jueves, octubre 12, 2006

LOS BARES DE MADRID EN 2006

EL TOPO
Pedro M. Talaván
LOS BARES DE 2006

Como es habitual por estas fechas, comimos juntos mis amigos Enrique, Fernando Alba, Paco de Pedro y Viky, mi mujer y yo. Por afinidades mutuas, aunque nuestra amistad procede de Alcalá, decidimos juntarnos en el legendario e histórico Café Comercial de Madrid.. El primer aperitivo lo tomamos en un bar que toda la vida ha sido lo mismo: vino de la casa, cañas y queso azul de Asturias. En la barra seguía la misma linda muchacha de hace treinta años, ahora atractiva mujer madura. Todo parecía en su sitio. Las novedades comenzaron después. En Malasaña, la calle, el Teatro Maravillas había dado paso a un hotel donde se había habilitado un espacio para la escena. Renovarse o morir. Mas adelante, hacia San Bernardo, en la misma acera, restaurantes estilosos ofrecían comidas minimalistas. Entramos en uno de ellos. El “maitre” de sala, impecablemente vestido de de negro, se ofreció a recoger nuestros abrigos y nos acomodó en una mesa previamente pactada. El mandilón blanco de los camareros autóctonos deba paso a la discreta despersonificación. Decoración joven: mesas blancas, suelo de tarima flotante y platos enormes. Paco de Pedro, conocedor del lugar y sus especialidades, propuso el “menú degustación”. La elección presentaba sus ventajas: no había que leer la carta, probaríamos de todo un poco, hasta once “degustaciones” distintas, y no había que preocuparse por el vino porque rotaba al mismo tiempo que la comida. Se estandarizaba así el gusto de la comida y del vino: se evitaban discusiones y pareceres distintos. La conversación pasó por todos los temas imaginables sin orden ni concierto: literatura, política, costumbres, trabajo, viajes, proyectos, chascarrillos con las voces “in crecendo” como corresponde a gente como nosotros criados en este Madrid que cambia, cuyas voces han sido modeladas a base de tabaco negro, vino tinto salpicado del carajillo mañanero y la copita de la noche. Llegó la hora de los postres y del cigarrillo. No había prohibiciones, pero Fernando, buen fumador de habanos, prefería no encender el suyo por no molestar a la clientela. Los vecinos de al lado también fumaban y Fernando, a fuer de insistencia, encendió el suyo. Cigarrillos no se vendían en el local, pero el “maitre” se ofreció solícito a adquirir un paquete en la calle. Preferí hacerlo yo. Por fin salimos. Quedaba la copa. Nos dirigimos hacia la calle Fuencarral. Los bares, de marca, - han desaparecido todos los clásicos- ofrecían bebidas calientes, helados y zumos. En las mesas no sirve nadie. Las barras, minúsculas, con el fin de que nadie practique el popular deporte del levantamiento de peso, atendidas por jóvenes estudiantes empleadas por una tarde. En ningún sitio sirven un güisqui. Entramos y salimos en cuatro o cinco. Terminamos como habíamos empezado en el Café Comercial. En el segundo piso donde se juega al ajedrez y a las cartas, se charla y se mira por las ventanas, no se fuma. En la planta, sí. El piano reposaba junto a los lavabos. Nos sentamos en tornos a los veladores de mármol negro inmortalizados en la película La Colmena. A partir del uno de enero se cambian las tornas: el sitio de fumadores será arriba y el de no fumadores abajo. Un Madrid desaparece y otro aflora. El que aflora es más joven pero no más cosmopolita sino más globalizado. Lo que significa menos sueldo para los camareros, más beneficios para empresas multinacionales y cierre de locales con sabor. No sé si dos mil seis será un buen años, pero os lo deseo a todos.

1 comentario:

Ele Bergón dijo...

No ha estado mal, al menos para mi, el 2006 y lo siento por ti, pero me alegro que ahora se fume menos.