las características peculiares de cada uno de los objetos expuestos, con esa voz propia de las guías de museos.

"—Está muy bien, pero a mí me apetecería sin duda verlas en el lugar para el que fueron confeccionadas, es decir puesta sobre ti misma.

"No me contestó. Creo que no me entendió o si me entendió me tomó el pelo, porque lo único que hizo fue contar un chiste; me sacó de nuevo del dormitorio y me llevó al salón. Me acomodé en el sillón de orejas, me sirvió otro güisqui y desapareció de nuevo.

"Cuando volvió, esta vez no tardó más de dos minutos, vestía una bata transparente y una única braguita roja de Cacharell. Empezó a sonar -¿en el techo?- Joe Coker, y en concreto la música de Nueve Semanas y Media. Nosotros no llevábamos juntos ni siquiera cuatro horas...

"Mi desconocida amiga, aparecía y desaparecía con la periodicidad de dos minutos: cambiaba de bragas y de bata pero no de sujetador, algo elemental a mi parecer. Todo muy deprisa, como si estuviera muy ensayado, muy hecho. La música no cesaba, y la luz intermitente de un anuncio de la calle ponía el foco fugaz e incontrolado: el gato de porcelana, de Gardel, nunca de Piazzolla.

"... ¡Y yo de espectador anhelante! A pesar de todo, extravié el protocolo y pasé de espectador a actor... En uno de los ires y venires tendí una mano hacia ella con el fin de que la cogiera...

"Rozó mis dedos, jugó con su camisón y siguió huyendo. Cuando volvió, aún más provocadora, simplemente la abracé por la cintura, pero se zafó de nuevo. Regresó, y regresó otra vez... Yo permanecía quieto, sólo mirando, sólo comprobando... Sonaba la misma música, ¿alguien en tal lance ha comprobado lo que duran nueve semanas y media?...

"Salió y tiré de ella hasta que la dejé tendida sobre los brazos del sillón. Allí la besé por primera vez. Nunca pensé que se resistiera, pero hizo un esfuerzo repentino y pegó un "respingo" nunca pensado. Se escapó. Me extrañó. ¿A qué jugaba, me preguntaba yo? Me había traído hasta allí, me había calentado, y ahora ella jugaba con las cartas marcadas...

"Volvió a salir. Yo bebí güisqui, y no hice nada por acercarme a ella. Ella intentó jugar más conmigo: metió su trasero en mi cara y una de sus tetas en mi vaso de güisqui. Cuando se volvió, la miré. Me mostré entusiasmado. Mis ojos en sus ojos, mi mano en su mano, el brazo del sillón jugando a ser mi pierna, el mástil en guerra...

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