sábado, marzo 15, 2008

La biblioteca imposible, último capítulo:HACIENDO EL AMOR AL SON DEL OFICIO DE DIFUNTOS

Pienso en el dormitorio, pero es una habitación con las paredes forradas de libros. En medio una mesa muy desordenada repleta de papeles, colillas, restos de comida y vasos de güisqui sucios. Hay también una máquina de escribir, una vieja Olivetti. En una mesa auxiliar un ordenador muy sucio y un teléfono.

Se sienta sobre la mesa y me acerco a él. Me recibe entre sus piernas nos abrazamos y siento sus manos en mis carnes. He dejado mi timidez y las mías también hurgan bajo su ropa. El pecho, robusto, cubierto de vello, me lo imagino blanco como su melena. Su boca se ha perdido en mi pecho y miro hacia el cielo ¡tan próximo! Sus manos anda por mis muslos, llega al vértice y acarician. Mis piernas flaquean y la habitación da vueltas. Me toma en brazos y cambiamos la postura. Su cara se posa entre mis piernas y su lengua juega alegre entre mis entretelas. Yo también río. Un impulso imparable me obliga a cambiar de postura: me arrojo sobre su cinturón que desabrocho y busco allá abajo. Mi boca necesita beber. Me para.

— Un momento.- Dice, y se va.

Se acerca a un viejo aparato de música, un tocadiscos. Pero no coloca un vinilo en el plato, sino una cinta. Suena el gregoriano cantado por una sola voz de hombre. Canta en latín, un latín muy malo, macarrónico. No son Carminas, es música religiosa. Petronilo ha desaparecido. Espero cualquier sorpresa, de él lo espero todo. Aparece con dos vasos tintineantes de güisqui. Se sienta en la silla de la mesa, y como si nada hubiera pasado, me alarga uno. Abre un cajón, saca tres libretillas de alambre, libretas pequeñas de bolsillo.

— Posiblemente esto es lo que busques. Es toda mi obra, apuntes de novelas que nunca he desarrollado ni desarrollaré.

Tomo las libretas y las ojeo. De pronto me he quedado helada, fría, el fragor de hace unos instantes se ha convertido en atontamiento y desazón, en desconfianza y remordimientos, en descorazonamiento y fatiga. Remordimiento. No sé qué decir. Me siento ridícula. Como puedo coloco mi ropa. Sé que todo ha terminado.

Petronilo habla otra vez. Habla deprisa para ocupar el tiempo:

— ¿Sabes qué música suena? Es el Oficio de Difuntos cantado por el último sacristán de un pueblo moribundo. Él también ha muerto ya. La Iglesia ha desterrado, este "dies irae" de su liturgia, por tétrico. Yo creo que es lo que corresponde ahora. Acuérdate lo que decía el viejo Charles, "un sabor temprano de la muerte no es necesariamente mala cosa" y hoy, tú, vas a tener que guardar luto. ¡La gente, la vida! ¡Qué maravilla! Me gustaría estar con todas las señoras pero para mí ha llegado el dies irae. Una mujer se enamora. Una mujer casi adolescente se enamora de un viejo, más bien curiosa. Una mujer enamorada:

"—Te quiero

"—No me quieres.

"—Voy a tener un hijo. ¡Es tuyo!

"—¡Estoy de acuerdo! ¡Hay que celebrarlo!

"—El hijo no es tuyo es del otro. ¡Perdóname!

Dos terminaciones:

"—Envidia.

"—No podemos tener el hijo.

"—Generosidad.

"—Tendremos el hijo y será de los tres ¿qué más da?

No le escucho. Miro las libretas. No veo nada terminado. Me llama la atención un nombre de mujer: Alicia. El texto apenas ocupa una página que copio literalmente.

ALICIA

Alicia, traspasó su propia barrera del sonido el día que le dieron el alta en el hospital, después de permanecer interna más de tres meses porque su coche se empotró contra un árbol cuando se dirigía al trabajo. Sin avisar a nadie tomó un taxi y le dio su propia dirección. No encontró las llaves. Tocó el timbre. Le abrió una mujer un poco más joven que ella.

— Alicia ya no vive aquí.

— Yo soy Alicia ¿Donde está Vicente?

— No ha vuelto todavía, pero no creo que tarde. Puedes esperarlo en el bar de la esquina.

Alicia y Vicente habían vivido juntos dos años. Alicia antes había experimentado otro amor apasionado y tortuoso con Alejo. Alejo había terminado pegándole por unos celos sin control. Alejo murió con una botella de brandy en la boca que su padre le compró para que dejara de incendiar coches. De Alejo, Alicia se repuso como pudo. Las heridas del cuerpo sanaron antes que los sarcasmos de la hermana de Alejo, quien la culpaba del fin trágico de su hermano. Vicente ocupó el mismo lado de la cama que antes calentaba Alejo, aunque sobre otro colchón. Cuando Alicia, aún viva, regresaba del hospital, sintió como su lado, el propio, también se había ocupado.

