lunes, julio 07, 2008

TRES EN RAYA

Entre los escritos de Petronilo Marceliano Tardón también se encontraba esta alucinante crónica de viaje a las entretelas de dos mujeres.
Paula Marta Temprano






Nos habíamos propuesto recorrer media Europa, no disponíamos de mucho dinero y pensamos en el camping. Un mes en esas condiciones resulta largo, pero se cargan pilas para todo un año. Las vacaciones consisten en dedicar medio año a plantificándolas, un mes viviéndolas y el resto contándolas. En eso consisten las vacaciones.
Aquella pareja había decido viajar con nosotros, en nuestro coche, grande y nuevo. Llevaríamos dos tiendas de campaña, pequeñas y fáciles de montar. Pagaríamos todo a medias. A él, le conocíamos poco, pero a Catalina, Katy, compañera de trabajo de mi novia, figuraba en la nómina de nuestra casa.
Aquel año junio en jueves, nos regalaban tres días para ultimar los preparativos. Habíamos fijado la salida para el lunes porque habría menos gente en a carretera, la conducción se produciría en condiciones óptimas y podríamos llegar sin sobresaltos al sur de Francia en nuestra primera etapa. El viaje se había planificado sobre dos ideas bases: ningún día recorreríamos más de quinientos kilómetros ni pasaríamos más de tres noches en el mismo sitio. Las rutas y las plazas de descanso quedaban un poco al azar.
El lunes por la mañana nuestra casa era un caos. Imposible pasar de una habitación a otra sin saltar por encima de alguna mochila. Huyendo de la quema salí a preparar el coche y sacar dinero. Mi mujer se afanaba en preparar bocadillos y bebidas. No pensábamos comer en restaurante alguno, al menos, los primeros días. El empeño a mí me parecía difícil de cumplir, pero digno de encomio y muy loable. En eso la dejé cuando salí de casa. Cuando regresé Katy ya había llegado, pero Katy sola.
Su marido, según contó Katy, aquella misma mañana había recibido una llamada de su oficina rogándole, que si aún no había salido, se incorporara inmediatamente al trabajo pues un importantitísimo negocio- se dedicaban a la importación y exportación- había entrado en cartera y se hacía necesario cerrarlo y nadie como él para la misión. En definitiva, no vendría con nosotros, pero Katy sí. Entendí que Miguel se había preparado el negocio porque no le apetecía en exceso viajar con nosotros. Un mes en Madrid, bien planificado, es Baden-Baden.
A eso de las once, por fin arrancamos. Conducía yo en el primer tramo. A la altura de Zaragoza hicimos la primera parada y el primer relevo al volante. Los tres podíamos pilotar el coche. Pasada Barcelona hicimos el segundo cambio. Habíamos parado en ambas ocasiones en estaciones de carretera y el libro de Cortázar, aunque ninguno lo llevamos a mano, se cumplía: los autonautas estábamos en las cosmopistas. El verano apretaba y la variedad del paisanaje también se mostraba en el más común de los atuendos: casi la ausencia de ellos.
Cruzamos la frontera a media tarde. Estábamos muy cerca de Perpiñán, el mítico sitio de los años setenta, la primera etapa la habíamos cubierto.
No tardamos en encontrar el camping. Las tiendas que llevábamos, iglúes, se montaban con facilidad. Era una da las condiciones del viaje: nada de complicaciones. A pesar de todo, debido al cansancio, decidimos clavar una sola tienda, los tres cabíamos en cualquier parte. Nos duchamos y nos acomodamos. Cenamos de bocadillos. Había muchos españoles en el camping, algunos italianos, más franceses y bastantes alemanes. Relajados, tranquilos con las ilusiones del viaje intactas, decidimos acostarnos temprano. Mañana sería otro día.
Para facilitar las maniobras decidí pasear por el recinto. De esa manera ellas podían acomodarse. Me gusta pasear por los campings en la noche. La gente, en vacaciones duerme sosegada y muestra sin complejos sus individualidades. Las tiendas, las caravanas no son sino un disimulo para exhibir la propia intimidad ante los demás. De ahí que la gente que acude a los campings sea gente abierta dispuesta a vivir coram populo.
Ni en tiempo ni en distancia fue muy largo mi paseo, lo suficiente para que mis compañeras buscaran con decoro el acomodo de los tres. A la vuelta dentro de nuestra tienda la linterna permanecía encendida. Nadie se movía. Pensé que la habían encendido como referencia y para facilitar mis movimientos.
