sábado, mayo 10, 2008

REUNIÓN DEL EQUIPO DIRECTIVO

Está desmostrado que la eficacia de cualquier equipo directivo es proporcional al entendimiento humano entre sus miebros. He aquí un ejemplo claro de esta evidencia.



Todo es simple como el juego de los niños, pero las reglas son imprescindibles. Siempre ponemos reglas para romperlas. Las reglas se ponen solo porque se sabe que hay alguien que no la vas a cumplir. Si todos estuviéramos de acuerdo en que las reglas no inflingirían, a nadie se le ocurriría formularlas. En esto tampoco hay reglas. La única regla que hay, el chiste fácil, es sangrienta. Yo no soy drácula. Ella no es vampiresa. Por eso en el pasillo, a la vuelta de una esquina, meto la mano por debajo de la falda. Ambos nos dirigimos hacia el despacho de dirección. Cierro la puerta con el pie. La abrazo. Los labios se funden. Hoy he comprado, una novela de amor de esas de trescientas pesetas. La libido se me ha subido. Deseo tocarle el culo, se lo digo, me ha soltado una grosería. Le he contestado con otra y le he dado un azote. Ella ha respondido, con un " ¡sonso!",- palabra talismática ésta - me remueve toda la sensualidad soñada del caribe. Veo el anuncio de los limones cuando la oigo. Se ha puesto de moda en mi trabajo. Habrá razones para ello. La he dado en el culo, y me ha dicho "sonso". La he hecho cosquilla y se me ha vuelto. Película del oeste donde la heroína mira al bueno, en vez de estampar el beso, he vuelto a las cosquillas. Quería decirle algo importante del trabajo. "tienes un culo prometedor" he pensado, hoy te lo toco a discreción, pero has de esperar, hemos de resolver tres problemas. Uno de clientela, otro de personal y el tercero, el más sencillo pero el que más te preocupa a ti, de administración. Yo tengo en la mente un cuarto problema. Será la cuadratura del circulo, para eso tu eres la directora, a mi me toca imaginar, y a ti calcular. Hemos repartido así los papeles. Yo te imagino cada día, cada momento que te tengo cerca. Ahora en el pasillo te he tomado por la cintura, te he girado. En esta ocasión has ocultado los labios pero te has dejado abrazar. Te he presionado en la cintura y has levantado los ojos. Ahora sí te he besado. Te he llevado hasta el despacho de dirección, he cerrado la puerta con el pie, te he abrazado fuerte y te he besado. Te inclino sobre la mesa y te subo la falda. Te dejas hacer. Te he tocado un poco por arriba y bajo inmediatamente al pilón. Te bajo las bragas y pongo mis labios sobre tu coño. Coño negro., Coño peludo, coño, sabroso, un coño al que tenía ganas. Alterno tu boca con mi boca. No gritas, sólo suspiras. Llaman a la puerta. Esperaba esta llamada. Quito el pie. Entra Lola. Nos ve como estamos. Tú y yo habíamos acordado pervertirla. Es la ocasión. Lola hace un intento de retirada, un intento suave. No puede apartar los ojos de tu postura: las bragas en los talones y la falda cubriendo todo tu cuerpo. Estás sentada, arrebolada, yo de pie, también convulsionado. Mi pantalón, aun intacto, muestra el efecto de tu afecto. Lola intenta decir algo, pero no se atreve. Las evidencias son muchas. Yo la abrazo por el cuello, y la acerco. Ella pone cierta residencia aunque cede. Tú estás muy cerca. Beso tus labios y los de ella al mismo tiempo. Te doy el relevo como en una carrera. Tú parece que lo tomas con energías. Corres un primer esplín. Os miro cautivado: es el beso que no cesa. Vuelvo a meter, mi mano bajo tu falda. Tú separas las piernas sin dejar de acariciar la cara de Lola. Lola, contra todo pronostico, ha cerrado los ojos y avanza su mano hacia tu pelo, hacia tu brazo, aún no se define. Parece que cuenta los dedos en el aire. Son unos dedos menudos, suaves. Lleva las uñas pintadas. Lola siempre lleva las unas pintadas. Son unas para arañar o presumir o tal vez par ocultar que también sirven para acariciar. Esta vez las muestra para lo que son: como algo con qué jugar. Algo que se ha parado ahí sorprendido. Esta mano que camina hacia tu seno, y ahora lo sé, erguido y suave, estas uñas en las que tú no reparas porque te ocupas de los labios de Lola, te ocupas del cuello de Lola, del pelo corto de Lola, -tú no ves las uñas pintadas suspendidas en el aire esa milésima de segundo- el tiempo suficiente para que las uñas alcancen toda su dimensión evocadora llenas de timidez y audacia, repletas de deseo y ávidas de aventuras. Yo os miro desde cerca, como espectador, ¿soy expectante o estoy expectante? en todo caso sorprendido. Es la fotografía del momento: un primer plano de la mano que se paraliza en una duda entre la caricia y el desgarro. Brillan las uñas sobre las blancas camisas con puntillas que palpitan y labios que se juntan. Deslizo suavemente mi mano por tus piernas al compás que las uñas se extienden para llegar hasta tu hombro y rodear tu cuello. Mi otra mano, se posa sobre la cintura de Lola. Es la cintura del pantalón y su carne erguida en ese erizarse suave de las primeras caricias. Comparo tu suavidad, ya en marcha, con el primer contacto de la piel de Lola. Son distintas pieles y una misma sensación. Sujeto la puerta con el talón de mi pie. No quiero más gente en el despacho. El equipo directivo ahora está reunido y ha tomado una importantísima decisión. No hay palabras altas. Hablan los dedos. Pienso en la competencia. Qué darían si nos sorprendieran: algunos dudarían entre ir por vosotras o por mí. Quizá alguna y alguno fuera a por todas. Pienso, sin desearlo, en la estupidez de las peleas, en la cortedad de miras que nos caracteriza.

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