Esperó a Vicente en el bar de la esquina. No tardó más que dos café.

— Hola Vicente. Dame las llaves de mi casa.

— Es que pensaba que no te ibas a salvar, por eso invité a Susana.

— De acuerdo, pero he vuelto y el piso lo alquilé yo. Por favor, dame las llaves. Voy a esperar aquí una hora. Cuando vuelva, no quiero encontrar nada tuyo en casa.

Fueron dos cubalibres y un nuevo planteamiento. Su corazón seguiría abierto, y sus piernas también, pero nunca más a uno sólo.

Desde entonces Alicia ha conseguido el doctorado en sociología con una tesis titulada "Casas compartidas y otras soledades", corre sin miedo en su coche a través de todas las carreteras del mundo sin que jamás se le caiga la sonrisa de los labios. Viaja sola. La compañía la encuentra en cada puerto.

El miserere ha concluido. Petronilo ha sustituido la salmodia religiosa por un sensual saxo en "Prelude to a kiss". Petronilo se ha sentado y bebe su güisqui. Yo también bebo cuando acabo de leer Alicia.

Reacciono de repente:

—Quiero acostarme contigo, pase lo que pase. – Le increpo mirándole muy seriamente, de manera que no tenga escapatoria y acepte. Se me ha ido en la entrevista pero de aquí no.

— Bueno, podemos dormir la siesta, porque otra cosa… Siempre ha sido imposible, como las novelas.

— Ya veremos qué sucede hoy. Ven.

Me acerco a él y me echo en sus brazos, le beso en la boca y le hago oler mi sexo. Cierra los ojos. Me abraza con ternura, de repente advierto una lágrima que corre por sus ojeras. Le tomo por las manos, tiro de él, le levanto y busco el dormitorio. Lo dejo tendido sobre la cama. Le quito los pantalones y él se deja hacer. Cuando ya lo tengo casi desnudo, intento ser Lady Godiva sobre éste que a mí me parecía caballo semental. No dice nada, sufre. Nos cobijamos bajo las sábanas, muy limpias y casi perfumadas, contrariamente de lo que se podía pensar. Jugamos, juego durante horas. El se duerme y mientras tanto abuso de él.

Cuando se despierta ya he preparado café. Le traigo una taza. Se incorpora. Sobre mi piel sólo una camisa de las suyas. Me llama a su lado y me acerco. Siento su calor, su ternura, su abrazo casi de padre. Espero la pregunta pero no la hay. Rompo el silencio.

— ¿Has descansado?

— Sí, muy bien. ¿Qué hora es?

— ¡Qué importa!

Me abraza y me toca y mientras habla:

Un nuevo libro ha nacido esta mañana al cruzar el Jarama. Hay una luz muy clara, muy especial. Es una luz de invierno que parece de primavera. Incluso algunos pájaros se han equivocado y vuelan hacia el norte. Paso de la primera, cansada bandada de emigrantes... Pero a lo que íbamos, el libro para la biblioteca imposible dice así: "El orden alfabético" y bajo cada letra, que no necesariamente había de estar en el orden convencional, habrán de contarse otras tantas historias que comenzarán por cada una de las letras del alfabeto, y, bajo cada una de esas letras, otro orden alfabético que se reproduciría a sí mismo, envolvería de nuevo a otro posible libro de letras, cuyas historias podrían o no estar ordenadas alfabéticamente hasta que la espiral tapase el sol y la clara luz de esta mañana invernal confundiera otra vez a los pájaros y creyeran que era de noche... Más que un libro es una biblioteca entera... Te la brindo...

Suelto una sonora carcajada que él corea. Está alegre y yo, también. Tal vez él no sepa por qué río yo. Yo sé que es un buen amante y un buen escritor. Él ignora ambas cosas.

Se levanta hurga en la mesilla. Saca una rosa artificial envuelta en papel de celofán. Me la ofrece.

— Disfrútala recordándome.

— ¡Gracias!- Me atrevo a preguntarle- ¿Por qué vives solo y aquí?

Me mira y ahora es el quien ríe escandalosamente. Sé que no me va a contestar. Cuando para de reírse dice:

— ¡Ni lo pienses! ¡No quiero a nadie en casa! ¡No quiero hablarte de lo que pienso de la familia! Te daría para tres o cuatro libros más y, con las libretas, ya llevas demasiados proyectos.

Nos vestimos. Bajamos Don de Carlos. El ambiente de la noche del sábado es muy distinto al de la tarde. Parejas madura, gente joven, cubalibres y güisquis. Allí está Miguel Angel, las chicas que ligan con él, Carlos, el fotógrafo, Manolo Aparicio, la prima de Lola, el músico…

Don Carlos nos ve sonrientes, nos guiña un ojo, nos invita a güisqui y nos da dos cartones para el bingo.

Velilla, marzo, 2001

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