Me descalcé antes de entrar. No pensaba quitarme nada más. Me introduje en el cubículo. Ambas leían. Mi saco, vacío, lo habían colocado al lado derecho de la tienda, junto a mi mujer que ocupaba el centro. Les saludé sin insistencia y busqué un libro en mi bolsa de mano. No hacía ni frío ni calor. La noche, serena, resultaba muy agradable. El cansancio, el silencio y la temperatura llamaban al sueño. No me apetecía hablar, a ellas tampoco. Después de tantas horas en coche se necesita permanecer cada uno consigo mismo, por eso leíamos todos. Mi esposa comenzó a moverse, como si no encontrara el acomodo deseado. Procuré acercarme a la pared de la tienda, sin hacer ningún comentario. A los pocos minutos, mi mujer volvía a ser el epicentro del terremoto: ahora todos nos movimos. Yo más hacia la derecha y Katy hacia su pared. Ese movimiento dejó al descubierto todo lo que la ligera camiseta que vestía nuestra amiga no cubría y la camiseta no llegaba abajo de su cintura. La luz amarillenta de la linterna permitía contemplar sin ninguna traba el juego de curvas de la amiga Katy. Sentí una llamada entre las piernas, pero no la atendí y procuré olvidarla zambulléndome en la lectura. Sin embargo la concentración disminuía, mis ojos abandonaban cada vez más frecuentemente los renglones derechos por las insinuantes y ajenas redondeces. "Si así es la primera noche, ¿cómo terminará esto? -pensé.” La llamada al monte era cada vez más insistente y yo no quería contestar de ninguna manera. Katy respiraba profundamente, por lo que entendí que dormía de igual modo. Mi mujer, por el contrario, se movía con frecuencia. Por eso alargué la mano que se posó sobre el nido que en más ocasiones he visitado. Ella facilitó el acceso. Su mano también buscó mi contacto. Sentí sus dedos en mi cintura. Corrí en busca de su mano sin dejar de leer. Se la apreté. Ella me contestó de igual modo. Era la contraseña de complicidad de toda la vida. Dejé el libro y apagué la linterna. Giré hacia mi esposa y sin soltar su mano, busqué más intimidad. Sobre la palma de mi mano se abría la rosa fresca cuyos perfumes tan bien conocía. Se movió de nuevo, ahora para acercarse a mí. Sentí su aliento junto a mi boca. Nos besamos. Su mano se dirigió ávida hacia mis entrepiernas que encontró solícita y dispuesta. De nuevo hubo perturbación general en el ecosistema: los tres nos movimos. Katy seguía con la respiración profunda. Mi mujer, totalmente paralela a mi cuerpo, intentaba poner espacio entre ella y nuestra amiga. Una pierna de mi mujer saltó por encima de las mías, sus pechos se apoyaban en el mío. La abracé mejor: el brazo derecho bajo su nuca el otro corriendo escalas por su cuerpo. Por lo demás el ensamblaje se había realizado muy fácilmente. El cansancio, la carretera la excitación de las vacaciones habían facilitados los trámites y ninguna aduana había impedido la entrada del tren en el túnel. Para invitarla a compartir mi silencio solo susurré sobre su oído un "sss" corto que ella agradeció con un húmedo beso. Mi mano izquierda, inquieta, jugaba en los bien amados pliegues de su grupa. Fue ahí donde por el envés de la mano sentí otro calor, otra textura de piel, pero ni el momento ni las condiciones eran propicias para la preocupación ajena, así que no hice ningún aprecio y seguí derramando el amor hacia mi esposa. No obstante, la presión exterior no menguaba y la interior alcanzaba a gran aceleración el punto de la velocidad a partir del cual no es posible el retorno. El incendio llamaba a gritos asfixiados a bomberos próximos. Mi esposa suspiró fuerte y yo mismo fui incapaz da abortar el suspiro que nacía en mis pulmones. Entonces advertí que mi mano izquierda se encontraba aprisionada entre dos calores femeninos. La liberé de tan dulce cepo y el relax se apoderó de nosotros.
Apareció el sol. Cuando me desperté me encontraba solo. Asomé la cabeza y me saludó un estupendo olor a café recién hecho. Me puse un pantalón corte y disfruté del desayuno sobre la hierba.
