sábado, marzo 01, 2008

NO ES LO QUE PARECE II

"—Está muy bien, bailas muy bien, y te exhibes muy bien, pero aunque a mí me gusta mucho mirar, también me gusta tocar, en cambio no me gusta la violencia... - Le dije.

"—A mí tampoco me contestó... Y se fue para volver con otro modelo y seguir la exhibición.

"Se sentó en mis rodillas. La acaricié. Intenté meter un dedo dentro del tapa sellos para dejar sin duda las huellas dactilares donde hiciera falta. Mordí su cuello... No me dejó llegar a trazar con exactitud la bisectriz de su ángulo obtuso, no me dejó terminar. Prefirió iniciar una mediatriz en línea cambiante sobre su boca y mi ángulo agudo. Aquel día comprendí un poco más la importancia de la geometría aplicada y los secretos de las medianas. Fue el comienzo de la geometría del plano: comencé a entender los triángulos, la importancia de los ángulos y las relaciones con los senos... Recordé al geómetra del Manuscrito encontrado en Zaragoza. Yo tampoco he sido capaz de aprender a bailar la zarabanda.

"Cuando apuré por fin el güisqui y encendí el cigarrillo de la despedida, ella me dijo:

"— De ordinario son cincuenta mil, pero a ti te lo dejo en quince.

"Yo me levanté, le pagué, me despedí y nunca se ha vuelto a cruza en mi camino. Seguramente andará mostrando su colección a otros interesados en esos menesteres o tal vez la haya donado al museo etnológico de la Universidad Autónoma, no sé..."

Petronilo Marceliano Tardón calló de repente. No añadió más. Me miraba sonriendo. Yo, sorprendida, no sabía qué preguntar, y eso es lo peor que le puede pasar a una periodista, que el entrevistado le gane la partida. El cuestionario, preparado a medias, ya se había ido al garete. Aquel hombre me producía sentimientos contradictorios: su capacidad de fabular sobre cualquier asunto y su incapacidad para terminar nada. También había admiración, a pesar de esa cierta grosería que él controlaba. Por eso le pregunté.

— ¿Por qué no escribe esa historia?

— Porque la he vivido, querida, y lo que se vive no se escribe, y si se cuenta, se exagera. Eso es de ahora y de siempre. Tal vez sea un cuento intercalado, pero no lo escribas, ni lo niegues ni lo afirmes. Tu nunca debes escribir sobre lo que no te guste. Puedes escribir sobre lo que ignores, puedes escribir de eso. De eso sí puedes escribir cuanto te apetezca, puedes inventar, pero nunca escribas sobre lo que no te guste. Ahí mismo tienes una dificultad: ¿sabes lo que te gusta? Pero nunca debes preguntarte sabes lo que te gusta o no. ¿A quien puede importarle? Tú escribe, escribe, que ya aprenderás. En la Calle Atocha, podía ser Huertas, no voy a poner ni quitar nombres, pero no escribas de La Fíduala. No escribas del Ateneo, no escribas de Gurriarán, no escribas del Emilio Romero, ni de Virginia, ni de los policías, no escribas de la fuente, ni de Ángela, ni de Antonio, ni de Araceli, de la inglesa, ni de jazz, no escribas de lo que no te guste. No escribas de mí, no escribas poemas, no escribas, por favor, no escribas, por favor... No escribas nada. Escribe de ese tipo de carne y hueso que te conmueve, que te intimida... Sigo bajando por Atocha. Tal vez la misma calle por donde se bajaba hacia las huertas. Pero no es la calle Huertas. No quiero llegar a la calle Huertas. Eso es otro cantar, tal vez otro libro, como La Calle Valverde. ¿O has olvidado que en la calle Huertas estuvo el Diario Pueblo, El Ministerio de Trabajo, una comisaría... Y allí está también La Fídula, el primer café de música clásica y hasta el Ateneo. Podrás investigar y escribir, pero ¡ten cuidado! Te puedo contar una ocasión maravillosa: "La noche que me invitó el inglés", se puede titular. Pero no debemos adelantar acontecimientos. Sírvate saber que terminamos ¿cuántos? Al menos seis en una sola cama. Y yo aquí estoy. No sé nada de los demás ni los demás saben nada de mí y lo más posible es que no sepan nada unos de otros...