El día lo consideramos de transición, un primer día de vacaciones durante el cual no hay que hacer nada ni visitar nada y así transcurrió sin nada relevante. Katy no habló de montar otra tienda, así pues se entendía que a la noche siguiente volveríamos a dormir los tres juntos.
Terminado el ceremonial de la cena, casi instintivamente. ¡Hay que ver qué pronto se cogen las rutinas!- emprendí mi paseo por el camping. Cuando regresé el escenario idéntico al del día anterior: luz encendida y silencio total. Abrí la cremallera de entrada. Las actrices se habían movido. Mi esposa ocupaba el lugar donde dormí la noche anterior, Katy el suyo y a mí me habían asignado el puesto central.
-- ¿Hoy me toca en el medio? - comenté sonriendo.
-- Esta noche duermes ahí, mañana ya veremos - contestó mi esposa-. Katy sólo sonrió y me miró.
Me quité la camisa, me tapé con el saco, busqué mi libro y me sumergí en la aventura. No pasó mucho tiempo hasta que mi esposa se moviera y sacara una pierna fuera de la cobija. Allí estaba toda expuesta sin ningún pudor. Katy miró hacia mí y hacia ella y sonrió, cerró el libro, deseó buenas noches y se dio la vuelta. Su culo quedó al descubierto a la altura de mis caderas. ¡Qué buen culo tenía Katy! Seguí leyendo un poco más. Me había llevado un libro de Umberto Eco que trataba del origen de los lenguajes. Me resultaba ameno aunque profundo, por lo cual su lectura invitaba al sueño. Apagué la luz. No osaba moverme pero me apetecía descansar sobre el lado derecho. Allí, justo allí se encontraban las posaderas desnudas de Katy. Mi esposa se movió y sentí su mano sobre mi costado, su calor sobre mi espalda.
Sin necesidad de moverme hacia la derecha casi rozaba el cuerpo de nuestra amiga. Sentía en mi nariz su perfume, nada estrambótico, pero diferente al de mi esposa. Katy se movió y nuestros cuerpos se rozaron y permanecieron en contacto. La mano de mi mujer descendió y liberó al demonio del pantalón que impedía el libre albedrío a esa voluntad tozuda. Lograda la libertad de expresión encontró campo en las nalgas de Katy. Mi mujer, en vez de ejercer la censura y devolver el tigre a la jaula, le dejó juguetear como si le divirtiera pescar con caña. Katy volvió a moverse, esta vez de manera intencionada. Su ángulo final quedo a la altura de mi reloj de sol. La mano de mi esposa condujo la aguja a la sombra. Me saludaron acogedores unos pelillos que no conocía y mi mano paseo por el vientre de Katy subiendo hacia los picos rectos de sus pechos. Mi mujer se pegó más a mí. Sobre mis nalgas se posaba el calor casero de su madreselva. Bajé con la mano en busca de la floresta desconocida y perdí mis dedos exploradores en la fuente del valle. Un pequeño ajuste de Katy permitió la doble entrada. La mano de mi mujer, guía de la aventura, era testigo de la toma de posesión. Ya, al descubierto, me incliné sobre Katy y entré a matar más decidido que un novillero el día de su alternativa. Oí el suspiro reprimido de Katy, mi mujer se pegaba a mí. Su mano había buscado la mía y ambas caminaban juntas, como siempre, por los ondulados prados del Edén. Abandoné la compañía y busqué con mi mano el bosque familiar, y con los dedos cavé en él hallando la tierra húmeda. De repente las tres vetas de agua liberaron sus caudales. Llovió sobre mojado.
A la mañana siguiente nos despertamos temprano. Levantamos el campamento. A las diez enfilábamos la carretera. Los tres cantamos juntos una canción.
Desde Perpiñán nos encaminamos hacia Aviñon, quizás llegáramos a Lijon, poco importaba la ruta, las vacaciones habían comenzado bien. Faltaba abandonar los bocadillos y disfrutar de algún festival de teatro. Aquella noche, calculé, le tocaría a Katy en el medio y yo quedaría a la izquierda. Así ellas disfrutarían y yo podría dormir.
Los cambios se fueron produciendo cada noche del mes. No echamos en falta al marido de Katy, que tampoco lo debía pasar mal. Nosotros aprendimos a jugar a las tres en raya.

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