Petronilo Marceliano Tardón a estas alturas hablaba con una soltura fuera de toda regla. Si es que en alguna vez las había respetado. Yo sabía que era un hombre a su modo. Sabía, porque él me lo había contado en otros encuentros, de un tío suyo que había querido ser pintor, y que sólo pintó un San Bartolo en una pared, que debía haber sido tan bebedor y charlatán como él, había terminado sus días viviendo en una ermita, abandonado de todos porque con todos había reñido. Yo sabía más de él, que él de mí. Por eso le pregunté a bocajarro, pensando que le dominaría de nuevo.

— ¿ Qué tienes que decir de tu proverbial desorden?

— Conozco una biblioteca que no debe pasar de los tres mil títulos, totalmente inutilizable por el simple hecho de que el orden que guardan los libros es un orden peculiar, pero muy lógico, según quien la organizó en su momento. Me cuentan que alguien hizo un curso de bibliotecomanía o como se llame. Le enseñaron que todos los libros deben llevar un número de registro y un tejuelo en el lomo. Pues bien este alguien se ha empeñado en colocar los libros por el orden del número de registro, que es el número de entrada. Es decir el orden por el que van llegando como si de una cola se tratase. Pero para encontrarlos, hay que buscarlos por el número del tejuelo del lomo, orden por el que se colocan en los estantes... Como consecuencia, para dar con un libro hay que consultar íntegro el libro de registro de entrada. Allí encontrarás el número de tejuelo, y a continuación se ha de esperar que el libro esté colocado en el anaquel que le corresponde... Pero tiene un orden, una lógica. Los libros forman un caos armonizado por una lógica de difícil utilidad para algunos, muy útil para quien la puso en práctica... Una lógica, en definitiva... ¡El caos y el orden! A mi parecer nos pasamos el tiempo intentando ordenar a nuestro gusto todo lo que ya está ordenado. Luz del Olmo recuerda sus libros por los colores: los nombra El Libro Azul, El Libro Amarillo... Esta clasificación aparece con frecuencia: el Libro Rojo, de Mao, el Libro blanco de Cualquier Cosa, Las Páginas Amarillas, la prensa salmón, las novelas rosas, los chistes verdes, el humor negro y quedarse en blanco... Pero eso también requiere una segunda lectura, y así sigue la contradicción del desorden de tu nombre. ¿Cómo puede haber desorden en un nombre aunque este sea el caos? Y concluyo: lo del caos es mentira, lo del orden, también. Cada uno intenta mantener su propio orden, el que le sea más querido, más cómodo o más sentido; pocas veces el más lógico. Tendemos todos a crear nuestro propio orden y queremos que los demás lo admitan. Cuando alguien manda, se dice que impone un orden y ese ordenador quiere que todo el mundo admita esa lógica. Lógicamente eso genera un opositor que lo que quiere es imponer su propio orden, y nacen el bien y el mal, dios y el diablo, el yang y el yeng, y tantas cuantas parejas se quiera: yo y el otro, el gordo y el flaco, Ortega y Gasset... Hasta que venga otro que monte otro sistema, a quien también le saldrá un opositor que tarde o temprano le ganará, y volverá a la oposición o a la invención de otro sistema... ¡Hasta el infinito volviendo continuamente al caos!... Pero todo esto ¿qué tiene de importante? Lo que verdaderamente me interesa ahora, y lo que me intriga es qué hay bajo tu falda, al final de tus piernas. Eso es lo me intriga y me gustaría oler a fondo y disfrutar de ese caos...

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